Sánchez humilla continuamente a la nación, especialmente, cuando busca debajo de las piedras los votos que le mantengan en el poder jaleado por sus copiosos y bien engrasados gineceos y androceos ministeriales y mediáticos
Germán Larriba
Catedrático de la UEx (jubilado)
Domingo, 11 de mayo 2025, 23:06
Desde que perdió las elecciones del 23J frente al PP, el Dr. Sánchez decidió entregarse al mundo separatista, cuyo voto necesitaba para acceder y mantenerse ... en el poder. El alimento espiritual exigido por el alma socialista fue calmado de inmediato con prebendas materiales de todo tipo, camufladas tras un ilusorio velo moral de victoria (o de venganza, según se mire) sobre los imaginarios herederos del fascismo. El mismo que hace casi un siglo derrotó al frente popular que él ha reeditado. Somos más que ellos, decía en su «gloriosa» noche, englobando entre los suyos a los del golpe de Estado de 2017, a los criminales de la ETA, numerarios o sucesores, a los insaciables recoge nueces del PNV, a algún otro independentista minoritario, y por supuesto, a Sumar y Podemos. Es decir, a una repugnante mezcla de representantes de ideologías de extrema derecha y consumados racistas, por una parte, y a comunistas y perroflautas por la otra. Lo más llamativo, si se puede extraer algo diferencial de tan nauseabunda cloaca, es la necesidad continua de los votos de un prófugo de la justicia, al que años antes se había comprometido a traer de una oreja ante los tribunales españoles. La inestabilidad del país, a la que, atónitos, asistimos, estaba servida. No en vano, cada vez que han preguntado al Dr. Sánchez su opinión sobre cuestiones de Estado, se ha limitado a contestar lo que habían convenido de antemano sus múltiples asesores. A sabiendas de que, al final, tendría que avenirse a lo que le exigiera el jefe del partido puigdemónico, Puchi para los amigos. Y puesto que la opinión del antojadizo Puchi no suele coincidir con la expresada por él previamente, no es infrecuente que el Dr. Sánchez cambie la suya sobre la marcha, y, con su infinita jeta, y sofismas que hieren la memoria y dislocan la razón, culpe de paso a la derecha y ultraderecha. Pero en el fondo todo se reduce a: «Yo, lo que diga Puchi», trátese de indultos, amnistía, OPA, etc. O lo que diga Junqueras, ese digno representante de la superior raza catalano-separatista. Por no citar a Yolanda. O a Ortúzar/Aitor, o a Otegi. O a los archicorruptos sindicatos. En fin, a cualesquiera que puedan poner en peligro su estancia en Moncloa. Así ha sido, así es, y así será hasta que finalice este pandemonio de legislatura.
Esta cantinela, «yo, lo que diga fulanito», me recuerda a un mequetrefe que conocí en mis tiempos de universidad que también cambiaba de opinión según soplaban los aires. Su bajo nivel de conocimientos le obligaba a servir exageradamente a sus mentores y ponerse a disposición de su amo de turno. En cierta ocasión, quedó profundamente agradecido a un profesor que se había prestado a ayudarle, hasta el punto de jurarle poco menos que eterno vasallaje. Unos años más tarde, ambos cayeron por sorteo en un tribunal de oposiciones. Contaba el profesor que, cada vez que el tribunal tenía que tomar una decisión, nuestro mequetrefe decía: «Yo, lo que diga fulanito». Con ello, mataba dos pájaros de un tiro. A la vez que pagaba, o así lo creía él, su deuda con el profesor, escondía su ignorancia y evitaba quedar en evidencia, ya que el nivel de los concursantes a la plaza y el contenido científico que allí se juzgaba estaban muy por encima de sus entendederas. Y, claro, el pobre no se enteraba de nada. Su precaria situación no facilitaba precisamente una lealtad duradera. De hecho, cuando el profesor le pidió que le devolviera el favor, nuestro esbirro se negó, aduciendo que ahora tenía un nuevo amo al que rendir tributo. Su vida se desarrolló conforme a este patrón. Podía ser de derechas o de izquierdas, cantar loas a Dios o al diablo, ser ecolojeta o promotor de invasión urbanística de espacios naturales.
Con estas conductas, ambos personajes colmaron sus ambiciones. El uno, como jefe de un partido desnortado que perdía elecciones y se jactaba de ganarlas. El otro, como visible chiquilicuatre de los mentideros del corrompido ambiente universitario en que se movía. El primero, pavoneándose como un matón de escuela al mando de un desgobierno nacional, desde el que se ha practicado la corrupción sistémica, despilfarrando nuestros impuestos para hacer patrimonios escandalosos, y dando cobijo a familiares y adláteres que lograron así situarse en posiciones económico-sociales con las que nunca habían soñado. El segundo, trampeando para que la burguesía local le considerara, con reservas, una eminencia intelectual. Personajes distantes, pero con una pauta común de comportamiento habitual en nuestros días (especialmente cuando nuestras ambiciones sobrepasan nuestras capacidades) que les ha permitido alcanzar protagonismo a expensas de perder su honor y dignidad. Uno no puede por menos que preguntarse qué nos ha traído hasta este momento de la historia, en el que la crisis moral imperante ha pervertido valores ensalzados y practicados por generaciones anteriores; incluso por los que crecimos durante el franquismo ¡Y hemos visto tanto en nuestra degradada partidocracia!
Pero conviene calibrar el alcance y consecuencias de los comportamientos indignos. Porque, mientras que nuestro mequetrefe se esfuerza por manifestar su indigencia intelectual sin hacer daño a nadie, Sánchez humilla continuamente a la nación. Especialmente, cuando busca debajo de las piedras los votos que le mantengan en el poder jaleado por sus copiosos y bien engrasados gineceos y androceos ministeriales y mediáticos (que van a sudar la camiseta, que jugarán hasta el último minuto, ni un balón por perdido, y otras sandeces dirigidas a mentes obtusas, fanáticas, o entregadas). Y, mira por donde, levantando piedras suele encontrar los votos que necesita, que no son otros que los del fugitivo de Waterloo (tú eres Pedro, y bajo esta piedra construirás mi gobierno). Nuestro doctor no los quiere regalados, no. Él quiere comprarlos a cambio de alimentar a su particular Mefistófeles (y al resto de demonios) con retazos del alma y del patrimonio de España y de abrir un abismo entre los españoles ¿Será posible revertir la situación? Dependerá de nuestro voto. Y de que lleguen al Gobierno verdaderos patriotas que defiendan a España.
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