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Juramento de su cargo por primera vez, en presencia del Rey. / Efe
El inesperado hacedor de la democracia
MUERE ADOLFO SUÁREZ

El inesperado hacedor de la democracia

Cuando Franco murió, pocos podían imaginar que un burócrata del Movimiento pilotaría la Transición hacia un Estado constitucional y homologable a Europa

PAUL PRESTON

Martes, 25 de marzo 2014, 13:03

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uando se produjo la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975, pocos analistas predijeron con algún grado de precisión el desarrollo político del país a lo largo de la década siguiente y ninguno el papel fundamental que desempeñaría Adolfo Suárez González, un joven burócrata del partido único español, la Falange o el Movimiento. Muchos esperaban un baño de sangre y solo unos pocos albergaban esperanzas de que la transición a la democracia pudiera gestionarse de forma incruenta a través de la negociación entre los partidarios de la dictadura más liberales y los miembros más moderados de la oposición. Con la economía en crisis y la izquierda comenzando a unificarse, el último presidente del Gobierno de Franco y miembro de la línea dura, Carlos Arias Navarro, dio ciertos pasos renuentes hacia una reforma estética. En una remodelación del gabinete el 4 de marzo de 1975 puso a un liberal relativo, el miembro del Opus Dei Fernando Herrero Tejedor, en el puesto ministerial clave de jefe del Movimiento. Herrero Tejedor falleció en accidente de tráfico el 12 de junio de 1975, antes de que pudiera adelantar sus planes de reforma. No obstante, su muerte abrió el camino para la aparición del hombre que ocuparía la Presidencia durante el período de la Transición, Adolfo Suárez González.

Nacido en Cebreros, una pequeña población de la provincia de Ávila el 25 de septiembre de 1932, Adolfo era hijo de Hipólito Suárez y Herminia González, firmes católicos de la clase media rural. De ellos heredó su ferviente catolicismo, convirtiéndose en su adolescencia en militante activo de Acción Católica. Licenciado en Derecho por la Universidad de Salamanca, consiguió un empleo en el Ayuntamiento de Ávila en 1955. Su progreso a puestos destacados comenzó con el nombramiento de Herrero Tejedor como gobernador civil de Ávila. Convirtiéndose en su secretario privado y subido al carro de Herrero, Suárez le siguió en su ascenso político. Impulsado por una poderosa ambición, Suárez entró a formar parte del Opus Dei. En el verano de 1961 contrajo matrimonio con Amparo Illana Elortegui, con quien tendría tres hijas y dos hijos. El matrimonio y la pertenencia al Opus Dei mejoraron sus credenciales políticas. Cuando Herrero fue nombrado vicesecretario del Movimiento en 1961, Suárez se convirtió en su jefe de gabinete y trabó amistad con importantes figuras del régimen. En 1965 ocupó el cargo de director de programas de Televisión Española. En 1967, fue elegido procurador por Ávila en las Cortes de Franco.

Posteriormente, pasó a ser gobernador civil de Segovia en 1968. En su camino a la cima, Suárez utilizó su amistad con Herrero Tejedor para atraer la atención de Franco y su trabajo en la televisión para establecer una relación cordial con el príncipe Juan Carlos. Se llevaban muy bien, hasta el punto extraordinario de tutearse. La amistad hizo que Suárez fuera designado director general de TVE en 1969, desde donde utilizó su control de los medios para promover la figura de don Juan Carlos, quien por aquel entonces era objeto de chistes populares en los que se le retrataba como una marioneta de Franco. Fomentó también la imagen de ministros cuyo favor deseaba obtener. Igualmente se congració con altos generales concediéndoles tiempo en televisión y enviando flores a sus esposas.

Un traidor ambicioso

A la muerte de Herrero, Suárez, siendo su segundo, era el sucesor lógico como jefe del Movimiento pero Franco le consideraba un traidor ambicioso. En su discurso de despedida, Suárez declaró que «la monarquía de don Juan Carlos de Borbón es el futuro de una España moderna, democrática y justa». Don Juan Carlos se sintió profundamente complacido y expresó su gratitud de diversas maneras. Suárez fue declarado político del mes en el semanario Blanco y Negro. El Príncipe utilizó asimismo su influencia para procurar a Suárez un buen puesto en el monopolio estatal de la telefonía. Habiendo sido obligado por Franco a jurar fidelidad a los principios del Movimiento, don Juan Carlos sabía que, para evitar el derramamiento de sangre, el cambio debería ser llevado a cabo por personas que supieran cómo manipular la estructura del régimen. Su estratega sería Torcuato Fernández Miranda. Sin embargo, la imagen joven y dinámica de Suárez y su experiencia en todos los niveles del Movimiento le hacían apto también para un papel decisivo. Por el momento, sin embargo, Suárez participaba en un proyecto frustrado de asociaciones políticas, un plan para utilizar el aparato del Movimiento para fabricar un cambio democrático meramente estético.

