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Martín Chirino, durante la entrevista. :: virginia carrasco
«La causa del arte está perdida en esta sociedad tan práctica»

«La causa del arte está perdida en esta sociedad tan práctica»

Martín Chirino ·

Recién cumplidos los 93 años, el escultor canario asegura que la experiencia acumulada no lo ha vuelto más sabio, pero «sí más conforme con lo vivido»

CÉSAR COCA

Lunes, 5 de marzo 2018, 08:50

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Cuando está caliente, el hierro me obedece como si saliera de mis manos». Martín Chirino cumplió 93 años el pasado jueves y aún sigue dedicando una jornada laboral completa a sus esculturas, sin fines de semana ni vacaciones. La suya es una vida entregada al arte, tanto que en ocasiones echa en falta que sus días no tengan 40 horas. A un arte cuya causa cree perdida en esta sociedad que apenas lo valora, que antepone la fama al prestigio, lo aparente a la verdad. Lo explica con un hablar pausado en el que aún queda algún resto de acento canario pese a que ha pasado la mayor parte de su vida fuera de las islas, a ambos lados del Atlántico, tratando siempre de descubrir qué hay más allá del horizonte. Martín Chirino hace recuento de su carrera, de aquel Madrid de los ochenta que era una fiesta perpetua, de su etapa de prodigios en Nueva York, que empezó cuando con solo 35 años expuso en el MoMa. Aquello era tocar el cielo. Lo dice este artista que se autodefine como un estoico. Un rasgo de ese estocismo está en su mirada, en esa forma profunda, curiosa y comprensiva de posarla en su interlocutor.

- ¿Cómo es la vida de un artista a los 93 años?

- Paso días enteros sin salir de mi casa. La llamo mi virreinato, porque también incluye una finca. Tengo allí el taller y allí estoy el tiempo que necesito. Hay días que me gustaría que tuvieran 40 horas y en general nunca trabajo menos de seis o siete. Durante la jornada, a veces salgo a tomar un poco el sol, reflexiono, y luego regreso.

«A los de El Paso, los americanos nos dieron fama y nos llenaron los bolsillos»

- ¿Qué es para usted el hierro?

- Una materia noble y misteriosa. El hierro marca un momento de la Historia de la Humanidad. Como el aire, el carbón y el fuego es una materia viva. Y el hierro es cómplice de todo ello.

- Nació en Las Palmas. ¿Reconoce el paisaje de su infancia?

- Si miro hacia el mar, sí lo reconozco. Si miro hacia tierra, lo que siento es desesperación. Afortunadamente, el mar no han conseguido cambiarlo.

- Su padre trabajaba en un astillero y lo llevaba a ver los barcos en construcción. ¿Qué recuerda de su infancia?

- Canarias en los años veinte era casi más un lugar que una provincia. El archipiélago estaba muy mal comunicado con la península. Había unos barcos que tardaban cinco o seis días, con sus noches, en llegar a Cádiz o a Sevilla, y eso te hacía sentir la lejanía. Era una vida lenta y monótona.

- Pero hermosa.

- Sí, aunque existía una cierta precariedad. La industria necesitaba traer todo de fuera, y no solo la industria. Pese a ello, recuerdo días de una belleza extraordinaria, con un mar que se confundía con el cielo.

- Siendo muy joven se hizo amigo de Manolo Millares. Iban al parque y cantaban juntos. ¿Cuáles fueron sus sueños de adolescencia?

- Teníamos la necesidad de huir. Es algo que nos pasa a los isleños, nos preguntamos qué hay detrás del horizonte. Nos íbamos a la marquesina instalada para los viajeros que se iban o llegaban y nos instalábamos allí. Quizá como era testigo de la llegada y la salida de la gente nos parecía más cosmopolita.

- ¿Quién influyó más en la vocación del otro: Millares o usted?

- Fue un encuentro. A él le gustaba más pintar y a mí, modelar. Yo estaba acostumbrado a ver cómo se construían los grandes buques, y por eso para mí el mundo era más físico. Siempre me ilusionó la idea de usar las manos para hacer arte.

La aventura americana

Martín Chirino posa para la fotógrafa en las salas de la Galería Marlborough, donde terminan los últimos detalles de la exposición sobre su obra, que ya se ha abierto. Habla mientras tanto de aquel viaje de su juventud por la costa africana en un barco de pesca. «Mi padre decidió que sería bueno que tuviese una experiencia así antes de empezar carrera en el mundo del arte», explica. Fue el inicio de una serie de periplos que marcarían su biografía. Unos viajes cuyo origen hay que buscarlo en esa insularidad de la que habla y en el contacto con la colonia británica instalada en Las Palmas.

- Vivíamos en una zona en la que residían muchos ingleses porque era un lugar estratégico para su flota. Por eso hay una cierta anglofilia en mi vida. Incluso fui a una guardería inglesa y hablábamos en inglés con los niños de la vecindad. Una vez que me instalé en Madrid enseguida pensé que debía viajar, así que me fui a Londres, donde además tenía amigos.

- A Madrid vino a estudiar.

- Sí, me vine con 21 años a estudiar Filosofía y Letras en la Universidad Complutense. Pronto conseguí un trabajo y terminé Bellas Artes. Recuerdo que por entonces Franco estaba haciendo el Valle de los Caídos y había un ministro canario llamado Blas Pérez a quien se le ocurrió invitar a artistas de su tierra a participar en esa obra. Uno de los que aceptó la invitación fue Manolo Ramos, con quien yo había tomado clases. Él dibujaba cosas para el Valle y yo las trabajaba. Eran unos frisos.

- ¿Los reconocería si los viera ahora?

- Sí, claro. Yo trabajaba y no me preocupaba de más, aunque ideológicamente no coincidía con Franco.

- Algunos grupos reclaman que se destruya el complejo por lo que supone. ¿Qué opina?

- ¿Por qué? Es una barbaridad. Es verdad que lo han impregnado de algo que molesta, pero pasa con eso como con la democracia. Tenemos dificultad para entender que debemos ser capaces de pactar. En una democracia no tiene sentido calificar a alguien por su voto.

- Los integrantes del grupo El Paso querían cambiar el arte y también la sociedad. ¿Cómo se tomó la sociedad misma esa intención? Porque a los compositores de la Generación del 50 los abucheaban en los conciertos.

- Lo nuestro fue diferente porque la plástica tiene una presencia. Veían mis hierros y me decían que aquello era un arado. Estábamos en eso cuando se produjo el famoso viaje de Eisenhower a España, y con él vino mucha gente importante, entre ellos empresarios y galeristas. Aquí estuvieron los responsables del MoMA, que buscaban producción artística española. Contactaron con El Paso y expusimos allí.

- Tenía entonces 35 años. Ver su obra en el MoMA sería como tocar el cielo.

- Claro. Nos dieron fama y nos llenaron los bolsillos de dólares. En aquella época ya habían empezado a dar algunos pasaportes para poder viajar al extranjero, aunque cumpliendo muchos requisitos. Yo tenía uno, así que pude viajar a Estados Unidos y comprobé que mi obra se aceptaba muy bien. Era regocijante ver lo que podíamos ganar comparado con lo que ganábamos aquí.

- Eso lo cambió todo, ¿no?

- Claro. Tanto que empecé a vivir en Nueva York largas temporadas.

- Su biografía apunta que algunas de sus obras de esos años no se sabe dónde están. ¿Resulta eso doloroso para un artista?

- Es preocupante. Algunas de aquellas han aparecido y he sentido una gran felicidad. Lo que sucedía es que entonces no había aquí galerías que hicieran el seguimiento de una obra. La gente ni sabía lo que eran. Se hacían algunas exposiciones, en general de académicos que practicaban un arte muy realista, y eso era todo. Los extranjeros nos enseñaron a hacer ese seguimiento: desde los años sesenta, yo guardo fotos y materiales de mis obras.

- Volvió de Nueva York para ser presidente del Círculo de Bellas Artes. ¿Cómo decidió dedicar unos años de su vida a la gestión cultural, algo que no había hecho antes?

- El Círculo estaba a punto de ser vendido. Era como un casino y lo llevaban gentes del franquismo. Unos bedeles que conocían muy bien la historia de la entidad sabían que el edificio se había levantado con una donación de Alfonso XII como casa para los artistas y fueron donde el entonces ministro de Cultura, Javier Solana, y su subsecretario Mario Trinidad, a denunciar lo que pasaba.

- ¿Qué sucedió?

