La castración de Sarkozy
Julián Rodríguez Pardo
Martes, 4 de noviembre 2025, 01:00
Si a ustedes tampoco les imponen este año el Toisón de Oro –el máximo reconocimiento que otorga la monarquía española–, quédense tranquilos. El galardón físico ... ya no es el collar pesado y de veinticuatro quilates que yo imaginaba, sino una simple insignia incapaz de sacarte de un apuro en el Compro Oro más cercano de tu barrio. ¡Un timo! La única ventaja de esta modalidad más sostenible es que, como una vez fallecido el agraciado hay que devolverlo, el envío por Seur te sale más económico y te ahorras el apurón de preguntarles a Felipe y Letizia si se lo puedes mandar a portes debidos. ¡No! ¡Los Reyes no están ahora para eso!
A Nicolas Sarkozy, el expresidente francés, el emérito Juan Carlos le nombró Caballero de la Orden del Toisón en 2011 como reconocimiento a su meritoria colaboración con España en la lucha antiterrorista contra ETA. Pero, también –y cito– como muestra de la amistad que históricamente ha unido a Francia y España: un real desliz si tenemos en cuenta que, más allá de los viajes de los españoles a Perpiñán para ver películas eróticas durante la dictadura franquista, los franceses se han dedicado tradicionalmente a torpedearnos: primero, enviándonos a Pepe Botella –el hermano de Napoleón Bonaparte– como rey en 1808; y, después, dedicándose durante dos décadas –los años ochenta y noventa del siglo pasado– a reventarnos los camiones de fruta que cruzaban los Pirineos. Así que, de amiguitos… ¡nada!
Curiosamente yo siempre he pensado que una de las grandes contribuciones del pequeño Sarkozy –lleva zapatos con tacón pronunciado para disimular su altura– pasó casi desapercibida en España: en agosto de 2007 y tras la reincidencia de un pederasta encarcelado en tres ocasiones, Sarkozy propuso la castración química voluntaria para todos los pederastas y agresores sexuales que quisieran reinsertarse en la sociedad. Y, para quienes no quisieran, el internamiento de por vida en hospitales especiales. En realidad, lo que Sarkozy planteaba era su respuesta a una pregunta lógica: ¿pueden rehabilitarse los depredadores sexuales en la cárcel?
Como Felipe VI está ahora dedicado a la lectura, casi se despista con los plazos y tiene que entregarles la famosa insignia a Miguel Herrero de Miñón y a Miquel Roca a título póstumo. La de Felipe González, permítanme, es más cuestionable porque ni es padre de la Constitución, ni tan siquiera fue el primer presidente de la Transición. Ni el segundo. Pero bastante tiene el monarca con pensar en si Sarkozy debe renunciar a su título de Caballero tras su ingreso en prisión. No solo por su falta de comportamiento ejemplar, sino porque al no cotizar los años de cárcel, la pensión se le va a reducir. ¡Y a ver después cómo paga el envío! Aunque mucho me temo que su paso por prisión será idéntico al mío por los estadios de fútbol: fugaz.
La cárcel, supongo, debe de ser un lugar poco amable. Una castración sin química de tu libertad, por mucho que te alojen en la zona VIP y haya un televisor en tu celda. Pero como la literatura siempre es una compañera fiel, el expresidente se ha llevado en su maletita dos obras significativas: 'El Jesús de la historia', de Jean-Christian Petitfils, y, prepárense…, ¡'El conde de Montecristo', de Alejandro Dumas! Sí, el de la fuga.
Nicolas, ¡llama ya a Seur!
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