¿Qué ha sido del bien común?
Los valores que empujaron a toda una generación hacia compromisos con organizaciones sociales y políticas han cambiado radicalmente entre los más jóvenes
Marcelo Sánchez-oro Sánchez
Sábado, 5 de julio 2025, 22:57
Permítame la inmodestia de ponerme como ejemplo. Creo que ilustra, en parte, lo que quiero explicar respecto del cambio de valores. He repasado las organizaciones ... sociales y políticas a las que he pertenecido a lo largo de mi vida: han sido doce. Por pertenencia se entiende estar registrado, pagar la correspondiente cuota y participar, con más o menos intensidad, en alguna instancia orgánica. No me considero una excepción en mi generación. Tampoco se puede decir que esto sea lo más general; pero lo que sí parece es que los valores que nos empujaban hacia estos compromisos altruistas, y 'ruinosos', como dice un entrañable amigo, han cambiado de forma sustancial. Una explicación plausible, en mi opinión, la ofrece Michael J. Sandel en su libro 'La tiranía del mérito' que lleva por subtítulo '¿Qué ha sido del bien común?'. Lo que explica Sandel lo observo a diario entre mis jóvenes colegas de la universidad; pero también entre jóvenes de fuera de ese entorno, las llamadas generaciones Millennials y Generación Z (consulte el Informe Juventud en España 2024. Entre la emergencia y la resiliencia, pg.297).
Una crítica demoledora
Sandel realiza una demoledora critica al modo meritocrático de movilidad social en Estados Unidos de América (USA). La esencia de su análisis consiste en evitar la confusión entre igualdad y movilidad social. El sistema formativo universitario estadounidense no se reconfiguró, a partir de la década de los cincuenta, para favorecer la igualdad entre grupos y personas; sino para agudizar las desigualdades a partir del fomento de la movilidad social. Aunque alguno crea que este tipo de movilidad puede hacer una sociedad más igualitaria, la conclusión de Sandel, todo lo contrario. El ejemplo es USA y su sistema privado-público de estudios superiores. A todos aquellos que mantienen que a Extremadura le vendría fenomenal la implantación de 4 universidades privadas, les pediría fervientemente que lean a Sandel, premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2018. Solo encuentro una pega a su clarividente ensayo, y es que no hace referencia a Rober k. Merton, el primer sociólogo en destripar la falacia del éxito y la igualdad de oportunidades que vende, un día sí y otro también, el 'establishment' USA, ahora con el aventajado aprendiz de brujo llamado Donald Trump. Cierto es que Merton atribuye al 'sistema' la estafa del 'éxito americano', y Sandel se lo atribuye a la universidad, específicamente.
Sandel explica que la desigualdad existente en USA provoca el incremento de la importancia que determinadas clases sociales dan a la universidad. Esto conduce a que los padres se impliquen de manera excesiva en la vida de sus hijos para asegurar su acceso a la educación superior y evitar la precariedad económica. Esta sobreprotección se plantea como respuesta a la creciente brecha de ingresos y como forma de asegurar la movilidad social ascendente de la prole. Más allá de la seguridad económica, hay que asegurarles un futuro de éxito y prestigio, para lo cual es necesario entrar en universidades de élite. Pone de ejemplo el fraude de William Singer, destapado en 2019. Este, dirigía un negocio que atendía las necesidades de padres ricos y preocupados por la educación de sus hijos, quienes pretendían, a toda costa, que estos ingresaran en Yale, Stanford o Georgetown. En sus redes cayeron actrices de renombre, como Felicity Huffman ('Mujeres desesperadas'), y reputados hombres de negocios. El fraude alcanzaba a estamentos evaluadores para el acceso a estas universidades (SAT).
Un efecto corrosivo
Las consecuencias negativas de una meritocracia competitiva se basan en que el esfuerzo y las aptitudes necesarios para triunfar generan en los individuos una deuda invisible, una carga que la propia competencia oculta. El afán por el éxito se vuelve tan absorbente que el individuo se ciega a esta deuda, atribuyendo su triunfo únicamente a su propio mérito y esfuerzo. Este proceso se intensifica en entornos altamente competitivos, como el acceso a universidades de élite, donde el éxito se percibe como una obra individual, sin considerar factores externos o la suerte. Nadie triunfa por méritos propios, sostiene Sandel. El fracaso, entonces, se atribuye exclusivamente a la culpa personal.
Esta carga mental es particularmente pesada para los jóvenes, generando un efecto corrosivo en su sensibilidad cívica. Al concebirse como seres autosuficientes y hechos a sí mismos, se dificulta la capacidad de cultivar la gratitud y la humildad, valores fundamentales para la preocupación por el bien común. La crítica a la meritocracia está basada en su capacidad para generar una autopercepción distorsionada, individualista y, en última instancia, perjudicial para la cohesión social y la solidaridad.
El cambio de valores, para Sandel radica en esto, en la presión por el éxito individual, que lejos de fomentar el bienestar colectivo, obstruye el desarrollo de la empatía y la responsabilidad social. Algo que, por desgracia, veo cada vez con más frecuencia en determinados entornos.
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