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¿Qué ha pasado hoy, 27 de marzo, en Extremadura?
Adrián Beovides, junto a su padre, en una de las calles de Yernes y Tameza. :: r. c.
Adrián tira al monte

Adrián tira al monte

Ni quiere la Play, porque le quita tiempo para las vacas, ni se irá a la ciudad, porque «hay mucho ruido». Así es el único niño de un concejo asturiano que se ha hecho famoso por soltar que prefiere estar solo, sin que nadie le «toque las narices»

SUSANA ZAMORA

Lunes, 25 de marzo 2019, 14:05

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Hace tiempo que la maleza se adueñó de unas veredas por las que hoy solo corre el silencio; que en las casas ya solo se escucha la ausencia y, en sus calles, solo pasean recuerdos. Hace tiempo que Yernes y Tameza es historia. Solo algunos valientes, algunos nostálgicos, se resisten a levar anclas de un terruño que es mucho más que un trozo de tierra para ellos. Allí resisten las corrientes del olvido y sobreviven a los envites de la globalización. A unos mil metros de altura y a tan solo 45 minutos de Oviedo, una veintena de casas se asoman a verdes prados desde la atalaya que les da la montaña. Es Yernes, uno de los cinco núcleos que forman el concejo de Yernes y Tameza (junto con Villabre, Fojó, Villaruiz y Venillés), que hasta mediados del siglo pasado llegó a tener 900 habitantes.

Pero la realidad a día de hoy es muy diferente. Según el INE, solo quedan 140 vecinos censados (realmente viven 32) después de que en los años 60 se advirtiesen los primeros síntomas del abandono progresivo de la población en este núcleo rural. No fue el único en España. Fue el inicio de esa grave epidemia que hoy se conoce como despoblación.

Pese a todo, hay esperanza. Se llama Adrián Beovides. Nació en 2005 y desde entonces nadie más lo ha hecho en Yernes y Tameza, el concejo con menor natalidad de Asturias (la región donde menos alumbramientos hay de España) con solo tres nacimientos en el siglo XXI. Es el único niño que reside en el municipio. Allí, en la aldea de Yernes, solo se relaciona con sus padres y con otros cinco vecinos: tres de 85 años (dos mujeres y un hombre), y una anciana centenaria con dos hijas mayores que se turnan cada quince días en el cuidado de su madre. Pero él está «encantado», confiesa. No necesita a nadie más. «Nunca me iría a la ciudad; hay demasiado ruido. Aquí en el pueblo se está muy tranquilo sin que nadie te toque las narices», subraya el joven.

«El trabajo le ayuda a valorar lo que tiene y a madurar mucho antes»

Chemari Beovides | Padre

Adrián, de 13 años, suaviza el tono de su declaración a este periódico después de que hace unos días se le preguntase para un reportaje de 'La Sexta Columna' si le gustaría que hubiese más niños en el pueblo. «No, porque estoy muy a gusto solo sin que nadie me toque los cojones», respondió. Consciente del revuelo mediático que ha generado esta frase, evita repetirla en los mismos términos, pero se reafirma en el comentario: «No me arrepiento de haberlo dicho; es lo que pienso».

Su polémico testimonio, que resonó en cada rincón de las redes sociales, logró hacerse viral en pocas horas y desató una marea de opiniones enfrentadas. Su naturalidad conquistó a la audiencia televisiva, pero también a tuiteros como Auronplay o Wismichu, con millones de seguidores, que compartieron esta noticia en sus respectivas cuentas.

Hubo usuarios que reconocieron la espontaneidad del chaval y elogiaron que ayudase a sus padres en las tareas del campo. Sin embargo, otros muchos la utilizaron para abrir un controvertido debate sobre su educación, sobre si estar más tiempo con las vacas y el tractor era lo mejor para su futuro. «Mi 'guaje' (hijo) no ha cobrado nada por esto y ahora me encuentro a varias personas hablando en televisión de un pueblo y unas costumbres sin saber. No tienen ni idea de cómo se vive aquí y me indigna que se burlen de lo que dice y cómo lo dice. Adrián es un niño educado que dijo lo que sentía en este momento. Nada más», lamenta su padre Chemari, hastiado de que su hijo esté ahora en boca de todos.

