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Valenciano de Alcoy, intelectual inquieto y algo insomne, el obispo Antonio Vilaplana Molina paseaba un día por el palacio episcopal de Plasencia y al llegar ... a uno de sus salones le llamó la atención lo que parecía una puerta tapiada. La mandó tirar. Apareció entonces una sala con unas escaleras de piedra que llevaban hasta lo que también parecía, otra vez, una puerta tapiada. La mayor autoridad de la Diócesis ordenó que la echaran abajo. Y entonces surgió. Ahí estaba: la biblioteca episcopal. Seis anaqueles hechos ex profeso para los arcos formados en las paredes, los seis repletos de volúmenes, casi todos ellos varias décadas más viejos que ninguno de los vivos que ese día de finales de los años 70 quizás se llevaron las manos a la cabeza al contemplar esa estancia escondida. Había entonces ahí kilos de polvo y goteras en las paredes. De todo eso, hoy en ese lugar solo queda lo mejor, los libros. Tras más de dos años de trabajo, el Obispado ha recuperado la estancia, que para quien ame la literatura es un lugar impresionante, en el sentido literal de la palabra. 4.972 volúmenes, 6.366 obras. Millones de historias.
La curiosidad del obispo Vilaplana –lo fue en Plasencia de 1976 a 1987, y murió en 2010 en su tierra– le devolvió a la ciudad su biblioteca episcopal, a la que se entra por una puerta sencilla que no cruje al entornarla pero sería redondo que lo hiciera. Porque a ratos, la intrahistoria de su recuperación parece de novela.
En una esquina de esta sala diáfana con el techo a la altura de las nubes hay una puerta mínima, la segunda que se encontró Vilaplana y mandó tirar. Al lado hay dos ventanas y una hornacina. Se pisa sobre baldosas de barro. Se cree que son las mismas que había cuando al lugar volvió a entrar la luz tras décadas sin ver un rayo ni un alma.
Entre aquel hallazgo histórico del obispo adelantado a su tiempo y el inicio de los trabajos que han permitido ahora devolverle al sitio el lustre que tuvo pasaron décadas. No es hasta este siglo cuando se gesta el proyecto que permite rescatar la biblioteca del olvido, gracias a la implicación del obispo Amadeo Rodríguez –dirigió la diócesis entre 2002 y 2016– y al empeño de los responsables diocesanos del área de Patrimonio (Antonio de Luis Galán, Mercedes Orantos Sánchez-Rodrigo y María del Carmen Fuentes Nogales). Ellos lograron que la Fundación Banco Sabadell se implicara en un proyecto en el que más tarde el Obispado se quedaría solo.
Entre esas paredes ahora impolutas se encerró durante horas, días, semanas, meses Gorka Díaz Majada, diplomado en Biblioteconomía, licenciado en Documentación y especialista universitario en Archivística. En distintas fases entre febrero de 2018 y marzo de 2021, él se encargo de catalogar la biblioteca libro por libro, con la ayuda entre otros de Marian Sánchez de Tapia.
Cumplido el encargo, Díaz resumió la aventura en dos artículos publicados en los números 91 y 92 de la revista Alcántara, que edita la Diputación Provincial de Cáceres. En ellos describe con detalle lo que se encontró y qué fue haciendo con ese material tan valioso como sensible.
Él destaca que una de las características genuinas del espacio es que se conserva tal como fue creado hace dos siglos y medio. Cuando él empezó su tarea hace cuatro años, lo hizo rodeado de interrogantes. «La situación inicial de la biblioteca –sitúa Gorka Díaz– era de bastante desconocimiento de las obras que forman su colección, y de una ignorancia casi total sobre las circunstancias de su creación».
Su investigación ha permitido averiguar que fue creada para cumplir una real cédula de 1771 con las bases del primer plan estatal de bibliotecas públicas, durante el reinado de Carlos III. Y que ayudó el interés que se tomó José González Laso, obispo en esa época. Para hacerse una idea sobre los fondos, él se encontró primero dos catálogos, ambos sobrados de errores. Y un tercero con título esperanzador pero que no tenía más letras que la portada y la primera hoja. Además, el lugar era un museo del polvo. «Hay que tener en cuenta –contextualiza Díaz– que había permanecido cerrado varias décadas, posiblemente casi un siglo».