Cuando Franco falleció, elementos poderosos del antiguo régimen, especialmente dentro del Ejército, recelaban de don Juan Carlos. Éste se vio obligado a mantener a Arias Navarro como presidente del Gobierno para aplacar a la línea dura, pero, de forma crucial, consiguió el doble nombramiento de Torcuato como presidente de las Cortes y del Consejo del Reino. Los conocimientos de este último sobre el Derecho constitucional franquista y sus relaciones con toda la élite política de Franco hicieron de él el guía perfecto en el laberinto en el que don Juan Carlos estaba atrapado. Introdujo un topo en el gabinete persuadiendo hábilmente a Arias de que aceptara a Suárez en el puesto clave de jefe del Movimiento. Suárez aprovechó la oportunidad, especialmente en la primavera de 1976 con su temple en la gestión de dos crisis en el norte.

Como ministro del Interior en funciones, evitó un baño de sangre después de que la brutalidad policial hubiera provocado protestas de la izquierda que el Ejército estaba deseoso de aplastar. Estableciendo ya contactos con la oposición democristiana tolerada, Suárez se convirtió más que nunca en el centro de las esperanzas reales, especialmente tras un brillante discurso en las Cortes en el que expuso la necesidad de que las rígidas limitaciones de las leyes de Franco tuvieran en cuenta el hecho de que la sociedad española era ya pluralista.

A comienzos de julio, don Juan Carlos pidió la dimisión de Arias Navarro. Fernández Miranda orquestó entonces la reunión del Consejo del Reino que eligió a la terna de la que el Rey elegiría a su nuevo presidente del Gobierno, garantizando diestramente que el nombre de Suárez figurase en ella. El Rey sacudió el mundo político sustituyendo a Arias por Adolfo Suárez y no por uno de los otros dos candidatos, más experimentados. El destino de la monarquía dependía de su éxito o su fracaso. El propio Suárez comentaría años más tarde que el Rey había «puesto en peligro su corona».

Un Gobierno de adjuntos

Con su aprobación, Suárez eligió un Gobierno sobre el cual se comentaba con desdén que era un «gabinete de profesores adjuntos». Sin embargo, aparte de los ministros militares que permanecían en el poder, el equipo de católicos conservadores que siguió estaba más comprometido con la reforma que lo que sus críticos habían considerado posible. Su estrategia se basaría en la rapidez, introduciendo medidas a una velocidad mayor que aquella a la que el franquismo podía responder. Su programa reconocía la soberanía popular, prometía un referéndum sobre la reforma política y elecciones antes del 30 de junio de 1977. A lo largo del verano de 1976 Suárez entabló un diálogo con figuras de la oposición, de forma principal con Felipe González del PSOE, y establecieron un buen entendimiento. También contactó, inicialmente a través de intermediarios, con Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista en la clandestinidad, quien vivía en secreto en España. Preocupado por que la presión de la izquierda por el cambio pudiera provocar una reacción brutal de las fuerzas armadas, Suárez se reunió con los altos generales el 8 de septiembre para explicarles el proyecto de reforma política planificado por él mismo, Torcuato y el Rey. Les complació oírle decir que, con sus estatutos vigentes (una referencia a su lealtad declarada a la URSS), el Partido Comunista no podría ser legaizado. Dos días más tarde presentó el proyecto en la televisión.

El 21 de septiembre se enfrentó al desafío planteado por la dimisión del vicepresidente del Gobierno, ministro de Defensa y general Fernando de Santiago, indignado por el anuncio de la legalización de los sindicatos. Era el comienzo de la hostilidad militar que atormentaría su mandato. El 16-17 de noviembre consiguió que se aprobara el texto de la reforma política en las Cortes franquistas. Ahora tenía que ser sometido a referéndum. Permitiendo que el Partido Socialista celebrara su XXVII Congreso en Madrid el 5 de diciembre, consolidó su credibilidad ante la oposición a la vez que impulsó a un potencial rival de los comunistas.

A pesar de las llamadas a la abstención de la oposición, preocupada por aceptar tomar parte en el referéndum antes de la legalización de los partidos políticos, el referéndum del 15 de diciembre sobre la reforma política aprobó el proyecto con el 94% de los votos. Suárez acordó entonces reunirse con una comisión de la oposición, lo cual hizo el 11 de enero de 1977. Dio muestra de una gran perseverancia ante la estrategia de tensión seguida por un grupo aparentemente de la extrema izquierda, el Grapo, muy posiblemente agentes provocadores al servicio de la Policía, que secuestró a importantes figuras franquistas. Al mismo tiempo, terroristas de la ultraderecha asesinaron a cinco personas, cuatro de ellos abogados laboralistas comunistas, en un bufete del barrio de Atocha en Madrid. En el funeral de las víctimas, el Partido organizó una formidable muestra de solidaridad silenciosa. Impresionado por la demostración de fuerza y disciplina comunista, Suárez dio el paso esencial de legalizar al PCE el 9 de abril. Esto enfureció a los mandos militares reaccionarios y daría pie al sarpullido de golpismo o conspiración militar a lo largo de los cuatro años siguientes.

