
Lord Byron y el polvo de La Albuera
Javier Cruces
Jueves, 24 de abril 2025, 22:53
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Javier Cruces
Jueves, 24 de abril 2025, 22:53
En los siglos XVIII y XIX, los jóvenes aristócratas ingleses tenían una tradición educativa llamada Grand Tour –ahora lo llamamos Erasmus–. La idea era gastar ... sus herencias en Europa durante uno o varios años para «educarse» en arte, cultura e idiomas, aunque en realidad todo tenía que ver con contemplar retratos italianos que no entendían, aprender francés en París o fingir entender España desde una taberna hasta arriba de cochambre.
George Gordon Byron (Lord Byron) tuvo su Grand Tour. Junto a su colega John Hobhouse, cabalgó de Lisboa a Sevilla buscando todo aquello, además de historias que pudieran acostarse con él, porque ser aristócrata era esto: hacer turismo intelectual mientras intentas desesperadamente que la esposa de alguien te rompa el corazón para luego poder escribir un poema decente sobre lo mal que te trata el mundo.
Atravesó una Extremadura abatida, aún cosida por los alfileres del miedo napoleónico, una Extremadura que gestaba lenta una batalla que daría muerte, dos años después, a miles de soldados franceses, portugueses, ingleses y españoles. Byron, sin embargo, prefirió mirar a otro lado porque, como el buen amante, estaba convencido de que quien invierte demasiado tiempo en la muerte olvida que el mejor epitafio es haber amado bien y en todas las posiciones.
En La Albuera, Byron durmió en una taberna húmeda, entre soldados con media oreja y mujeres con media falda. Esa noche, Lord Byron le dijo a Hobhouse:
–Dime, John, ¿has notado cómo estas mujeres lloran con las piernas?
–Sólo cuando tú les recitas, George.
–Las conmuevo, claro. Pero a ti te miran como si las pudieras salvar.
–Y tú las usas como si ya estuvieran condenadas.
–¿Y no lo están?
Luego rieron, y en esa risa se les escapó un poco de alma. Como si ambos supieran que rozaban con la punta de los dedos algo a lo que no sabían darle un nombre, pero que olía a deseo y derrota.
No está claro si aquella noche Lord Byron durmió con una mujer, o con su amigo. Tampoco importa. A veces el sexo en la historia no es una certeza, sino un eco, un susurro ahogado detrás de una puerta que no cerró del todo.
Lo que sí sabemos es que Byron cruzó a caballo una tierra herida y la tradujo a verso. En su 'Childe Harold's pilgrimage' escribió sobre La Albuera, años después, como si el polvo de sus caminos se le hubiera metido en los pulmones:
«Oh, Albuera! glorious field of grief!».
Extremadura, con su cielo enorme y sus pueblos deshechos, fue un espejo incómodo para el poeta inglés. Vio en sus campos lo que él mismo se negaba a aceptar: que el romanticismo es bonito hasta que te pegan un tiro y que los versos que derramaba nunca curaron a nadie.
Hoy, si uno camina por La Albuera con los oídos atentos, tal vez escuche el sonido de unos cascos, una risa en inglés, un gemido mal disimulado.
Porque Byron pasó por aquí. Y como todo lo que toca la muerte y el deseo, algo se quedó. Aunque solo sea el polvo.
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