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Eurohard

En los 80 teníamos unas ganas tan enormes de hacer cosas que transformaran Extremadura, que nos jugaron algunas malas pasadas, generalmente de la mano de aprovechados vendedores de humo, cuando no directamente estafadores

ANTONIO ROSA PLAZA

Sábado, 12 de junio 2021, 09:17

Allá por 1983, nos vendieron una moto sin manillar; informatizada, pero sin manillar. Nos la vendió Cesar Ramírez, presidente de Sodiex tras la llegada del PSOE al gobierno en 1982, que de la mano del entonces presidente de Visa España, Eduardo Merigó, nos trajo a Cáceres una «fábrica de ordenadores» desde Inglaterra; o al menos eso nos dijeron. «Ordenadores bajo las encinas», tituló alguna prensa nacional. Corrían los primeros 80, parecía que aquello nos ponía a la cabeza de un mundo informático que comenzaba a despegar; en aquellos tiempos aun no teníamos ordenadores en las oficinas, escribíamos a máquina. Aún recuerdo el primer Dragón, así se llamaban «nuestros» ordenadores, creo que en el despacho del presidente de la Junta que, lógicamente, hizo bandera con él de nuestra modernidad.

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Pero Eurohard no fue nunca una empresa fabricante de ordenadores, sino que se limitó a montar los componentes que se fabricaban en Inglaterra, una fábrica que cerró tras la instalación de Eurohard en Casar de Cáceres, con lo cual lo único que podía hacer la empresa extremeña era ensamblar los componentes que le quedaban.

Cuando la encina volvió a dar bellotas y dejaron de caer de sus ramas los ordenadores, nos dimos de bruce contra la dura realidad; y allí estaba yo, consejero de Industria en una región con muy poca industria, para deshacer, dentro de lo posible, el entuerto; para decir a la opinión pública, a los bancos y a los trabajadores, que aquello no tenía solución; que la quiebra en la que se encontraba la empresa, con más de 800 millones de pesetas de deudas, era imposible de superar; que los bancos acreedores se fuesen olvidando de recuperar las deudas, que fueran provisionándolas; que a los trabajadores salvo su conocimiento aprendido en la fábrica de ensamblaje, les quedaba poca cosa; que no teníamos ninguna posibilidad de crear a partir de ese conocimiento ninguna fábrica, real, de ordenadores; que era absurdo pensar que íbamos a competir con los gigantes asiáticos que ya andaban por el mundo vendiendo los suyos. Así y todo, liquidada Eurohard –con poco coste político para quienes habíamos sido de alguna forma responsables, responsables engañados, pero responsables–, hicimos algún esfuerzo para recuperar el empleo de los 80 trabajadores dejados bajo la encina, apoyándonos en su conocimiento y en las instalaciones de la empresa, instalaciones puesta en su día en marcha en un par de naves al pie de la N-630, dónde durante muchos años se seguía viendo escrito en sus paredes el nombre: Eurohard para recordarnos cuando pasábamos por allí que las ganas tan enormes que teníamos de hacer cosas, de cosas que transformaran la región, nos jugaron algunas malas pasadas, generalmente de la mano de aprovechados vendedores de humo, cuando no directamente estafadores.

Los intentos de recuperar, al menos, los empleos perdidos con la caída de Eurohard, estuvieron a punto de jugarnos una nueva mala pasada. Durante 1987 mantuve conversaciones y negociaciones con Michel V. Diago, presidente para Europa de First Internacional Computer, filial de la multinacional de Taiwan Formosa Plastic Group, fabricante de los Ordenadores Leo.

El 20-10-87 en consejo de gobierno aprobamos el acuerdo que había suscrito con dicha empresa, mediante el cual subvencionaríamos con diversas ayudas el proyecto de inversión que la empresa realizaría en Cáceres, en las antiguas instalaciones de Eurohard que les vendería Sodiex, donde llevaría a cabo el ensamblaje de los ordenadores fabricados en China, contando para ello con los trabajadores de la antigua Eurohard. Escaldados por lo ocurrido con aquel proyecto, tomamos todo tipo de precauciones para asegurarnos que no aportábamos ni una peseta hasta que se materializaran las inversiones. También, en el consejo de gobierno decidimos ser muy prudentes a la hora de presentar el acuerdo públicamente. En las negociaciones habían participado el Ministerio de Industria y el INI, lo cual nos aportaba una cierta tranquilidad.

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Dos meses después, el 22 de diciembre de 1987 nos despertamos con la noticia a cuatro columnas en la portada del HOY: «No se instalará en Cáceres la firma de ordenadores de Taiwan».

¿Qué había pasado? Pues que los auténticos chinos, los de la First International Computer Inc., (ojo al Inc. final), no tenían nada que ver ni con las negociaciones ni con el acuerdo; que ni First International Computer (sin Inc) ni Michel V. Diago, tenían nada que ver con ellos. Los chinos pusieron tanto interés en desmentir su supuesta relación con nosotros, que hasta pusieron en el HOY un gran anuncio, en el que reiteraban el desmentido y la no relación con el proyecto.

¿Qué había pasado? Pues al parecer que el tal Michel, americano de California, que sí había tenido algún tipo de relación con los chinos, se había adelantado a algo que después no pasó, la formalización de dicha relación con los de Taiwan.

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En definitiva, como publicó HOY en un editorial que reproduzco, nos crecían los enanos.

«Parece como si los hados nos quisieran condenar a producir maíz, criar cerdos –aunque sean ibéricos– y ovejas merinas. Algunas cosas más, incluidos productos industriales, que tampoco conviene exagerar. Pero los intentos de crear en Extremadura un nuevo Silicon Valey, aunque sea pequeñito, no llevan camino de cuajar. Cada vez que se trata de hacer gestiones para que Extremadura se incorpore a industrias punteras, como la de la informática, el demonio las enreda o nos crecen los enanos, como si fuéramos propietarios de un circo maldito. Decir a estas alturas Dragón es como mentar la soga en casa del ahorcado. Porque cuando ya estábamos olvidando la pesadilla y los dragones casi no recordaban otra cosa que los festejos populares de la cacereña fiesta de San Jorge, hete aquí que vuelven las complicaciones para la que en teoría iba a ser la heredera indirecta de aquella primera aventura empresarial informática. Ya Cáceres se frotaba las manos de gusto, porque contaría con una empresa filial de una multinacional, la First International Computer Inc., con casa matriz en Taiwan. Ahora los amos del invento salen diciendo que ellos no saben nada y que allá el señor que vino prometiendo el oro y el moro. O sea, que todo se tambalea. Menos mal que Sodiex esta vez no entró en el negocio y la Junta nadó y guardó la ropa, diciendo que no habría subvenciones mientras no hubiera inversiones. Aunque al final, como nos tememos, nos quedemos sin ordenadores».

Efectivamente, nos quedamos sin ordenadores. Tiempo después vendría la apuesta extremeña por la Sociedad de la Información, por el software libre, por Linex, que llevó a Rodríguez Ibarra a decir que «Bill Gates no tenía miedo a Extremadura; a lo que tiene miedo es a que esto –Linex– se extienda por el mundo. Una vez conquistamos América y quizás esta sea la segunda, la conquista de la libertad». Eran otros tiempos, yo ya no estaba allí y Rodríguez Ibarra seguía rompiendo cristales.

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