Crear un partido

Con las elecciones en el horizonte, el requisito urgente de Suárez era la rápida creación de un partido viable electoralmente. Dado su control de la RTVE y la maquinaria administrativa local, confiaba en formar un partido centrista poderoso. En la primavera de 1977, unió a varios grupos de democristianos progresistas y socialdemócratas conservadores en la Unión de Centro Democrático. Elementos franquistas del Movimiento se incorporaron al partido de Suárez, convencidos de que el auspicio del Gobierno le llevaría a la victoria electoral. El sórdido tira y afloja concluyó tan solo cinco días antes de que finalizara el plazo para la presentación de las listas de candidatos. Las listas finales de Suárez estaban dominadas por hombres que habían servido a Franco. La UCD parecía un autobús cuyos pasajeros estaban vinculados no por la unidad ideológica, sino por el propósito de dirigirse a la victoria electoral.

La carrera a las elecciones del 15 de junio adoptó un aire de fiesta popular, pero la campaña de Suárez se concentró en la televisión, la prensa y la radio, donde sus recursos eran prácticamente ilimitados. Evitó el enfrentamiento negándose a tomar parte en cualquier debate con otros líderes de partidos. Sus ventajas eran abrumadoras. Además de la explotación de la UCD del control gubernamental de los medios, la financiación masiva de los bancos permitió una enorme campaña publicitaria. Cada ama de casa del país recibió una carta de Suárez en la que esbozaba sus planes para mejorar el nivel de vida. Efectivamente, la máquina propagandística de la UCD trabajó con especial intensidad para atraer a las mujeres, basándose en el aspecto de estrella de cine de Suárez para crear una imagen de hombre dedicado a su familia y católico practicante. El 60% de los votantes de la UCD serían mujeres. Sus recursos privilegiados llevaron a Suárez a la victoria con el 34,7% de los votos, frente al 28,5% de los socialistas.

Hasta este punto, Suárez había funcionado dentro del sistema en el que se había formado: los tejemanejes del Movimiento franquista. Ahora tenía que trabajar con un partido que era cualquier cosa menos un grupo unificado y dentro de una democracia parlamentaria, enfrentándose al tiempo a las críticas de los descontentos militares y a los terroristas vascos. Mientras que su reforma era amplia para las clases medias conservadoras, la gran ansia popular de cambio no se había satisfecho. Suárez creía esencialmente que la reforma política podría evitar la necesidad de cambio social. El entusiasmo popular pronto se convertiría en desencanto. Por otra parte, su trato autoritario hacia los diputados de la UCD, considerándolos, de forma bastante similar a la manera en que Franco había visto a sus procuradores, como lacayos domesticados que utilizar cuando se necesitaba un voto, dio origen a un resentimiento que finalmente dividió el partido.

Logros importantes

Hubo no obstante en la primera legislatura logros considerables. Con una inflación próxima al 30%, su Gobierno presentó los Pactos de la Moncloa de octubre de 1977 con todos los partidos, por los cuales la izquierda acordaba un programa de austeridad a cambio de la reforma. Por medio de la devaluación y el control salarial, la inflación se redujo al 16% y la peseta se estabilizó, aunque se disparó el desempleo. Aparte de la introducción por primera vez en España de un impuesto sobre la renta progresivo, las reformas fueron escasas. Suárez dio inicio asimismo al proceso de federalización del Estado. La izquierda había ganado las elecciones en Cataluña y una recientemente creada Asamblea de parlamentarios catalanes ejercía presión para obtener la autonomía local. Para evitar la posibilidad de tener que pactar con un presidente socialista, negoció con éxito con Josep Tarradellas, el presidente de la Generalitat en el exilio. Desafortunadamente, no consiguió llegar a un resultado similar con el Gobierno vasco en el exilio. Al establecerse la preautonomía, el Consejo General Vasco bajo la presidencia del socialista Ramón Rubial no hizo nada por calmar las aspiraciones nacionalistas de ETA. Para diluir el impacto de la autonomía catalana, inició un proceso de lo que se denominó «café para todos», una autonomía limitada para otras regiones, algunas con derechos históricos, otras más recientemente descubiertas. Esto daría lugar también a problemas para el futuro.

