
Recuerdos de la pandemia de un médico de familia
Daniel Serrano Collantes
Médico de familia
Jueves, 24 de abril 2025, 22:53
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Daniel Serrano Collantes
Médico de familia
Jueves, 24 de abril 2025, 22:53
Era el mes de enero de 2020. Ese día trabajaba en un consultorio de una pequeña aldea, donde iba dos días a la semana. Acabé ... un poco antes porque teníamos una reunión, imprevista y con cierto carácter de urgencia. Era la primera reunión sobre el covid 19 –después vendrían muchas más– en el centro de salud. Mientras iba conduciendo desde el consultorio iba pensando que lo del covid sonaba muy lejano, de China, donde habían construido hospitales en tiempo récord, pero nos distanciaban miles de kilómetros. Los medios de comunicación se hacían eco, pero seguía sonando distante, algo que no nos afectaría. Estábamos convocados todo el equipo de médicos y enfermeras, diez en total. Una reunión más, pensé. Pasados los meses y años, me acordaría de esta reunión. En general, creo que esta era la sensación que reinaba en la población y también entre los profesionales de la salud. Pasado poco tiempo el covid se extendió rápidamente por todo el mundo.
Y llegó el primer caso de covid en el equipo de trabajo del centro de salud. Era un administrativo. El delegado de salud, que comenzaba a estar desbordado, nos indicó que se cerrara por unos días. A partir de ese momento la estrategia cambió y comenzamos a trabajar en espejo, es decir, nos dividimos en dos equipos, cada uno de ellos, con administrativos, enfermeras y médicos, y nos íbamos turnando trabajando días alternos, de modo que, si alguien se contagiaba, no se tendría que cerrar el centro de salud. Fueron esos los únicos días que estuvo cerrado.
En el centro de salud el número de casos de infectados y sospechosos, que era mínimo al inicio, fue aumentando. Muchos eran controlados telefónicamente a diario y otros de manera presencial. Con cierta periodicidad los protocolos cambiaban. A veces teníamos que derivar al hospital, después de una conversación de control con el paciente. Recuerdo a la primera paciente que tuve que referenciar al hospital por un agravamiento en su sintomatología. Era una mujer de unos 50 años que, aunque estuvo internada bastante tiempo, sobrevivió. No ocurrió lo mismo con un bancario relativamente joven, de unos 45 años. Trabajaba en un banco del pueblo y era el que siempre me atendía cada vez que iba, aunque vivía en un pueblo cercano y por tanto tenía allí su médico de familia. Al llegar una mañana al centro de salud me enteré que había fallecido. Según supimos, se había infectado, como muchos otros; había empeorado y le aconsejaron en su centro de salud que fuera al hospital, pero él dijo que no, que esperaría a ver cómo iba reaccionando. Pero ese tiempo no llegó y al día siguiente falleció en su casa. Pronto se comenzaron a ver casos así, infectados, muchos de ellos jóvenes, que aparentemente estaban bien y repentinamente fallecían. Se habló de varias causas. Se descubrió que el covid también provocaba afectación cerebral y, por tanto, al centro respiratorio. Normalmente, si respiras mal, sientes disnea, falta de aire, tu cerebro lo nota, y tiendes a reducir los movimientos para ahorrar oxígeno. Pero se vio que algunos pacientes, a pesar de que les faltaba oxígeno, por ejemplo, por debajo del 80% de saturación (lo normal es por encima de 95%), no tenían disnea. Se levantaban, hacían algún pequeño esfuerzo y caían muertos porque al caminar los músculos consumían oxígeno. También se habló de otras causas como la trombosis pulmonar, microtrombos, ictus, arritmias ventriculares u otros problemas cardiovasculares, en personas sanas y sin riesgos. El caso de Ángel fue un mazazo, porque nos deparaba una cruel realidad y es que cualquier persona, incluso joven, sin riesgos, podía fallecer repentinamente, de un día para otro. Eso nos metió miedo a todo el equipo. Saber que podíamos estar hablando con alguien infectado por teléfono y que al día siguiente podía fallecer. No era lo frecuente, pero era una realidad que existía, y la habíamos sentido muy cerca de nosotros.
Tuvimos que adaptarnos a los protocolos de colocación y retirada de los EPI (Equipos de Protección Individual) que poco a poco fuimos aprendiendo de memoria, a los turnos prolongados con él puesto, incluso en verano. La bata, la mascarilla, la protección ocular, los guantes… y dentro de todo eso un pequeño detalle, pero relevante para los que usábamos gafas y es que se nos empañaban continuamente. Utilizamos varias opciones, pero ninguna era buena. Hasta que un día leí un artículo de Alonso de la Torre en HOY que se refería a un artilugio hecho con una impresora 3D para evitarlo. Le escribí y me los mandó para todo el equipo y así solucionamos el problema. Le escribí agradeciéndoselo en nombre de todo el equipo. El espíritu de solidaridad durante la pandemia fue lo mejor que nos dejó.
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