Nadie sabe qué trae la Navidad. No se trata de saber lo que van a traer los Reyes Magos, ni Santa Claus; de hecho, ni ... siquiera es cuestión de objetos, ni de que alguien los pida. Se trata de qué instante puntual de estos ratos memorables va a quedarse grabado en tu retina, y eso no puedes preverlo ni imaginarlo. No está a nuestro alcance. Solo hay que dar cuerda a la ilusión de estas jornadas familiares y dejarnos en libertad de circulación. El momento está acechando a la vuelta de una esquina del tiempo, en ese último minuto que tantas alegrías da a confiados y espontáneos.
Existen entusiastas de todo: las vacaciones de las clases y del colegio, las películas de época en las carteleras o la televisión, los villancicos, el montaje del Belén o del árbol, las sobremesas, los calendarios de adviento con huecos vacíos de bombones que se terminaron antes de lo acordado y así debía ser, pues la vida está para vivirla y no se debe racionar. De esto dan autorización y fe, y nunca mejor dicho, las Sagradas Escrituras, porque muchos de los personajes de la Biblia eran aventureros incansables que hacían casi cualquier cosa menos estarse quietos.
También están los que detestan todo esto y a quienes no invocamos para evitar que estropeen la lectura del artículo y, de paso, las fiestas y reuniones. Esos que se vayan al Congreso con los políticos y sigan el curso de su historia lejos de nosotros y el oasis de estos días.
Lo más adecuado es encender la chimenea y disfrutar del olor y el chisporroteo de la leña. Ya sé que las viviendas no son como antaño y que en muchas de ellas no se puede hacer fuego. Pero cada hoguera que prende, en la realidad o la imaginación, es una llamada al pacifismo y al recuerdo de las cosas que queremos. Las que están y las que no, porque es imposible tenerlo todo. De nada sirve la lumbre de madera más lujosa si no la aviva la presencia de quien sepa ver en ella un monumento sagrado que viene de las cavernas y que contribuye a perpetuar hasta el fin de la historia la costumbre de sentarnos a hablar a su alrededor, que es como nacen las grandes ideas y se solucionan los problemas del mundo.
En medio de unas festividades y otras las calles no abandonan su paisaje de gala. Mientras, no solo continúan las celebraciones, sino además el ruido del planeta: la guerra, el tráfico, las escaladas de precios.
Y a veces el espíritu de la Navidad sobrevuela las fechas y las gentes y nos lleva a la última habitación de la casa familiar, donde la chimenea que ahora está apagada, las comidas se hacen en otro cuarto, y a una hora indefinida de la tarde, caída la penumbra, distinguimos ese tono de luz que nos hizo felices cuando niños y no veíamos hacía tanto. Desde el fondo de la casa notamos los cantos y las conversaciones en el ambiente, y al mismo tiempo vemos venir de forma inesperada el reflejo de esta etapa con vida propia dentro del invierno.
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