Tanta suciedad había en los libros que fue necesario contratar más personal. Algunos volúmenes llegaron a ser limpiados hoja por hoja, con un pincel de cerdas suaves. Entre sus páginas aparecieron un décimo de lotería de 1829, naipes, flores, agujas enormes, tarjetas de visita, estampas...
Todos esos objetos están guardados, cada uno en un sobre, por si en algún momento hay oportunidad de volver sobre ellos e investigar más a fondo. Porque la idea inicial de hacer un trabajo fino y sin prisas cambió a partir de marzo de 2019, y el catalogador y sus ayudantes tuvieron que aligerar, lo que ha dejado por hacer la tarea de ampliar el estudio de los fondos.
En total, la biblioteca guarda 4.923 volúmenes (6.366 obras, porque hay 550 facticios), de los que unos dos mil pertenecieron a la biblioteca del Colegio que los Jesuitas tuvieron en la ciudad, y que fue el primero de la orden en Extremadura. «Aunque fue difícil y provocó verdaderos dolores de cabeza, al final los volúmenes fueron encajando (en las estanterías) y se consiguió realizar una instalación en base a los criterios fundamentales de la clasificación original», explica Gorka Díaz en la revista Alcántara.
Según su investigación, la biblioteca episcopal de Plasencia fue bastante usada en los inicios del siglo XIX, antes de que la tapiaran. Una leyenda popular relata que gracias a que se emparedaron las seis estanterías, la biblioteca se salvó de los expolios y destrucciones de las tropas francesas durante la Guerra de Independencia. «Pero este punto no se ha podido constatar documentalmente», matiza el investigador, que sí ha podido acreditar que fue el obispo Vilaplana y su curiosidad lo que permitió descubrir la estancia escondida.
En ella hay un protoincunable (impreso antes de 1480), siete incunables (obras impresas entre el nacimiento de la imprenta a mediados del siglo XV y hasta el año 1500), 133 postincunables, 773 obras impresas entre 1531 y 1559, 993 impresas en el siglo XVII, 2.989 en el XVIII, 159 del siglo XIX y solo diez del XX. La más moderna es de 1927, lo que quiere decir que hace casi un siglo que en esta biblioteca no entra un libro.
Sí entran, claro, personas. Y muchas se sorprenden de lo que ven. En esos anaqueles están Platón, Aristóteles, Séneca, Homero, Hesiodo, Esopo, Eurípides, Euclides, Jenofonte, Cicerón, Julio César, Virgilio, Horacio, Tito Livio, Plutarco, Galeno, Ptolomeo –sus mapas se expusieron en 'Las Edades del Hombre, junto a otros volúmenes de la biblioteca episcopal–, Erasmo, Cervantes, Tomás Moro, la biblia políglota complutense, la primera edición del Tratado de Ortografía de la RAE, el 'Hortus Santatis' (considerado el primer tratado de Historia Natural), varios tratados medievales...
«No cabe duda de que se trata de una biblioteca única», concluye Gorka Díaz Majada, que indica que en ella hay obras «que no están incluidas en el Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico Español».
Antonio de Luis Galán, que también la conoció cuando todo en ella estaba por limpiar y ordenar, confiesa que «al principio, me daba mucha pena -dice- ver los libros en mal estado». «Pero ahora -sigue-, me da mucha alegría ver que se ha logrado catalogarlos y sabemos de la riqueza literaria que posee la Diócesis». «Existe el deseo de poner la biblioteca al servicio de la sociedad -concluye el actual responsable diocesano de Patrimonio y Asuntos económicos-, porque lo que no se pone al servicio de los demás no sirve para nada, y estoy convencido de que don Ernesto (Brotóns, el obispo que tomó posesión el pasado octubre), que es un hombre que viene de la cultura, le dará un impulso para conseguir este objetivo».
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