Que sí que, que no que
A Guardiola y a Feijóo no les gusta salir a la pista de baile con Vox, pero es lo que han elegido los votantes. Si los partidos de centro se hunden, los gobiernos tendrán que formarse con aquellos partidos que obtienen representación
Irene Sánchez Carrón
Domingo, 11 de junio 2023, 09:09
Sitúense de nuevo en la noche electoral del 28 de mayo. La batalla en Extremadura entre PP y PSOE estaba igualada. Muchos seguíamos el recuento ... de votos en tiempo real por la versión digital de este periódico y, a la vez, teníamos el televisor encendido. Cuando ya se anunciaba que la suma de escaños daba como vencedores a los partidos de la derecha, el mapa que veíamos en el televisor seguía mostrando a Extremadura de color rojo, en manos del PSOE. La razón era que este partido superaba en votos al PP y el color solo podría cambiar a azul tras un pacto entre los populares y Vox del que nadie dudábamos.
Ni siquiera a Guillermo Fernández Vara se le ocurrió poner en tela de juicio la más que esperable alianza entre PP y Vox. Por eso, cuando los datos ya eran definitivos, el presidente, al que se le había puesto gesto de expresidente, compareció abatido y contrito, asumiendo la derrota y entregando su cabeza en bandeja antes de que nadie se la hubiese pedido. Craso error del que posiblemente luego él mismo se habrá lamentado. Hay quienes saben gestionar muy bien las victorias, pero tienen serias dificultades para administrar la derrota. Vara, con larga trayectoria política, ya ha dado varias muestras de esta insolvencia ante el fracaso. Ahora bien, lo que de verdad preocupa en este momento es que María Guardiola, que acaba de irrumpir en política pisando la alfombra roja, no acierte a realizar lo que parece más sencillo: gestionar el éxito. Convendría asumir que, como dice Rudyard Kipling en su célebre poema 'If', tanto la victoria como la derrota son grandes impostores.
Ahora resulta que María Guardiola no encuentra atractiva a su pareja de baile. Y como si el recuento de votos le permitiera elegir, pide a posibles aliados e incluso a adversarios que se abstengan o faciliten su investidura. En suma, pide lo que no debe pedir porque nadie se lo va a dar gratis, pues la ley electoral en nuestro país propone mayorías, y para eso hay que ser prudente y hablar con los demás. En el PSOE ha sorprendido la petición de abstención de Guardiola. El partido hasta ahora en el gobierno le ha recordado el resultado electoral. El real, no el que ella parece haberse imaginado. Descartada una coalición entre los dos partidos mayoritarios, frente a ella, con el brazo tendido y ademán seguro, solo se sitúa Vox.
En este baile de pactos que suele seguir a las citas electorales, podemos imaginar a María Guardiola, a ritmo de jota extremeña, pidiendo a Vox que eche leña en su corral y luego ya se irá viendo. Pero Abascal, rotundo, le ha contestado a lo Beyoncé en 'All the single ladies', instándole a que, si de verdad quiere a sus diputados, les vaya poniendo el correspondiente anillo en el dedo. Nada de apaños informales. De blanco y por la iglesia.
La noche del 28 de mayo todo iba conforme al guion previsto. Tras la sorpresa inicial, Vara se declaró perdedor y Guardiola y Ángel Pelayo celebraron la victoria. Luego llegó el anuncio de Pedro Sánchez de convocar elecciones generales. Y un poco después las maniobras de Feijóo para evitar la foto con Vox antes de las generales, recurriendo a la propuesta de permitir gobernar a la lista más votada, aunque eso significara renunciar a algunos territorios, entre ellos Extremadura. El anuncio de Sánchez trastocó lo que estaba transcurriendo con normalidad democrática en nuestra comunidad. El desconcierto posterior bien puede deberse a los intereses nacionales de las distintas formaciones. Una vez más, Extremadura supeditada a las intrigas de Madrid.
La sociedad extremeña está cansada de este «que sí que, que no que» al que nos someten nuestros representantes. Los partidos que se presentan como de centro derecha y de centro izquierda muestran reservas a la hora de pactar con fuerzas al extremo del arco parlamentario, pero no sabemos si los reparos son reales o se trata más bien de un ritual de apareamiento en el que se simulan desdenes y retiradas para luego acabar yaciendo juntos.
Nuestro sistema democrático, tal como está configurado actualmente, no contempla segundas vueltas. Con una segunda vuelta entre las dos opciones más votadas serían los ciudadanos, y no los partidos, quienes elegirían a su presidente. Pero hasta que eso llegue, si es que llega, los ejecutivos se conforman a base de pactos. Ello obliga a los grandes partidos a tener que aceptar e incluir en su programa de gobierno propuestas de fuerzas minoritarias. Nos gusten más o menos dichas propuestas, esas son las reglas que tenemos.
La idea de permitir que gobierne la lista más votada choca con nuestro sistema proporcional y pocas veces ha tenido recorrido, entre otras razones porque conduce al bloqueo en cada iniciativa que haya que votar. Además, anula la capacidad de influencia de fuerzas minoritarias acorde a su representatividad. A Guardiola y a Feijóo no les gusta salir a la pista de baile con Vox, pero es lo que han elegido los votantes. Si los partidos de centro se hunden, cosa que personalmente lamento, los gobiernos tendrán que formarse con aquellos partidos que obtienen representación. Afirmar esto es una obviedad y negarlo es simplemente antidemocrático, por más reservas que cada uno tengamos ante ciertas formaciones.
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