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La reverenda Anne Stevens se encadenó junto a varios vecinos en los jardines de St James para protestar por la excavación de su cementerio. :: getty images
Vía crucis

Vía crucis

Inglaterra ultima el tren más rápido de Europa. Mil arqueólogos hacen catas en su recorrido, que destruirá tres cementerios. Hasta la Iglesia se suma a la «teología de la protesta» ciudadana

ANTONIO CORBILLÓN

Miércoles, 14 de noviembre 2018, 08:10

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Gran Bretaña intentará en los próximos años reconquistar su futuro. Pero tendrá que hacerlo viajando a su pasado. Y desenterrándolo. Su Gobierno trata de acelerar la puesta en marcha de la alta velocidad ferroviaria (HS2, High Speed 2) para acallar los miedos que genera su cercana desconexión del resto de Europa con el 'Brexit'. La primera fase debe unir Londres con Birmingham (noroeste de Inglaterra), en un trayecto de 280 kilómetros que entrará en funcionamiento en 2026. De allí enlazará más adelante con Manchester, Sheffield o Liverpool, en lo que será el proyecto viario más caro de Europa.

Los costes económicos son apabullantes. La última revisión habla de 120.000 millones de euros en esta primera fase. Pero el precio social, cultural y ambiental no deja de crecer a cada nueva auditoría que se realiza. La última la ha hecho el Woodland Trust, dedicado a la defensa de los bosques. Asegura que solo el tramo Londres-Birmingham derribará más de mil hogares, medio millar de empresas, recorrerá 20 kilómetros en áreas de riesgo de inundación, destruirá 12 zonas de conservación y 19 bosques antiguos (el National Trust eleva esta última cifra a 49 masas verdes). «Es mucho peor de lo que esperábamos y los planes no tienen en cuenta nuestras preocupaciones», lamenta un portavoz de Woodland Trust.

También la plataforma Stop HS2 calcula que las obras enviarán 58 millones de toneladas a los vertederos, cuatro veces la cantidad anual de todo el Reino Unido. «Con estos enormes sobrecostes, es absolutamente claro que esta ruta está fuera de control y se ha ido por la opción más destructiva», denuncia desde Londres su presidenta, Penny Gaines.

Pero antes incluso que la factura ambiental, los tecnócratas del Ejecutivo británico tendrán que sortear a una ciudadanía cada vez más en contra. El rechazo ha unido perfiles de todos los colores políticos. Y a ese frente abierto se han añadido los sentimientos religiosos. Porque una de las cuentas más elevadas la van a pagar los apacibles cementerios que serán levantados para dejar sitio a los raíles de la prosperidad.

Penetrar en la historia

La reverenda Anne Stevens, vicaria de la iglesia de St. Pancras (centro de Londres) reflejó la frustración popular al encadenarse durante horas a un árbol del parque de St. James. La nueva estación central de la que partirá el polémico tren bala se ubicará en Euston, un extremo de esta masa boscosa del distrito de Camden, bajo la que se ubica un cementerio de los siglos XVIII y XIX con más de 60.000 tumbas. Al menos otros dos camposantos, uno cerca de la estación final de Birmingham, tendrán que ser eliminados para sacar adelante la nueva línea.

Los arqueólogos documentan las tumbas del cementerio de St James Gardens de Londres.
Los arqueólogos documentan las tumbas del cementerio de St James Gardens de Londres.

La pastora Stevens sabía que no lograría parar el gigantesco proyecto, pero, antes de encadenarse a los centenarios árboles de St. James, dijo que «la teología de la protesta es crear fuertes vínculos con las comunidades locales afectadas». La idea está funcionando. Después de que los agentes de seguridad de HS2 cortaran las cadenas de esta ministra anglicana y de otros correligionarios que la acompañaban, los responsables de la compañía dieron la vuelta a su estrategia para convencer a los británicos de que un tren que viajará a 400 kilómetros por hora y podrá llevar hasta 1.100 pasajeros es imprescindible para su futuro.

No parece fácil empeño. «Es increíble lo que están haciendo para ahorrar media hora en un viaje en tren. Vivimos en medio de una obra que durará muchos años», lamentó la anciana Patsy Downey (75 años), mientras apoyaba la protesta de la pastora Stevens.Para llegar a término, el HS2 parece dispuesto a batir todas las cifras. Al precio de la mayor infraestructura viaria diseñada nunca se ha añadido la más grande expedición arqueológica en la historia de Europa. Más de mil arqueólogos realizarán hasta sesenta excavaciones a lo largo del paso de la futura 'cremallera' férrea en los próximos dos años. «Cortaremos un segmento sin precedentes de la historia del país. Realmente podremos contar la historia de la nación», declara enfáticamente en la campaña de promoción difundida hace solo unos días la jefa de este ejército de rastreadores, Helen Wass.

Sus primeros hallazgos ya se han difundido. Desde poblados prehistóricos en las afueras de Londres, a ciudades romano-británicas (en la zona de Aylesbury) o asentamientos de la Edad de Hierro (Staffordshire). Han utilizado las más modernas técnicas, como los desarrolladores de mapas Lidar (teledetección óptica), que han permitido hacer estudios geofísicos en el suelo equivalentes a 14.000 campos de fútbol.

Sin embargo, la legión de opositores están midiendo la sensibilidad real de esta remoción de tierras por cómo se está tratando a los que ya no pueden decir nada: los muertos. Cuando se iniciaron los estudios, hace dos años, el Consejo de Arzobispos británicos logró garantías de que los camposantos «serían tratados con respeto». Y así puede verse estos días a los arqueólogos tratando las lápidas del cementerio de St James como si estuvieran buscando el árbol genealógico de Tutankamon. Los expertos miden, recomponen, datan y registran una a una cada sepultura. Más de 1.200 cadáveres, con sus correspondientes lápidas, han sido ya exhumados y clasificados.

La reverenda Anne Stevens se encadenó junto a varios vecinos para protestar por la excavación de su cementerio.
La reverenda Anne Stevens se encadenó junto a varios vecinos para protestar por la excavación de su cementerio.

Un avión con ruedas

No hay plazos hasta localizar los 60.000 túmulos que se calcula que se enterraron allí entre 1788 y 1853. Entre ellos hay algunos personajes significativos de la historia británica, como Matthew Flinders, el primer marinero que circunnavegó Australia. O Lord George Gordon, un furibundo activista anticatólico que reclamó en 1780 la derogación de la Ley de Ayuda Católica y llegó a rodear el Parlamento de Westminster con sus hordas de seguidores.

La alta velocidad británica pondrá fin al abandono que ha sufrido el tren en el archipiélago durante el siglo XX. El único tramo existente es el HS1, que une Londres con el Eurotúnel del Canal de la Mancha. En su Departamento de Transportes miran con envidia a franceses, japoneses e incluso a los españoles, que ya disponen de una extensa red de alta velocidad. Pero este proyecto apenas acortaría 32 minutos a los actuales 81 que tarda el Londres-Birmingham. Magro avance para tantos costes económicos, ambientales y sociales.

La idea nació en 2009, en tiempos del primer ministro David Cameron, quien se comprometió a no construir una tercera pista en el aeropuerto londinense de Heathrow. La opción del tren desafió trabajos de campo como el informe Eddington, que en 2006 descartó la opción terrestre por «anticuada, voraz de energía y con tasas de rendimiento bajas». Ahora, la necesidad de mirar hacia dentro por el 'brexit' ha apuntalado un proyecto al que algunos analistas del transporte como Simon Jenkins (escribe en el influyente 'The Guardian') llama «el Concorde con ruedas».

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