
La hoguera frente a la caza
Nos hemos abandonado a la adoración de los ídolos del consumo, del individualismo y de la alienación
Gabriel Moreno González
Viernes, 9 de mayo 2025, 07:23
Secciones
Servicios
Destacamos
Gabriel Moreno González
Viernes, 9 de mayo 2025, 07:23
Muchos de mis cursos de Derecho Constitucional comienzan con una referencia a la gran novela de William Golding, 'El señor de las moscas', publicada en ... 1954, en la que se describen las peripecias de un grupo abandonado de niños en una isla remota, sin la intervención de unos mayores que parecen haber desaparecido de la faz de la tierra. Escenario que le sirve al autor para ir desarrollando una trama que ilustra a la perfección el origen mismo, primigenio, de nuestras comunidades, de nuestra propia sociedad, al tener los niños que organizarse mínimamente para poder subsistir y convivir. Desde el primer momento aparecen así necesidades humanas básicas, como las referidas al establecimiento de una autoridad, de unas normas, de unos símbolos, de unas referencias compartidas que permitan el desarrollo colectivo, al tiempo que surgen las tensiones inherentes a unos recursos limitados frente a unos deseos e intereses potencialmente ilimitados. Una fábula que condensa a los grandes autores de la teoría política que han intentado explicar el origen del poder y de la sociedad, con resonancias directas de Hobbes, Locke o Rousseau, y que constituye ya, sin duda, un clásico para los estudios sociales.
Quisiera detenerme ahora en un conflicto que atraviesa la obra, justo cuando los niños han conseguido más o menos organizarse y crear una estructura pretendidamente sólida en su primitivo estadio. Me refiero a las necesidades de mantener viva una hoguera en la isla, para alertar a posibles «mayores» que se acerquen desde el mar o desde el aire, y la de ir a cazar para poder tener alimentos y sobrevivir. En un principio consiguen un equilibrio entre ambos objetivos, pero con el paso del tiempo se les empieza a olvidar a los guardianes del fuego la necesidad de preservarlo y de alimentar, con ello, la que quizá sea la última esperanza de escapar de la isla. Los olvidadizos del fuego están más entretenidos cazando y disfrutando de la isla y de su aparente libertad, mientras que los más responsables, reducidos cada día, mantienen el respeto por el pacto originario y la consiguiente necesidad de cuidar del futuro sin evadirse en el disfrute del presente.
¡Qué tremenda metáfora de nuestros tiempos! Consumidos como estamos en la caza, en la aparente necesidad de disfrutar del aquí y del ahora desde el presentismo, nos hemos olvidado de cuidar el fuego, de cultivar la «casa común» para tenerla preparada de cara a un tiempo lleno desafíos que llega, que se acerca, que ya es casi presente. «La tradición no es la adoración de las cenizas, sino la transmisión del fuego», parece ser que dijeron Bejamin Franklin o Gustav Mahler. Hemos despreciado esa transmisión del fuego, esa preservación de los elementos esenciales y civilizatorios que nos definían, y nos hemos abandonado a la adoración de los ídolos del consumo, del individualismo y de la alienación. Pero, a diferencia de la gran novela de Golding, los adultos no vendrán al final para salvarnos, porque los adultos somos nosotros mismos, aquí y ahora.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.