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Varios niños, en el Colegio Montessori-Palau de Girona. En pequeño, médica, antropóloga y filósofa italiana, Maria Montessori fue una celebridad en su época

Cuando el niño es el maestro

Educación ·

Se cumplen 150 años del nacimiento de la autora del método pedagógico Montessori, precursora del feminismo e icono de su tiempo

Sábado, 29 de agosto 2020, 00:20

Maria Montessori (Chiaravalle, 1870), de niña, odiaba la escuela tradicional, memorística y de ordeno y mando. «Esas mariposas clavadas con un alfiler, atadas a sus sitios». Por eso esta médica, antropóloga y filósofa italiana, que se convirtió en un icono mundial de la primera mitad del siglo XX, conmocionó la educación hace algo más de una centuria con un sistema pedagógico revolucionario, vigente en miles de colegios en la actualidad, que pronto se conoció como el 'método Montessori'.

Rompiendo por completo con el dirigismo del profesor en el aula, defendió que el niño puede y debe aprender solo, con total libertad. Sin nadie que le diga qué debe o no hacer. Con un ambiente (el aula), un material y unas actividades preparadas y diseñadas al efecto para estimular la creatividad y el pensamiento infantil, que les permiten descubrir de forma autónoma su entorno y asimilar por sí solos los conocimientos. Confía en su inteligencia y su capacidad de aprender por curiosidad y no por imposición.

Son los niños los que, a partir de este ambiente y materiales, también diseñados para la autocorrección, eligen qué hacer y lo ejecutan con libertad, con el educador como un mero observador y guía. Este método, defendió Montessori desde su publicación en 1909, hace que los niños aprendan de forma espontánea, que liberen toda su creatividad, imaginación, memoria y pensamiento. En definitiva, «el niño es el maestro», la idea con la que esta genial italiana solía resumir su pedagogía y el título que Cristina De Stefano ha elegido para publicar un libro que repasa su vida (Lumen), con motivo del 150 aniversario de su nacimiento.

El milagro de San Lorenzo

Todo empezó en 1898, cuando una Maria recién licenciada en Medicina y que se especializaba en Psiquiatría observó cómo los niños del manicomio de Roma, pequeños con deficiencias cognitivas que vivían abandonados y hacinados, pasaban horas manipulando las migas de pan caídas al suelo tras la comida, lo único con lo que podían experimentar. Convencida de que con los estímulos adecuados serían capaces de progresar por sí solos, sorprendió a la ciudad cuando, dos años después, algunos de ellos lograron un nivel similar al de los niños que ingresaban en las escuelas públicas.

Pero el hecho que la convirtió en una celebridad mundial y que llevó a que países de todo el planeta quisieran aplicar su sistema se produjo siete años después, en 1907, en lo que los periódicos bautizaron como «el milagro de San Lorenzo». En este barrio romano, el más pobre y abandonado del momento, montó con ayuda municipal la primera Casa de Niños, el lugar donde aplicar su teoría de la autoeducación con 50 «pilluelos asustados» de entre 2 y 6 años. Para la admiración general, estos niños rebeldes se convirtieron en amables y respetuosos, aprendieron con interés y entusiasmo, y muchos de ellos lograron leer y escribir de forma precoz por sus propios medios, en lo que el mundo llamó «la explosión de la escritura». Aprendieron el abecedario y la forma de las letras manipulando las siluetas de letras en relieve hechas en papel de lija.

La casa romana de Montessori se convirtió en un centro de peregrinaje internacional, con mensajeros llegados de Argentina a Sudáfrica que querían montar Casas de Niños, y en el lugar en el que se formó a los primeros educadores. Su gira norteamericana, para crear parvularios en ese país, fue semejante a la que hoy haría una estrella del rock. Los periódicos la describían como «la mujer más interesante de Europa», visitó en Washington la escuela Montessori montada por Alexander Graham Bell -el inventor del teléfono- y la hija del presidente, Margaret Wilson, se convirtió en su principal proselitista. Miles de personas se quedaron en la calle, sin poder entrar en sus conferencias, en «la fiebre Montessori». Pese a que en su trabajo incansable por extender el método por el mundo cosechó tantos éxitos como fracasos, en los años veinte era sin duda la italiana más famosa del planeta. Un buque de guerra británico la recogió en Barcelona -ciudad en la que tuvo su residencia oficial durante la Primera Guerra Mundial y el primer lustro de los años treinta- al comienzo de la Guerra Civil, para ponerla a salvo en Londres.

Activista y autoritaria

Pero Maria, además de una pedagoga revolucionaria, fue una rompedora de techos de cristal, una pionera del feminismo y una luchadora en favor de los desfavorecidos. Con 16 años, en el último cuarto del siglo XIX, asistió a una escuela técnica a la que solo iban chicos porque quería ser ingeniera y diez años después se convirtió en una de las tres primeras licenciadas en Medicina italianas. Defendió la emancipación y el sufragio femenino, el amor libre y la igualdad laboral entre hombres y mujeres como delegada en los congresos femeninos internacionales de Berlín y Londres, donde fue vitoreada al decir cosas como que «la mujer del futuro se casará y tendrá hijos por elección libre, no porque lo imponga el matrimonio o la maternidad».

También, como refleja De Stefano en la biografía, tenía luces y sombras. «Era un genio, y los genios raramente son fáciles. Era autoritaria, estaba convencida de que Dios le había confiado una misión, y era muy oportunista a la hora de buscar apoyos en cualquier parte».

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