Se despertó en un hospital comarcal de Cataluña. Eufórica. La causa del ingreso, un intento de suicidio. El psiquiatra concluyó que padecía trastorno bipolar.
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Ella ... se siente el espejo de Alicia en el País de las Maravillas. La liberó conseguir su diagnóstico, la 'etiqueta rea' de su enfermedad.
Sufrió contenciones, tanto químicas como físicas, durante su estancia hospitalaria. Se aisló y se retrajo tras conseguir el alta. Sólo las burlas hacia su hija, a la que desacreditaban por ser 'la hija de una loca', la animó a salir de casa.
Es pintora, rebosa talento. Conserva un cuadro que creó durante la primera crisis de salud mental que recuerda, cuando las voces que escuchaba en su cabeza le daban órdenes sobre lo que debía plasmar en el lienzo.
Cuatro mujeres diferentes, alejadas dentro de la geografía española, pero con muchas cosas en común. Ellas nos regalan sus testimonios en el documental 'Relatoras de vida'. Un trabajo audiovisual que forma parte de un proyecto de emprendimiento e innovación social mucho más ambicioso y en el que participa Extremadura, gracias al empeño de profesionales como Alicia Naharro, psicóloga y técnica de Feafes Zafra.
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Tratan de explicar al mundo qué es una enfermedad mental, las necesidades que tienen y cómo deben plantearse soluciones. Sin lamentos. Pura realidad contada desde el activismo que desarrollan en el medio rural catalán y en el extremeño.
Ponen de manifiesto, por si fuera poco, que el hecho de ser mujeres las enfrenta a mayores dificultades. El enfoque clínico continúa siendo neutro, como si hombres y mujeres vivieran en cuerpos idénticos, con los mismos cambios hormonales, los mismos ritmos y las mismas cargas. Lamentablemente, las enfermedades también tienen género.
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Las mujeres recurren menos a los servicios terapéuticos porque no tienen tiempo. Muchas se conforman con la medicación, sin recibir ningún otro tipo de ayuda. El problema es que esta decisión no es una elección personal. Deciden prescindir del resto de recursos ante la dificultad de conciliar su vida personal con sus ocupaciones familiares. Es paradójico, y cínico, que consigan incapacidades laborales permanentes para desarrollar sus respectivas profesiones y, sin embargo, se las considere perfectamente preparadas para cuidar a todo su entorno.
A este hándicap se añade otro fundamental: el efecto de estos químicos en otros ámbitos de la salud, como la sexual. Los hombres disponen de amplia información sobre posibles disfunciones. Ellas no.
Pero lo más escalofriante es la desprotección que sufren cuando son víctimas de una agresión. Padecen mucha violencia física, psíquica y sexual, y sin embargo, se les suele recomendar consultar con sus psiquiatras antes de interponer la correspondiente denuncia. De una forma sutil se cuestiona su declaración, su angustia.
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A pesar de este escenario, estas relatoras no quieren ser heroínas. Pretenden ser escuchadas sin prejuicios y que se tenga en cuenta que detrás de cada diagnóstico, probablemente haya una historia de maternidades interrumpidas, trabajos precarios, cuidados invisibles y sueños pospuestos. Lo que hacen es mostrar nuestras vergüenzas como sociedad sin pedir compasión, solo justicia.
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