Regresábamos de madrugada, a esa hora en la que solo se escucha el silencio, roto por el eco de nuestros pasos cansados camino a casa. ... La oscuridad guarda sus misterios y fue en el cielo vacío de estrellas donde, suspendida en el aire, se mecía la silueta blanca, más silenciosa aún que la misma noche. Por unos instantes prospectó el suelo, y luego desapareció en la hora del conticinio.
Es el conticinio, según el DRAE, «la hora de la noche en que todo está en silencio». Mónica Fernández-Aceytuno recoge esta palabra en su diccionario de términos de la naturaleza, y dice que es «el momento de la noche durante el cual el silencio es tan profundo que ni los perros ladran». La silueta blanca del conticinio de aquella noche era una lechuza. «Fantasmal, silenciosa, como una aparición, pasaba la lechuza rozando el balcón donde mi padre tenía las perdices enjauladas… Al llegar la noche, la blanca lechuza se equivocaba, sin saberlo, pero las perdices intuían el peligro y se echaban asustadas sobre el suelo de la jaula». Escribí esto para 'Tierra de Pájaros' (Papel Continuo, 2024), un recuerdo de otros conticinios en los que estaba aún despierta para descubrir cómo pasaba, veloz, la rapaz nocturna con la intención de capturar un perdigón, sin entender la protección que les brindaban los barrotes de sus jaulas. Ocultas durante el día, silenciosas por la noche, el borde peinado de las plumas amortigua el aleteo de su vuelo. Aún me asombran las misteriosas lechuzas, que son veleros del aire, soplos de arena blanca que echaron a volar, aves que cayeron de la luna.
La palabra conticinio ha sido apartada de nuestro hablar cotidiano, de nuestra escritura, es un término en desuso. Igual que galicinio, que el diccionario aceytuno define como «ese momento de la noche en el que canta el gallo, todavía a oscuras, a punto de amanecer». Esta palabra, que viene del latín «gallicinium» o canto del gallo, me trae recuerdos de los gallos que cantaban en los galicinios dominicanos, un coro que se escuchaba por toda la isla. A partir de aquella hora no éramos capaces de seguir durmiendo. Es hoy, cuando me despiertan los sueños, o cuando llega el galicinio y aún no he podido conciliarlos, cuando canta mi gallo particular, un estornino que suena a oropéndola. Porque es sabido que estas aves imitan, no solo el sonido de otras especies, sino también ruidos cotidianos como una moto que arranca, una alarma. Posado sobre una antena del patio de vecinos, me informa de que el día está próximo.
Me gusta encontrarme con estas palabras que definen la oscuridad y la luz de nuestros días. Y así, si al galicinio le precede el conticinio, a este le precede el lubricán, que es la última luz del día. Pero también el lubricán es la primera, el crepúsculo matutino o dilúculo. Me guardo, de todas estas palabras olvidadas, el conticinio, ese lugar de la noche en el que a veces me quedaría todo el día.
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