La recompensa
No puedo dejar de pensar en lo absurdo del proceso de las oposiciones de profesores de secundaria
Carmen Clara Balmaseda
Jueves, 12 de junio 2025, 08:03
A poco más de una semana para que comiencen las oposiciones de profesores de enseñanza secundaria, no puedo dejar de pensar en lo absurdo del ... proceso: la prueba escrita consiste en verter de memoria y en el menor tiempo posible un tema para el que no están estipulados los contenidos mínimos; en la prueba oral no hay ningún tipo de registro físico de cara a una reclamación. De que un aspirante a profesor no pueda utilizar la pizarra en su exposición oral, mejor no hablamos.
Habría consuelo si el resultado dependiera del esfuerzo, pero lo cierto es que una buena parte del mismo se encomienda al azar. Historias estrambóticas de las oposiciones conocemos todos: el que presenta una misma programación que en una convocatoria es calificada con un sobresaliente y, en otra, con un suspenso; o al que invalidan una prueba por detalles intrascendentes como el tipo de letra o el uso de acrónimos o siglas. Pocas desgracias hay peores que convertirte en el protagonista de alguno de estos episodios, porque supone encontrarse indefenso ante un sistema que, de acuerdo a las bases, no te permite alegar una sola palabra en tu descargo en caso de querer reclamar la nota.
No es de extrañar, pues, que últimamente las expresiones de hastío inherentes al alumnado hayan quedado eclipsadas por las de angustia de sus profesores interinos, que se preguntan si la recompensa valdrá todo el sacrificio. Una recompensa que no es otra que trabajar como esclavos, por ferviente que sea la vocación, durante más de treinta años en algo que quizá ni siquiera responda a las expectativas. Una profesión cada día más menospreciada y desagradecida. Visto así, hasta podría merecer la pena, ¿o no? Miguel Delibes decía que todos tenemos un camino marcado en la vida y, así como el protagonista de 'El camino' «sentía que renunciaba al suyo por la ambición de su padre», a veces me pregunto si nosotros renunciamos también al nuestro por la ambición de una sociedad que nos quiere alienados en una oficina y lo único que nos ofrece a cambio es un sueldo fijo.
Seamos honestos: el trato, en apariencia, no es del todo injusto. Por eso lo aceptamos de buen grado y nos olvidamos de cuando aspirábamos a ser escritores, astronautas, deportistas o estrellas del rock. Nuestro camino es ahora muy distinto al que un día fue: ahora solo queremos el empleo estable, que es el que financia la hipoteca, la cervecita del viernes, el partido del domingo y las vacaciones en verano. Migajas de pan que nos van dejando a lo largo del camino para que obviemos el hecho que nuestras vidas se parecen cada vez más a una adaptación mediocre de El día de la marmota.
Resignados, el día 21 muchos compañeros irán a pelear por una plaza (¿qué otra cosa pueden hacer?), así que solo me queda desear suerte para los que la merezcan; y, para los que no, también. Tampoco puedo pretender cambiar el mundo en quinientas palabras. Así son las oposiciones, y quien lo probó lo sabe.
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