- Ellos aceptaron que el Ministerio se hiciera cargo del Círculo pero pusieron como condición que se nombrara un presidente del mundo del arte, y entonces pensaron en mí. Me sorprendió muchísimo recibir un día una llamada en mi casa de Nueva York en la que me decían que me habían elegido.

- ¿Cómo afectó a su producción artística?

- La paró un tiempo, claro.

- ¿Y qué balance hace de su gestión?

- Nunca se me ocurrió pensar en la autoridad que tenía, pese a que los estatutos lo establecían así. Tuve una junta de notables para abordar los grandes asuntos, aunque al final quien tenía que buscar el apoyo económico era yo. Pero entonces Madrid era una fiesta. Todo era hermoso y estábamos muy orgullosos de lo que habíamos conseguido, de la democracia, de la modernidad...

- Su obra estaba parada pero cuando dejó el Círculo luego ocupó un cargo semejante en el Centro Atlántico de Arte Moderno. La gestión se ha llevado unos años muy importantes de su carrera.

- Sí. En el Círculo trabajé a gusto pero mis galerías esperaban obra mía y dejé el cargo. Luego el Centro Canario me pidió que les ayudara en la definición de la estrategia para hacer un museo. Lo hice con mucho gusto porque es mi tierra. Pero luego hubo un desacuerdo político sobre el proyecto y me presionaron para que aceptara la presidencia. Acepté con la condición de que fueran solo dos años y al final estuve seis o siete.

- Con la perspectiva que dan los años, ¿cree que hubiese sido mejor seguir con su carrera artística o da por bien empleada esa etapa pasada entre despachos?

- Siempre digo que todo lo que me sucede es lo mejor que me ha podido suceder. Soy un estoico. Hice muchas cosas, participé en programas para mejorar la cultura española, fueron años muy interesantes.

Valor y precio del arte

En la exposición hay varias piezas creadas a partir de las espirales que definen su obra. Piezas de hierro tras las que se oculta en parte para las fotos. Hierro al que da forma, materia física con la que ha trabajado un «artista-artesano», como le gusta definirse. «Ya en 1960, en un artículo para 'Papeles de Son Armadans', dije que quería que mi obra se hermanara con las herramientas», explica. La solidez del hierro, la desnudez de las figuras, revela un regreso a lo esencial, a esa filosofía del «menos es más» que sostiene desde hace muchos años, pero con la condición inexcusable de que ese «menos tiene que estar bien hecho y pensado, porque una obra de arte requiere una reflexión profunda». Lo dice mientras juega con un bastón en el que se ha apoyado para hacer el corto recorrido entre el restaurante en el que ha empezado la entrevista y la galería, donde va a concluir.

- Acaba de definirse como estoico y en numerosas ocasiones ha afirmado que no da valor al dinero. ¿Cómo encaja eso con el precio que tienen hoy las obras de las grandes firmas, incluidas las suyas?

- Es cierto, las obras de arte empiezan a tener un gran valor de mercado. Crear un ranking de artistas ya es una manera de valorar, un marco en el que los creadores se mueven, o nos movemos. Antes ese ranking se construía a partir del valor intelectual de la obra, luego por su valor como apariencia y ahora por lo que puede suponer como elemento de lujo.

- ¿Un artista debe tener otro trabajo que le permita vivir para poder ser totalmente libre en su creación? Muchos lo defienden.

- Un artista tiene una pasión de vida. Cuanto más tiempo dedique a ella, mejor. En una sociedad tan competitiva, ¿qué se podría crear así? Es una perversión pensar de esa manera. El Estado, en su afán de controlar el arte, ha cometido un grave error. El arte vive en libertad, en la soledad del artista. Su causa es solo suya, pero está perdida en una sociedad tan práctica.

- Alguna vez ha dicho que comparte la idea de Kavafis sobre la vida como un viaje en el que es más importante el recorrido que el destino. ¿Cómo está siendo su viaje?

- Ha resultado una gran experiencia. No todo ha sido oro y esplendor pero sí una acumulación de experiencia que si no me ha vuelto más sabio al menos me ha hecho más conforme con lo vivido. Una vez, en Nueva York, dije que la vida era un hecho inútil... Acababa de morir un amigo. Pocas cosas se me han quedado en la mano, por mucho que haya tenido y vivido.

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