Desde hace unos días, la gente anda confusa porque quiere felicitar algo sin saber cómo hacerlo. Navidad, fiestas, solsticio, año nuevo… Lo cierto es que ... muchos de los que rehuyen del término navidad por sus connotaciones religiosas son fanáticos de la religión del consumo; y otros tantos que sacan pecho de cristianos viejos arderán en el infierno por racistas y por mala gente.
Publicidad
En estas fechas, la mayoría celebra el gran culto al crecimiento económico mediante la incentivación de la compra desenfrenada de cosas inservibles, programadas para ser obsoletas y dañinas, cuyo único sentido no es el producto en sí mismo sino el acto de consumirlo, que retroalimenta la economía de forma infinita. Como hámsteres obedientes, nunca nos salimos de la rueda. El consumo tiene sus liturgias y sus santos: san Valentín, san cumpleaños, san aniversario, santas rebajas, san sin IVA, san buenas notas o san remordimiento. Cada parroquia multinacional tiene técnicas propias de evangelización en el credo del todopoderoso Mercado. Tiene también sus mediadores. Aquí ya vamos por cuatro: los reyes y papa Noel, pero en otras zonas se suman los regionales: olentzero, tió de Nadal… Comprar es comulgar. Desenvolver regalos es rezar. El templo es el centro comercial, representación limpia, aséptica y brillante de lo que será la otra vida, donde a cada uno, si hemos sido buenos consumidores, se nos entregará una tarjeta de crédito con fondos ilimitados y una suscripción a Amazon Prime.
La pascua de la religión consumista se prologa durante mes y medio de esquizofrenia colectiva. La gran saturnal se extiende desde el Black Friday –que ya es una Black Week– hasta Reyes, deteniendo el tiempo en una eterna navidad. Los judíos no trabajan el Sabbat y nosotros, para que cumplamos correctamente el precepto religioso, cobramos una paga extra a mediados de diciembre que debemos entregar como ofrenda al centro comercial. La otra paga llega en la antesala del verano, para que cumplamos con el precepto de peregrinar a la playa. El incienso de los grandes fastos religiosos ha sido sustituido por las luces de navidad. Las ciudades compiten por mostrar mayor fervor gastando centenares de miles de euros en una iluminación que ni es bonita, ni es sostenible, pero que santifica con resplandores el acto de comprar. «¡Que las enciendan antes y más tiempo!», dice la patronal, pues parece que sin luces no sabemos comprar. Todo credo necesita sus estímulos.
Hace unos días escribía Sergio C. Fanjul en las páginas de El País que «Jesús expulsó a los mercaderes del templo y dos milenios después los mercaderes le han expulsado de su cumpleaños». La historia no se repite, pero a veces rima. Las nuevas religiones se asentaron sobre las prácticas y los templos de las antiguas. De ahí que muchas iglesias estén cimentadas sobre antiguas mezquitas. La religión consumista, eso sí, ha aprovechado todo lo relativo a los ritos, preceptos y dogmas, pero ha roto la continuidad espacial con los templos. Los centros comerciales se construyen a las afueras porque necesitan amplios aparcamientos.
Publicidad
Que tengan unas felices compras.
Primer mes sólo 1€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión