El coste de ser mujer
«Me sorprendió la enorme amabilidad del docente, dispuesto a dar masajes a quien estuviera exhausta de tanto estudio»
Después de mis primeros 15 días en la facultad, quizás menos, y apenas tres clases con él, fui invitada a formar parte de un grupo selecto de alumnas que nos encargaríamos de organizar los grandes eventos académicos del curso. No entendí ni el método de selección ni que no hubiera ningún chico en el gran equipo.
Hasta que asistí a la primera reunión de trabajo, así la llamaron, y me sorprendió la enorme amabilidad del docente, dispuesto a dar masajes a quien estuviera exhausta de tanto estudio... Decidí abandonar y los resultados académicos a final de curso en esa materia no fueron los que merecía. Fueron peores.
Muchos años después, ya trabajando durante un mes de agosto, pedí que un compañero realizara por mí la cobertura informativa de un incendio que requería más de una hora de coche, porque faltaban poco más de dos semanas para que diera a luz a mi primera hija y la recomendación médica a esas alturas del embarazo era evitar el coche.
La respuesta del jefe de turno entonces fue que, para la próxima vez, cuadrara mejor los tiempos y no estuviera embarazada durante el verano, época en la que las plantillas están un poco mermadas.
Son solo dos anécdotas como tantas otras que, a buen seguro, podrían escribir miles de mujeres en este país. Pero ningún hombre. Son percances reservados a las mujeres por el simple hecho de serlo.
Hoy soy madre de dos adolescentes y me da pavor imaginar a cualquiera de ellas caminando por una calle, de noche, a solas. Y ese miedo me lo provoca el hecho de pensar que puedan toparse con hombres que no lo son, y abusar de ellas, agredirlas sexualmente o violarlas. Como lo quieran llamar. Para mí, no hay diferencia.
Y ahora el temor y la rabia se acrecientan cuando descubres que sí hay diferencia, que depende de si una mujer dice alto y claro no a una violación en cadena, de si se resiste a cinco tíos con fuerza o no lo hace, de si recibe un bofetón o no, para que la Justicia determine qué es lo que le ha ocurrido a esa chica y qué castigo merece quién lo ha hecho.
Así que, bienvenidos los logros alcanzados a lo largo de la historia que hacen que hoy veamos con normalidad a mujeres en todos los ámbitos, pero las manos tienen que seguir alzadas: para que las notas académicas no dependan del flirteo, para que la maternidad no sea una barrera, para que la conciliación deje de ser posible solo a golpe de trabajo, para las chicas puedan caminar solas por una calle a oscuras, para que quien abusa sexualmente de una mujer sea castigado de verdad, para que ser mujer, de una vez por todas, deje de tener un coste.