Para su crédito, Suárez no interfirió en el proceso de redacción de la Constitución para la nueva democracia. De hecho, su disposición a alcanzar el consenso con el Partido Socialista causó problemas dentro de su propio partido. La aprobación del texto constitucional tanto por el Congreso como por el Senado el 31 de octubre de 1978 y su ratificación en el referéndum del 6 de diciembre constituyó la cima de sus logros. Tras la victoria en las elecciones del 1 de marzo de 1979, Suárez anunció en su discurso de investidura que el «consenso ha terminado». Su estilo más polémico se vio simbolizado en su negativa a permitir un debate sobre el programa del Gobierno. El resto de su segunda legislatura estuvo marcado por su reticencia a comparecer en el Parlamento. Además, trató de establecer un mayor control sobre la UCD excluyendo a los denominados barones, los líderes de sus principales facciones, de su gabinete. El resultado fue el contrario al previsto. A esto se sumó la presión de Andalucía y Galicia para obtener un estatuto de autonomía similar al concedido a vascos y catalanes.

Aunque Suárez continuó haciendo gala de su notable talento para la negociación en reuniones a puerta cerrada entre el humo de los cigarrillos, su retirada virtual al aislamiento hermético (consecuencia en parte de una afección dental crónica) dio a los españoles la impresión de desgobierno. La creciente espiral del terrorismo y la conspiración militar introdujeron un elemento de miedo en la vida cotidiana. Los problemas de Suárez habían cobrado enormes proporciones, pero él daba una impresión de apatía con su aparente reticencia a comunicarse con su propio partido, con el Palamento o el pueblo. El 28 y 29 de mayo de 1980, Felipe González presentó una moción de censura devastadora a la que Suárez ni siquiera contestó.

A pesar de todos sus logros en la creación del marco institucional de una España democrática, las elecciones, una Constitución y la autonomía regional, Suárez dejó en muchos españoles la impresión de que poco había cambiado desde los tiempos de Franco. Su encanto y habilidad para las maniobras políticas se perdieron en el coso parlamentario. Tenía pocas ideas para tratar los problemas de la recesión económica y el terrorismo. La hostilidad dentro de su propio partido llegó más allá del descontento verbal con una serie de reveses electorales desastrosos en Andalucía, País Vasco y Cataluña. Su popularidad en las encuestas caía en picado y pasaban meses entre sus comparecencias parlamentarias. Se convirtió en el ermitaño del palacio de la Moncloa. En septiembre de 1980 su mano derecha, Fernando Abril Martorell, dimitió. La ausencia de Suárez, el 23 de octubre de 1980, en la localidad vizcaína de Ortuella, donde se había producido una explosión de gas en la que habían perecido 48 niños, así como en los funerales de dos compañeros de partido asesinados por ETA, fue condenada por la prensa y por los demás partidos principales, que le acusaron de insensibilidad.

Dimisión y 23-F

En previsión de ataques vengativos contra su postura en un inminente congreso del partido y consciente de una conspiración militar, Suárez anunció su dimisión en una intervención en televisión el 29 de enero de 1981. En su discurso declaró: «Yo no quiero que el régimen democrático de convivencia sea una vez más un paréntesis en la Historia de España». Tres semanas más tarde, el 23 de febrero, tuvo lugar la intentona de golpe de Estado del coronel Antonio Tejero, que tomó las Cortes por la fuerza. Durante la crisis, Suárez demostró un valor físico extraordinario.

A partir de entonces su carrera política fue breve. La UCD comenzó a desintegrarse y, el 31 de julio de 1982, Suárez la abandonó para formar un nuevo partido, el Centro Democrático y Social. La UCD fue aniquilada en las elecciones de octubre de 1982, obteniendo solo once escaños, pero el CDS obtuvo únicamente dos. Finalmente se retiró de la política, concentrándose en su bufete jurídico y más tarde ocupándose primordialmente de su esposa Amparo y su hija Marian, ambas gravemente enfermas de cáncer. Amparo falleció el 17 de mayo de 2001 y Marian el 7 de marzo de 2004. En sus últimas apariciones en público, caminando por las calles de Madrid, recibía habitualmente el aplauso de los viandantes, agradecidos por su contribución al proceso de la transición a la democracia. El Rey Juan Carlos le nombró duque de Suárez en 1981. El 8 de junio de 2007 le distinguió adicionalmente con el nombramiento de Caballero de la Orden del Toisón de Oro. El 31 de mayo de 2005 su hijo Adolfo anunció que Suárez padecía la enfermedad de Alzhéimer y no recordaba ya haber sido presidente del Gobierno. Le sobreviven sus hijas Sonsoles y Laura, y sus hijos Adolfo y Javier.

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