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Juan Barbé cuelga papeles recién elaborados en el secadero situado junto a su taller. :: mario rojas

El último maestro papelero

«Sólo quedo yo y moriré con las botas puestas», asegura Juan Barbé, el único artesano que elabora papel de forma tradicional en España

AZAHARA VILLACORTA

Sábado, 16 de mayo 2015, 12:04

Juan Barbé, guipuzcoano de 64 años, tiene uno de esos sueños que se planean con los amigos frente a unos vinos: «Queremos hacer un libro de papel de puerro en el que los poemas estén escritos con tinta de calamar y encuadernarlo con tuétano. Luego, lo meteremos en el horno para comérnoslo». Y las primeras pruebas han sido satisfactorias. Espárragos, gramíneas, ramas de avellano o de higuera... Todo lo sirve si tiene carácter fibroso y todo le interesa. Así que, después de tres décadas de oficio utilizando técnicas ancestrales, Barbé se ha convertido en un mago sin chistera que, armado con su mandil y sus guantes frente a unas máquinas que pesan varias toneladas y a una tina llena de agua y celulosa, puede elaborar papel casi con cualquier vegetal que contenga fibra, como ya se hacía en China en el siglo II a. C. Por más que unos se le resistan más que otros.

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Y, de hecho, Barbé -el último maestro papelero que queda en España- ya lo ha logrado con un centenar de plantas de todo el mundo. Muchas de ellas, variedades con las que nadie lo había intentado antes que él. Las fibras que le envían por correo desde México, Nepal, Ecuador, Bután, Tailandia, Filipinas, India o Nicaragua. O las que le remite desde mucho más cerca, el Jardín Botánico de Gijón, cerca de su casa de Las Caldas (Oviedo). «Material que desecho» y nada de árboles. Así que en Eskulán -su taller- todo es sostenible. Y nada de colas. Puro papel. Porque «esa cosa tan frágil y tan fácil de hacer» es su «pasión», según Juan, desde que estudió en la extinta Escuela de Ingeniería Técnica de Papel de Tolosa. Y a esas láminas que de tan finas son traslúcidas y «parecen seda» les tributa el debido respeto.

«Hasta hace poco, éramos tres artesanos en España y ahora ya sólo quedo yo. La crisis ha arrasado también con esto, pero moriré con las botas puestas», promete entre risas desde un estudio lleno de artilugios y materia prima llegada de los cuatro puntos cardinales. Un lugar donde se respiran la alquimia y el caos que rodean a todos los creadores. De su prestigio nacional e internacional da idea su cartera de clientes, en la que figuraron artistas de la talla de Tàpies, Manolo Valdés o Chillida, «gente muy preocupada por el producto» como «un editor de Estados Unidos que era nieto de Peggy Guggenheim».

Chillida, por ejemplo, «no concebía que algo que salía de su cabeza y de su corazón se pudiese plasmar en un papel que saliese de una fábrica». Quería otra cabeza y otro corazón como soporte de sus serigrafías. Los de Barbé. Una buena causa para dedicarle toda una vida. Porque conviene no olvidar que «el papel es lo que nos ha traído hasta aquí». Y, sin embargo, él, que exporta de todo el mundo y que anda «alucinado» porque acaba de mandar su primer pedido a Australia, se sabe un fin de raza. «He llegado a vender papel en Japón, que es como vender whisky a los escoceses. Son los mejores en esto porque lo hacen todo con un cuidado exquisito, así que a nosotros nos desprecian por chapuceros», cuenta, entre risas, el último eslabón de un gremio que aún utiliza las técnicas patentadas por los chinos, porque «el papiro egipcio, que se obtiene machacando la planta y no cociéndola con una solución alcalina, no se considera propiamente papel».

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