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La pagoda budista de Uppatasanti destaca en el 'skyline' de Naipidó.
Capitales de diseño

Capitales de diseño

La nueva sede administrativa de Egipto aún no tiene nombre, pero ya se construye cerca de El Cairo. Media docena de países preparan la mudanza por motivos geopolíticos, económicos o simple egolatría

GERARDO ELORRIAGA

Miércoles, 12 de junio 2019, 14:15

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La nueva capital de Egipto recuerda un título mítico del western y la voz aguardentosa de Lee Marvin. 'La balada de la ciudad sin nombre' puede servir como banda sonora para la construcción de la población destinada a reemplazar a El Cairo como centro político en el país de las pirámides. El proyecto, ya en ejecución, se ubica a 35 kilómetros al este de la urbe y cuenta con una extensión de más de 700 kilómetros cuadrados, estará organizado mediante inteligencia artificial y pretende albergar a más de seis millones de habitantes, pero aún carece de denominación oficial. La decisión de trasladar la sede fue tomada hace cuatro años por el Gobierno del general Abdelfatah Al Sisi. La iniciativa revela los retos políticos y sociales del siglo XXI, caracterizado por una urbanización incontrolable y fenómenos de masas, migratorios y reivindicativos no menos difíciles de gestionar.

Las ciudades menos previsoras resultarán ingobernables, literalmente, debido al caos circulatorio, la contaminación y las inquietantes movilizaciones de una población con enormes diferencias de renta. La megalópolis cairota se convirtió en el escenario de las revueltas que acabaron con el Gobierno de Hosni Mubarak y su plaza Tahrir fue la caja de resonancia del malestar de una ciudadanía que exigía democracia y justicia. Tan sólo dos años después de su llegada al poder, el nuevo Ejecutivo anunció este faraónico proyecto que sigue la estela de otras inmensas urbanizaciones de lujo como Kattameya o Sheikh Zayed City, destinadas a acoger a la elite que quiere abandonar la congestionada capital y poner distancia con el populacho.

La arquitectura panóptica representa cierta garantía para los regímenes autoritarios. Este sistema carcelario implica un control férreo, aunque no resulte evidente la presencia de mecanismos de vigilancia. El urbanismo dirigido de los nuevos tiempos se decanta por una reinterpretación de este modelo mediante mecanismos como la dispersión de las zonas residenciales, la inexistencia de centros que aglutinen a sus moradores y la creación de instalaciones militares situados en áreas estratégicas que permiten una rápida reacción contra los tumultos.

Las élites egipcias ponen distancia con la congestionada capital y las tensiones sociales Washington nació para zanjar las disputas por la capitalidad de los distintos Estados

La ciudad fantasma

Naypidó o Nay Pyi Taw responde con precisión a este presupuesto. La capital oficial de Myanmar desde hace catorce años cumple milimétricamente las condiciones de seguridad que establecen las autoridades militares, poder incuestionable desde su independencia hasta la actualidad. La Junta Militar cambió el nombre al país, antes conocido como Birmania, y lo dotó de una nueva capital, situada a 320 kilómetros al este de la anterior, Rangún, una ciudad congestionada con 4,5 millones de habitantes. La elección de la nueva ubicación ha sido explicada por su centralidad dentro del territorio, el alejamiento de la costa en previsión de una invasión militar e, incluso, el consejo de los astrólogos a los que era muy aficionado el general Than Shwe, su impulsor.

La paranoia aislacionista de la Junta Militar ha preservado al país de la contaminación occidental durante décadas y la nueva capital resulta prácticamente desconocida. No se sabe con precisión su extensión, aunque se le adjudican más de 4.000 kilómetros cuadrados y una población que oscila entre los cien mil y un millón de moradores. Su apariencia es un tanto fantasmagórica, dada la baja densidad del lugar, con numerosos hoteles de lujo prácticamente vacíos, una avenida de veinte carriles sin apenas tráfico y una base del Ejército de acceso restringido. La ostentación que manifiesta Naypidó contrasta con las precarias condiciones en que vive la inmensa mayoría de habitantes de uno de los países más pobres de Asia.

