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Boda de Álvaro Meijide y Julio César Díaz, en la iglesia de Old Saint Paul's de Edimburgo R. C.
La boda por la Iglesia de Álvaro y Julio

La boda por la Iglesia de Álvaro y Julio

Esta pareja gay cumplió su sueño de contraer nupcias ante el altar. Lo hicieron por la Iglesia Episcopal de Escocia, cuyo rito y doctrina son muy parecidos a los católicos

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Martes, 28 de enero 2020, 17:56

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Álvaro Meijide y Julio César Díaz celebraron una boda religiosa de lo más tradicional: ante un altar, un cuadro de la Inmaculada Concepción, la iconografía del calvario y una estatua de la Virgen. Hubo intercambio de anillos, el sacerdote pronunció un sermón sobre las bodas de Caná, todos recibieron la comunión y rezaron el padrenuestro y el credo. ¿Cómo dos homosexuales obtuvieron todos los parabienes del clero para ser unidos en santo matrimonio? Su boda cumplió a rajatabla con todos los preceptos eclesiásticos. Álvaro y Julio pasaron por vicaría, pero por la de la Iglesia Episcopal de Escocia, que en poco se diferencia de la católica, salvo en que la primera no reconoce la autoridad del Papa. Por lo demás, esta pareja gay está igual de bendecida por el Espíritu Santo que si fuera heterosexual. Ambos son creyentes. Álvaro Meijide se educó con unos jesuitas de talante liberal. Julio César Díaz también recibió el mensaje evangélico. Pero a diferencia de Meijide, Díaz dejó de comulgar en cuanto sintió la afrenta de la discriminación, cuando sus aspiraciones de casarse con un hombre fue contestada con la admonición de «Vosotros, no». «No perdí la fe, seguí creyendo pero me encontraba apartado», dice Díaz, quien asegura ser un católico practicante a su manera. El casamiento fue oficiado por el reverendo Tony Bryer, quien estuvo asistido por otro sacerdote y una ayudante. Semanas antes hubo tiempos de incertidumbre. El sacerdote que prometió unirles en matrimonio desapareció de repente. No daban con su paradero, hasta que se percataron de que había sido nombrado obispo.

Para cumplir su sueño tuvieron que viajar a Edimburgo, donde la Iglesia anglicana de Escocia acepta sin problemas celebrar matrimonios entre personas del mismo sexo, cosa que no ocurre con la misma confesión en Inglaterra, Gales o Canadá. Eligieron el templo de Old Saint Paul's para prometer que se amarían, respetarían y serían siempre fieles. «La Iglesia Episcopal Escocesa acepta los sacramentos de la Iglesia de Roma, pero no al revés», dice Meijide.

La pareja ha aprendido a discernir entre sus convicciones morales y religiosas y lo que predica la Iglesia católica. «Distingo entre lo que dijo Cristo y lo que crearon los hombres 21 siglos después. Cristo afirmó simplemente que nos amáramos los unos a los otros. Todo lo demás es andamiaje», alega Díaz. Su marido apostilla que en ningún momento Jesús tuvo una palabra de condena de la homosexualidad.

Después de 25 años de convivencia, Álvaro y Julio tomaron la decisión de su vida. Si los amigos les preguntaban cuándo se casarían, siempre respondían lo mismo: «Cuando lo permita la Iglesia». En un momento dado un amigo les envió un wasap con un escueto mensaje: «Ya podéis». En efecto, la Iglesia anglicana escocesa, después de impartir la bendición a las parejas gais que lo solicitasen, se atrevía a ir más allá y consentía celebrar bodas entre homosexuales. Así que el 16 de noviembre de 2019 Álvaro y Julio se dieron el «sí, quiero» en un lugar que no desmerecía de cualquier templo católico. Fue una bella ceremonia con un coro de 20 personas, adornos florales, música de Bach, órgano, liturgia de la palabra y el 'Mesías' de Händel. «Hasta mis amigos más anticlericales no pudieron reprimir las lágrimas», asegura Álvaro, un abogado metido a relaciones públicas.

