
Un peluche tuerto
Reconforta conocer a libreros que aman los libros y que han convertido locales desangelados en librerías que palpitan
Victoria Pelayo Rapado
Viernes, 9 de mayo 2025, 23:09
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Victoria Pelayo Rapado
Viernes, 9 de mayo 2025, 23:09
Cuando a alguien le gusta su trabajo, el que sea, levantar una pared poniendo ladrillos, diseñar un vestido a partir de un patrón o impartir ... una asignatura en el caso de un profesor, el trabajo se convierte en placentero y ese disfrute deja una fragancia perenne.
En las últimas semanas he tenido ocasión de comprobarlo al contar con la privilegiada compañía de personas apasionadas con su trabajo que facilitan y consiguen hacer ameno un acto tan manido ya como presentar un libro.
Han sido días adrenalínicos, satisfactorios y plenos a partes iguales, pero que recuerdan que una es mortal, agotable y limitada, y necesita parar, frenar, bajar del coche y acomodarse en el sofá con el mando de la tele cerca, cerrar los ojos y desconectar, pero no a cero.
El mundo de los libros te regala aventuras, otras vidas, personajes inolvidables, viajes a otras ciudades, amistades y más libros. Es bonito comprobar que algunas relaciones, a pesar de la lejanía, se reanudan y fluyen sin obstáculos, como el párrafo después de un punto y aparte. Reconforta conocer a libreros que aman los libros y que han convertido locales desangelados en librerías que palpitan. Es un privilegio compartir opiniones con antiguos lectores y con otros nuevos.
De Salamanca me traje un pequeño libro grande, sutil, que requiere una atenta lectura para extraerle el jugo. Se trata de 'Los pies de los bailarines', relatos de Charo Alonso, salmantina vinculada a Cáceres por trabajo y por amistades, por obligación y por devociones. Ha buscado Charo un título que refleja la delicadeza, a simple vista hermoso, y también la fragilidad de sus personajes, pero que esconde entre líneas heridas, dolor y lágrimas.
Utiliza Alonso el monólogo o diálogo interior sabiamente para exponer en carne viva a sus personajes. Como en la conversación que nunca tendrá la madre con la hija ingrata, o en el último aliento del hijo a una madre inquisidora, o en la retahíla de la extranjera a la profesora de su hijo o en el alivio de la mujer maltratada al liberarse de su maltratador.
Del tropel de personajes que deambulan por sus páginas me quedo con la imagen de un peluche tuerto, reflejo de la incertidumbre del niño que vive en varias casas, las de sus padres separados y las de los abuelos, que compiten por «hacerle al niño el Belén más grande, el mejor disfraz o llevarle a la cabalgata»; que cada noche se acuesta en una cama y por las mañanas no recuerda en cuál está.
En su libro Charo no puede olvidar su vocación de profesora, que también es su pasión por las palabras, por el lenguaje. Pasión que comparte el extremeño José Antonio Leal Canales, que recientemente ha publicado el volumen de cuentos, 'Los regalos inesperados'. Ambos autores incluyen en sus libros un relato fruto y reflejo de su vocación lingüística, Leal en 'Una conversación' y Alonso en 'Bola de deseo'. Aunque no hubieran firmado sus libros los habrían delatado su pasión por las palabras y su inclinación filológica.
El coche está guardado y el mando de la tele cerca.
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