Proyectos megalómanos

Las capitales de nueva planta son habituales en África y las circunstancias varían, aunque la megalomanía de sus promotores aparece como una fuerza incontenible que rotura la selva y erige ciudades modernas independientemente de los recursos y necesidades locales. Yamusukro, la actual capital marfileña, fue creada en torno a N'Gokro, la aldea natal de Félix Houphouet-Boigny, el padre de la patria. Además de levantar edificios de arquitectura moderna en el páramo, mandó edificar la basílica de de Nuestra Señora de la Paz, el templo católico más grande del mundo después de San Pedro de Roma.

Ese afán por demostrar opulencia y colonizar el interior de los territorios también ha incentivado la creación de Oyala o Djibloho, la flamante capital de Guinea Ecuatorial. Diseñada por una empresa portuguesa, la construcción pretende convertirse en ejemplo de ciudad sostenible que emplea energías renovables. El Gobierno se trasladó hace dos años a este lugar, situado en la región de procedencia de la elite dirigente. La antigua colonia española se ha embarcado en grandes programas de infraestructuras y desarrollo urbano, amparado en los grandes ingresos petrolíferos.

Zimbabue compartió la misma intención, aunque, en su caso, se trata de unas de las repúblicas más pobres del continente y una economía que permanece, desde hace décadas, al borde de la bancarrota. Su pretensión de trasladar la capitalidad desde Harare a la vecina Mount Hampden permanece en entredicho ante la caída de su impulsor y la falta de fondos.

Brasilia es el referente moderno de esta profusión de ciudades con retículas perfectas, carentes del 'skyline' apretado de las viejas urbes crecidas por acumulación. El éxito del experimento brasileño ha sido cuestionado porque, más allá de los edificios singulares que diseñó Oscar Niemeyer, han surgido arrabales anárquicos similares a los que estrangulan Sao Paulo o Río de Janeiro. La relación de proyectos similares es abundante y, hasta ahora, la mayoría ha pretendido ofrecer un centro administrativo cómodo y bien comunicado y articular territorios políticamente disgregados. Tal es el caso de la nigeriana Abuya, la pakistaní Islamabad, la kazaja Astaná -desde el pasado 20 de marzo rebautizada como Nur-Sultan- o la malasia Putrajaya.

Precedentes históricos

Pero la historia proporciona algunos predecesores que también han marcado escuela. Además del caso de San Petersburgo, obra de Catalina la Grande, encontramos el modelo anglosajón que fomentó la creación de capitales de nueva planta. Curiosamente, los motivos no se limitan a la necesidad de dotarse de equipamientos adecuados en un entorno accesible, ya que indefectiblemente aparecen motivos políticos. Washington fue creada en 1862 para evitar las disputas por el poder entre los Estados, y la canadiense Ottawa surgió en 1857 en un emplazamiento neutral entre las zonas de habla francesa e inglesa y convenientemente lejos de la frontera con Estados Unidos para evitar su fácil conquista por el vecino yanqui.

En las antípodas, la australiana Camberra zanjó la pugna entre Sidney y Melbourne, y la neozelandesa Wellington sustituyó a Auckland, la ciudad más importante, por razones de estrategia militar. Su posición en el extremo sur de la isla septentrional garantizaba una posición destacada para reprimir un levantamiento secesionista en la otra isla.

Los grandes estudios de arquitectura esperan nuevas oportunidades para demostrar su ambición y originalidad sobre desiertos y sabanas. Los clientes no escasean. El presidente indonesio ya ha manifestado su intención de despojar a Yakarta de su condición privilegiada y trasladar el centro político a la pequeña ciudad de Palangkraya, en la isla de Borneo. Como en ocasiones precedentes, el dirigente ha alegado el deseo de promover el desarrollo periférico, aunque también se menciona el incierto futuro de la megaurbe, víctima de un progresivo hundimiento por el continuo drenaje de sus aguas subterráneas. Los detractores del plan alegan que, además de huir del grave problema de Yakarta, el traslado agudizará la destrucción de los privilegiados ecosistemas del nuevo emplazamiento.

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