¿Qué ha pasado este sábado, 6 de diciembre, en Extremadura?
Zona de paso

Elle

Victoria Pelayo Rapado

Viernes, 6 de junio 2025, 22:47

He viajado recientemente por las carreteras de Castilla, allá se alzan castillos con el mismo orgullo que se yergue la cebada, el trigo, la vid ... y el girasol. Castillos imponentes, austeros, auténticas fortalezas asimétricas que se levantan en mitad de la meseta custodiando el tiempo. Tienen algo de mágico los castillos con sus mazmorras y sus torres, sus príncipes y sus reinas. Una se imagina cómo sería la vida en uno de ellos, languidecer de amor junto a un mirador o encontrarse con el enamorado en un pasaje secreto.

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Durante dos días he recorrido los recovecos del castillo de la Villa de Portillo. La singularidad de este recinto reside en que no está situado en cerro, atalaya o loma, sino al mismo nivel de calle, la del Doctor Río Hortega, con hache, compartiendo numeración con sus vecinos portillanos. Para la ocasión, lucía engalanado con libros y abarrotado de libreros entusiastas en la inauguración de una feria joven y ávida de lectores.

Por esas pequeñeces que a una le gustan tanto, este, que era un viaje de libros, se ha transformado en el viaje de una sola letra, que he elegido para armar esta Zona. Quizá haya observado el lector que la elle se repite insistente en lo que va de columna, no es casualidad. El ojo memoriza lo que ve con independencia de la voluntad de su dueño, y en mi viaje por tierras vallisoletanas observé que la doble consonante aparece terca en cada señal de indicación, bien para informar del cruce de Tordesillas, de los kilómetros para Pollos, de la salida para Quintanilla o de la entrada a Velilla.

La letra elle era una más del alfabeto español, la decimocuarta, pero debido a las innovaciones aparecidas en la publicación ortográfica de 2010 dejó de ser letra individual para considerarse dígrafo, o secuencia de dos letras que representan un solo sonido. Sea como sea, ella, la elle, resalta blanca y testaruda sobre el azul de los carteles en tierras castellanas, y le recuerda al viajero que la elle en Castilla ni se borra ni se olvida; hasta el postre más afamado de la Villa cuenta con la obstinada doble consonante en su nombre: zapatillas o mantecados bañados.

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Era una fiesta de libros y de palabras y en esta Villa de cuento no podía faltar un buen pregonero, que pronunció, entre otras, una poderosa y hechicera palabra; era mediodía y su palabra recorrió las piedras blancas del patio de armas desarmando a los presentes. Tampoco faltó el hombre mágico, quien no necesitó varita para que en el castillo apareciesen escritores y lectores venidos desde cualquier parte, de la meseta y del mar, de grandes ciudades lejanas y de poblaciones chicas. Con su magia aglutinó a desconocidos alrededor de una mesa, en la que se compartieron manjares bajo la bóveda de una antigua iglesia, entre santos, murales y hornacinas. Hasta consiguió que la música irlandesa, hecha en Castilla, inundase el teatro Álvaro de Luna.

En verdad era un mago y magia lo que hizo, pero ya no sé si lo vi o solo fue sueño.

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