La apertura de la Iglesia Episcopal al matrimonio homosexual no ha estado exenta de tensiones. De hecho, la Iglesia Anglicana sancionó en 2017 a su rama escocesa por la decisión. El arzobispo de Canterbury reprendió a los obispos escoceses, que ya en 1994 aprobaron en sínodo la ordenación sacerdotal de mujeres.

El reverendo Bryer

Al principio todo eran malentendidos. Cuando decían que se casaban en Escocia, la gente pensaba que alguno de los novios era de allí. Los cuarenta invitados, que ya estaban avisados, se quedaron perplejos ante el extraordinario parecido entre una boda católica y una anglicana. Quien no supiera que el reverendo Tony Bryer estaba casado -de hecho fue al banquete con su mujer- cualquiera lo habría tomado por un clérigo católico. Su estola y casulla en nada desentonaban con la de cualquier cura del solar nacional. Si bien en su determinación pesaron razones sentimentales, ni Álvaro ni Julio César estaban dispuestos a recibir un plácet eclesiástico a su unión bajo cuerda y de manera clandestina. «No he sido nunca muy activista, pero jamás me he escondido», sentencia Meijide.

Los recién casados por el reverendo Bryer, a la salida de la iglesia
Los recién casados por el reverendo Bryer, a la salida de la iglesia R. C.

Recientemente, el presidente de la Conferencia Episcopal de Alemania, el cardenal Reinhard Marx, aseguró que los curas católicos podían celebrar ceremonias de «bendición» de parejas homosexuales, si bien esta decisión debía estar en manos «de cada sacerdote o agente pastoral», dependiendo de cada caso. Esta opción nunca ha sido del agrado de Meijide y Díaz.

Todo les decían que su anhelo de casarse en conformidad con su fe era imposible, algo poco menos que utópico, pero ambos han demostrado que lo suyo no era una quimera. Tanto lo deseaban que tiraron la casa por la ventana. La cena tuvo lugar en la biblioteca victoriana del Royal College of Physicians, el colegio de médicos de Edimburgo, ante una larga mesa imperial. Llevaron a la ciudad escocesa vino español y champán francés, un arpista amenizó la velada, una fotógrafa profesional documentó la unión y una banda de rock hizo bailar a la concurrencia. ¿Qué más se puede pedir? Los contrayentes no repararon en gastos y se permitieron el capricho de que unos gaiteros escoceses desfilaran con la tarta de bodas antes de que comenzara la cena.

Por un momento creyeron que la ceremonia estaba a punto de naufragar por culpa del 'brexit', cuando el vendaval euroescéptico arreció tanto que imaginaron que todo podía acabar con un cierre de fronteras. Adiós a todo el vino que habían comprado para el convite. Cuando todo terminó, los novios emprendieron un viaje de luna de miel a Nepal, donde fueron recibidos con una cama nupcial y otros agasajos.

Como Roma tarda lo suyo en adoptar cambios en el dogma, a punto estuvieron de renunciar a su sueño y presentarse en el despacho de un notario para legalizar su unión. Pero ese mensaje del amigo fue providencial. No pudieron casarse en Madrid, donde residen y donde también existe una comunidad anglicana escocesa, pero sí recibieron charlas y conferencias prematrimoniales.

El matrimonio homosexual ya es legal en unos 30 países, una lista a la que se suman una docena de estados que permiten las uniones civiles de personas del mismo sexo, aunque sin esa denominación. Pese a ello, el catecismo de la Iglesia católica sigue considerando que la homosexualidad es contraria a la ley natural y tacha de «trastorno» ser gay. «Las personas homosexuales están llamadas a la castidad. Mediante virtudes de dominio de sí mismo que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, de la oración y la gracia sacramental, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la perfección cristiana», se argumenta en el texto.

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