Érase una vez el Alto de Fuente Fría
Marce Solís
Jueves, 12 de junio 2025, 22:29
Érase una vez un barrio en el corazón verde y húmedo de Cáceres, que no nació de grandes planos sino del susurro constante de la ... Fuente Fría. Cuentan que sus aguas (en una ciudad sin aguas) dieron vida a huertas y cobijo a los primeros pobladores y viviendas, construidas gracias a la proximidad de la Ribera del Marco y de la misma Fuente Fría, que durante años fue la principal arteria de vida para Cáceres. Familias trabajadoras encontraron allí su espacio convirtiéndose en un rincón con olor a tierra mojada, tomates, cebollas, patatas, lechugas, o melones. Pero un día (hoy) la calma se rompió con la promesa de progreso disfrazada de parque.
En las fotos que ilustran en este periódico la triste historia, la piqueta aún no ha picado sus entrañas, pero la batalla ya se ha librado puertas adentro. Cada foto es un testamento mudo del desarraigo y una profunda quietud de lo deshabitado. No hay estruendo de bombas, pero el paisaje es el de una guerra silenciosa contra la memoria y la vida. Las casas son fantasmas. Las paredes cicatrices del despojo. Un espejo colgado es el reflejo de un pasado que no quiere desaparecer. Un peluche como cuerpo inerte, cajas con secretos y polvo y ropas que evocan ausencias completan el desolado paisaje. Objetos desparramados como postales de hogares desmembrados que evidencian la huida forzada y el lamento mudo y cómplice de sentimientos. Escombros de la memoria.
Las pintadas («Ladrones. Hijos de puta») en las fachadas son la rabia que se ahoga en la impotencia. El testimonio de Joaqui y Ana que resisten: «No nos vamos a mover de aquí». La voz de Alberto o Pachi, el músico que vio cómo su estudio y el lugar donde se recuperó de una enfermedad, era arrancado sin miramientos. De tantos otros que vieron cómo su vida, su historia, es desmantelada ante sus ojos, con compensaciones que apenas les permitirán rehacer su vida. Ni el propio Ayuntamiento les ha brindado el apoyo que esperaban, dejándolos a merced de la Agrupación de Interés Urbanístico que lo gestiona a través de abogados.
Solo quedan tres almas resistiendo, observando cómo entran camiones y contenedores retirando lo que queda y despejando el terreno para el «gran plan» (futuro parque de la Ribera del Marco). Un plan que promete 51.000 metros cuadrados de zona verde y esconde la construcción de 415 viviendas. «No tiene explicación que sin haber siquiera redactado un proyecto de parque tiren las casas y echen a los vecinos», denuncia Pedro, portavoz de la Asociación Amigos de la Ribera del Marco. No es un mero derribo, sino la triste fábula de cómo, a veces, la promesa de un futuro «mejor» arrasa con el pasado, dejando el amargo sabor de lo que se pierde.
Un barrio sin final feliz. Un lamento silencioso que resuena en la calle vacía, recordándonos que el progreso, cuando olvida su alma, deja tras de sí un desierto de memoria.
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