El Hilton y el lujo
Marcelo Sánchez-Oro Sánchez
Domingo, 12 de octubre 2025, 02:00
Es parte de un modelo de éxito, que una ciudad tenga la posibilidad de abrir espacios a una variedad sociológica tan diversa e integrada, como ... la que pulula estos días, en medio del puente de la Hispanidad, por Cáceres.
Es un modelo de éxito de todas y todos, y de los diversos equipos de gobierno que, de signos diferentes, han venido gestionando recursos y potencialidades. Así lo creo honestamente, y así lo digo. También es el éxito de un sector empresarial atento a las demandas de visitantes presentes y futuros; de un sector de personas trabajadoras y profesionales cada vez más cualificado; y por supuesto, de una sociedad civil abierta y acogedora.
Esta pluralidad de gentes y tipos sociales, que van y vienen, que se integra y se desintegra, hace que la vida de la ciudad sea muy dinámica. Lo identifico con tres tipologías: el tipo Hilton, el tipo Womad y el tipo Horteralia. Permítame que me centre, hoy, en la primera de ellas.
Lo del Hilton, ya saben, es por el nuevo hotel Palacio de Godoy, Curio Collection by Hilton. Se consolida, de esta forma, la oferta del denominado turismo de lujo. Es necesario señalar que se trata de una posibilidad a la que no todos los destinos turísticos pueden optar, y Cáceres reúne requisitos únicos que le permiten desarrollar este segmento, integrando a los nuevos y exclusivos visitantes en la vida urbana de una forma natural.
Para las características de las personas que nos visitan ahora y que podrían visitarnos en el futuro, una oferta turística de lujo, centrada en determinados establecimientos y en recursos culturales, patrimoniales, gastronómicos, cinegéticos, experienciales concretos, suma mucho más que resta. Cáceres dispone ya de una oferta profesionalizada, bien capitalizada desde el punto de vista económico, también con equipos directivos y de gestión de primer nivel. Este aspecto es muy importante, pues refuerza una cultura empresarial en un sector que, con demasiada frecuencia, está condicionada por emprendedores amateurs, en base a iniciativas bien intencionadas, aunque modestas, escasamente profesionales y puestas en marcha con evidente precariedad de medios económicos y personales.
La proliferación de pisos turísticos, por ejemplo, en detrimento de los tradicionales establecimientos hoteleros, tiende a generar un déficit de profesionalización, que en otros ámbitos se consideraría, pura y llanamente, intrusismo. Esto no hace más que añadir problemas en la gestión turística de la ciudad. Además, atrae un tipo demanda que impacta en el ecosistema social y afecta a la vida ciudadana de diversas formas, y no siempre positiva. En cambio, todo esto puede compensarse con un flujo determinado de turistas de élite, que es perfectamente compatible en nuestro entorno con un turismo de masas, más democratizado. Esta dinámica es muy interesante, aunque no exenta de distorsiones y riesgos, como sabemos.
Los procesos de aceleración de un determinado sector productivo, como es en nuestro caso el turismo, pueden dar lugar a un cierto nivel de rechazo, calificado ahora como turismofobia. Esta reacción social tiene como base un conjunto de prejuicios hacia aquellas personas ociosas que hacen turismo, o que van de turistas por la vida. En el rechazo a estos componentes sociales puede observarse un sustrato clase social.
Un sustrato de oposición propio de aquellos movimientos que tratan de redefinir la vida social bajo otros paradigmas, menos consumistas, menos capitalistas, más radicalmente sostenibles, si se quiere.
Todo ello es legítimo y contribuye positivamente a repensar el modo de vida urbano. Aunque aparentemente pueda carecer de una base social sólida y resulte, más bien, un planteamiento ideológico interesado, el efecto sobre la carestía de la vivienda y la enorme dificultad de acceso a la misma, que afecta muy en particular a la gente más joven de Cáceres y a los segmentos más vulnerables, representa ya un enorme toque de atención a los gestores públicos y a los reguladores del mercado.
¿Es adecuado atribuir esta situación a los flujos turísticos y a la oferta generada para atender esta demanda en la ciudad? A veces, los movimientos turismofóbicos tratan de estigmatizar determinados estilos de vida que, presuntamente, impactan o alteran los modos tradicionales de convivencia, e incluso afectan a los valores sociales establecidos. Su acción puede conducir a nuevas formas de entender las relaciones, la vida, la economía y la política. Modestamente, he tratado de explicar estas dinámicas en el libro titulado 'La relación entre anfitriones y turistas: de la colonización a la turismofobia'.
Como en todo, la clave está en el modelo de gobernanza de la oferta y de la demanda turística para que continúe siendo una industria aceptada y respetada, que proyecte una imagen de ciudad sostenible, acogedora y abierta. Gestionar ese equilibrio con una idea clara de la misión y de los valores que hay que preservar supone contar con la participación de la comunidad, para mantener la complicidad de sus organizaciones y representantes.
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