Por lo visible al invisible
Lo que va a mostrar 'Las Edades del Hombre' en Plasencia en los próximos meses no es un mero precipitado de piezas de indudable valor histórico y artístico, sino propiamente un itinerario de hondas resonancias antropológicas y teológicas
jACINTO NÚÑEZ REGODÓN | VICARIO GENERAL DE PLASENCIA Y CATEDRÁTICO DE LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA DE SALAMANCA
Martes, 3 de mayo 2022, 08:37
La Exposición Transitus, que va abrir sus puertas en Plasencia en los próximos días, es un proyecto eclesial de primera magnitud. La Fundación 'Las Edades ... del hombre' cuyo patronato está formado por los obispos de las diócesis de Castilla y León, ha puesto su confianza en la diócesis placentina para organizar aquí y ahora una nueva edición de 'Las Edades del Hombre'. Este proyecto eclesial, por su parte, ha encontrado la colaboración más generosa y leal en la Junta de Extremadura, en el Ayuntamiento de Plasencia y en otras instituciones. Por eso, mantenemos viva la esperanza de que la exposición de Plasencia va a ser de una calidad extraordinaria y de que va a marcar un punto de inflexión en la historia de una ciudad que, a lo largo del tiempo, ha logrado cimas memorables en el arte y la cultura.
Lo que se va a mostrar en Plasencia en los próximos meses no es un mero precipitado de piezas de indudable valor histórico y artístico sino propiamente un itinerario de hondas resonancias antropológicas y teológicas. Dicho de forma clara y directa: la exposición quiere, antes de nada, ofrecer un itinerario de fe. Se trata de una propuesta en el ámbito de la catequesis y de la evangelización, es decir, en el compromiso que tiene la iglesia con el anuncio del evangelio y el reto de mostrarlo y ofrecerlo generosamente al mundo. Queremos que nuestros visitantes, al recorrer las salas de la exposición, puedan entrar en un universo espiritual y, a través de objetos sensibles, consigan recibir un eco del misterio invisible de Dios. Las piezas se convierten así en iconos de una presencia que tiene que ver con Dios mismo.
No todos percibirán esa presencia de la misma manera ni con la misma intensidad. No importa. Habrá muchos que incluso no serán conscientes de ella. No importa. No será poco si se logra mostrar que fe cristiana ha sido capaz de generar no solo piezas estéticamente bellas sino un universo cultural en el que encuentran su lugar el sentido de la vida y de la muerte, del pecado y de la gracia.
La exposición de Plasencia va a marcar un punto de inflexión en la historia de una ciudad que, a lo largo del tiempo, ha logrado cimas memorables en el arte y la cultura
La belleza, ya sea natural o creada por el ingenio del hombre, se revela como camino privilegiado de acceso a Dios. Benedicto XVI ha reflexionado profusamente sobre este camino, conocido técnicamente como via pulchritudinis («el camino de la belleza»). Es famoso este texto, en el que en el año 2002, siendo todavía cardenal, dejó esta idea luminosa: «La verdadera apología del cristianismo, la demostración más convincente de su verdad contra todo lo que lo niega, la constituyen, por un lado, los santos y, por otro, la belleza que la fe ha generado. Para que hoy la fe se pueda extender, tenemos que conducirnos a nosotros mismos y guiar a las personas con las que nos encontramos al encuentro con los santos y a entrar en contacto con lo bello».
La belleza no es un añadido artificial que pone el hombre a determinadas cosas sino un elemento constitutivo de la realidad. Si recordamos por un momento la primera página de la Biblia, aquel relato solemne y grandioso de la creación, contemplada como la obra de un arquitecto insuperable, a todos nos vendrá enseguida a la memoria el estribillo intencionadamente monótono con que se cierra el trabajo creador de cada día: «Y vio Dios que era bueno».
Lo que resulta sorprendente es la peculiar traducción que de esta página hace la versión griega antigua de la Biblia, llamada de «los Setenta», iniciada por judíos alejandrinos a finales del siglo III a. C. En efecto, la palabra hebrea «tob», que tradicionalmente se traduce por «bueno», en esa traducción griega se convierte en «kalós», cuyo primer significado es «bello». Y entonces, el texto bíblico tan conocido suena de esta manera: «Y vio Dios que era bello». O más solemnemente, al final del poema de la creación: «Y vio Dios todo cuanto había hecho y ciertamente era muy bello» (Génesis 1,31). De esta forma todo el relato se convierte en un himno de alabanza por el mundo creado, como hará, a su manera, el Salmo 8: «Cuando contemplo en cielo, obra de tus dedos... Señor, Dios nuestro, qué admirable es tu nombre en toda la tierra».
Creo que ni el «bueno» del texto hebreo tiene un sentido solo moral ni el «bello» del texto griego tiene un sentido solo estético. La línea divisoria entre el uno y el otro es muy fina, como ya pusieron de relieve los medievales al identificar los «trascendentales» del ser como «verum, bonum et pulchrum». Es impensable la verdad sin ética o la ética sin verdad, de igual manera que no se puede pensar el sentido más profundo de la realidad sin descubrir la belleza que la atraviesa. Es emblemática, a este respecto, la afirmación del gran teólogo suizo H. Ur Von Balthasar: «La belleza [...] es la aureola de resplandor imborrable que rodea a la estrella de la verdad y del bien y su indisociable unión».
Volviendo a Transitus, al pasar de una sala a otra, el visitante no solo saldrá pertrechado con muchos datos de fechas, estilos y personajes, sino que abandonará la exposición con la conciencia de que ha recibido un eco de la presencia de Dios. En el complejo entramado de piezas de distinta índole, el que ha entrado en la Catedral podrá salir de ella convencido de que, en la variedad de épocas, estilos arquitectónicos, concepciones antropológicas y teológicas etc., Cristo ha pasado en medio de este pueblo.
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