«Su declaración puede sonar brusca, pero hay que ponerla en contexto»

Carlos Fernández | Alcalde

Pero a Adrián parece no importarle el revuelo generado y continúa, como si nada hubiera ocurrido, con su rutina diaria. Empieza a las 6.40 horas, cuando suena el despertador para ir al instituto. Todos los días se hace algo más de una hora en autobús para ir a estudiar primero de la ESO en la localidad vecina de Grado, a 24 kilómetros de su casa. «Me gusta el colegio, sobre todo Educación Física», subraya Adrián, que no quiere oír hablar del resto de asignaturas. «El 'bandido' (así lo llama cariñosamente su padre) va bien, pero no le gusta mucho estudiar. Es un poco vaguete, pero luego lo saca todo. Si se pusiese en serio, sacaría mejores notas; tiene capacidad de sobra para hacerlo», asegura.

De cuatro a diez

Una vez de vuelta, entre las 15.30 y las 16.00 horas, almuerza, hace los deberes y se marcha con su padre al campo para ayudarle con sus 180 vacas hasta que a las diez de la noche regresa para ducharse, cenar y acostarse. «Siempre hay mucho trabajo que hacer y a mí me gusta echarle una mano a mi padre con el ganado. Les doy de comer y les quito el 'cucho' (estiércol)», detalla. Quizá, para un adolescente de su edad que viva en un entorno urbano, esta experiencia pueda resultar sorprendente, incluso, repulsiva, pero Adrián tiene una razón de peso. «Me gusta porque me entretiene», apostilla.

Adrián no esconde que en ocasiones también se aburre y que en ese momento echa de menos poder compartir su tiempo con algún amigo conocido, como lo hace en el colegio. «A veces, cuando no sé qué hacer me encantaría andar por ahí en bici, pero tiene las ruedas pinchadas y nunca me acuerdo de arreglarlas», aclara.

El chaval no tiene Play, «ni quiero», zanja la conversación. Asegura que no le atrae demasiado y reconoce que mejor no probarla, «a ver si luego me gusta y quiero dedicarle más tiempo que a los estudios o las vacas», puntualiza haciendo gala de una extraordinaria responsabilidad. Chemari le reconoce esa virtud. «Adrián trabaja conmigo desde los siete años como yo lo hice con mi padre. Eso no es malo. Aprende a valorar lo que tiene y le ayuda a madurar antes», reflexiona el progenitor. Aunque rendido a que su hijo tenga móvil y «enrede con el whatsapp», confiesa que, en general, es «reacio a las maquinitas». «No me gustan, porque los niños tienen que conocer el entorno. No puede suceder que algunos no sepan de dónde salen los huevos».

Pasión por la mecánica

Entre estudios y labores de campo, Adrián saca tiempo para dedicarse a su gran pasión, que es la mecánica. «Cuando puedo, me pongo a arreglar una moto que he comprado con mis ahorros», recalca. Más de un año le llevó reunir los 500 euros que valía el ciclomotor que ahora repara cuando la obligación se lo permite. «Mi tío es mecánico y estoy aprendiendo muchas cosas con él en el taller. Quizá estudie algo relacionado con este oficio, aunque yo me veo quedándome en el pueblo, con mi padre», augura el joven.

Sin embargo, Chemari querría otra cosa para el chico y preferiría que trabajase fuera para tener una «mejor vida». «Ni mi mujer ni yo tenemos un día libre; las vacas no entienden de fines de semana y no me gustaría esa vida para mis guajes», explica. Con Alejandro, su hijo mayor de 22 años, lo ha conseguido. «Ya lleva tres trabajando en una industria cárnica, en Grado, y aunque a veces viene a echarnos una mano, no es lo mismo». Chemari tiene 54 años y casi una vida dedicado al negocio de la venta de carne, «que solo da para malvivir», denuncia. «En Asturias, el 90% de los ganaderos son mujeres, porque sus maridos están jubilados o tienen otro trabajo. En mi casa, sin embargo, solo entra el dinero que yo consigo. A veces, a mi esposa le sale algún trabajillo en Grado en el servicio doméstico y eso alivia algo la economía familiar».

El alcalde de Yernes y Tameza, Carlos Manuel Fernández, ha permanecido atento a la polémica levantada por las palabras de Adrián. «Pueden sonar bruscas, pero hay que ponerlas en contexto . El chaval se relaciona con gente mayor y, a veces, puede reproducir expresiones que ha oído». Pero lo que realmente le preocupa es la despoblación que sufren. «Tiene difícil solución, pero si no nos damos prisa llegaremos a un punto de no retorno», sentencia.

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