Ante los nuevos cambios

TRIBUNA ·

Se juega con el pueblo, se le engaña en aras de «convivencias», se enmascara el fraude de ley, la desigualdad y la ruptura, y se presentan como verdades lo que no son, como hacían los sofistas. España, sin su unidad y particularidades que la enriquecen, no sería ni la misma ni se podrían mantener los niveles de bienestar

Felipe Gutiérrez Llerena

Sábado, 26 de noviembre 2022, 10:10

En la Edad Media se debatió sobre la preeminencia de los poderes terrenal y espiritual, resolviéndose la cuestión en favor de este último, como se ... puso de manifiesto con la excomunión del emperador Enrique IV del Imperio Sacro Romano Germánico por el papa Gregorio VII. Enrique pasó tres noches bajo la nieve ante el castillo de Canosa (1077) suplicando ser recibido y perdonado por el papa, pues la excomunión suponía entre otras cuestiones la desvinculación de todos sus súbditos. El emperador se vio de pronto más solo que la una, pero, como «a la fuerza ahorcan», de esta manera Enrique pidió perdón. La preeminencia del Papa quedó a salvo. Pero la teoría política fue evolucionando.

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En el siglo XVI en España, tras el fracaso de la comunidades y las germanías, en tiempos de Carlos I, los pensadores estuvieron más preocupados con la obediencia debida al monarca que con la rebelión ante el poder tiránico, aunque mentes levantiscas y revoltosas siempre las hubo. Una de ellas fue la del padre Juan de Mariana (1536-1624), jesuita, autor del tratado político 'De rege et institutione', donde, de alguna manera, justifica el tiranicidio, lo que ya formaba parte de la tradición cultural española. Pero no pensemos en reyes como Enrique III, Luis XVI de Francia o Carlos I de Inglaterra, que fueron asesinados, sino en quienes detentan el poder. En la actualidad, en las monarquías constitucionales los reyes representan a las naciones y ejercen equilibrio entre las fuerzas políticas, pero gobiernan los presidentes de Gobierno, que son quienes, en el ejercicio del poder, instalados en la pendiente de la arbitrariedad, pueden llegar a convertirse en tiranos.

Posteriormente, otros pensadores españoles asociaron el ejercicio del poder civil con el bien común de la comunidad (Francisco Suárez) y después con la Ilustración, el poder se justificó en 'El contrato social' (Rousseau), que viene a ser un contrato entre iguales, pues primaría la decisión de los individuos sobre el destino. Volvíamos así al 'demos' griego: a la democracia y a la soberanía nacional. Los nuevos aires cambiaron muchas cosas como la división del poder (ejecutivo, legislativo y judicial) –Montesquieu– y su funcionamiento. Después vendrían la incorporación de los valores sociales de protección y el reconocimiento de derechos. Todo esto suele recogerse en las constituciones que establecen los marcos, límites, del ejercicio de los poderes, así como el estricto cumplimiento de las leyes, que a todos obligan. Tanto obligan, que el primer deber de todo gobernante es cumplir y hacer cumplir las leyes. Ya no caben interpretaciones en función de ninguna postrimería, ni hacerse leyes en beneficio de nadie, pues la patria ya no pertenece a nadie, sino a los ciudadanos.

En España en 1978, tras muchos avatares, nos dimos una Constitución de consenso, pues las anteriores, que fueron muchas, señal de las inestabilidades políticas a que estuvo sometida la nación española, todas eran partidistas de unos contra otros. Esta, a pesar de servir para la alternancia política, ha sido cuestionada sobre todo en estos últimos años, y se ha dicho sobre ella una cosa y la contraria. Y el pueblo español, que la refrendó, aguantando. Hasta hace poco no era así. Se está jugando con el pueblo, se le engaña en aras de «convivencias», se enmascara el fraude de ley, la desigualdad y la ruptura, y se presentan como verdades lo que no son, como hacían los sofistas. España, sin su unidad y particularidades que la enriquecen, no sería ni la misma ni tampoco se podrían mantener los niveles de bienestar ¡En ningún territorio! ¡Todos somos igualmente necesarios! Hay dificultades, pero con la ruptura, que los nacionalismos procuran, no sería posible superarlas. Lo malo de todo esto es que es sabido, pero, parece, no interesar a nadie o casi nadie ni en el Gobierno, que con algunas medidas favorecen un cambio a ninguna parte. ¿Nos hemos vuelto locos?

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Hubo una vez un país llamado España, que estaba vertebrado, se decía, por muy poquitas cosas: la EGB, que desapareció, pues la educación fue fraccionada, como lo fue la Seguridad Social; El Corte Inglés, cada vez menos importante, y un partido político, al menos así lo creíamos algunos, que se identificaba con España, las fuerzas de seguridad del Estado (ya no), las Fuerzas Armadas y poco más. Ahora, sabemos, no era así. El PSOE, en la actualidad, difícilmente puede identificarse con sus siglas, al menos en su significado más literal, pues lo de español viene a ser una bufonada desde el momento que coquetea con la ruptura territorial y antepone intereses particulares. Ya son muchas las decisiones personales: indultos a golpistas, traslados de presos de ETA al País Vasco, cambio de posición política sobre el antiguo Sahara español, cortinas de humo (Pegasus y otras lindezas), asalto a instituciones políticas, abandono del castellano en algunas autonomías y con ello la pérdida de derechos de muchos ciudadanos, que no súbditos, y ahora viene la supresión del delito de sedición y la reforma del delito de malversación. Este proceder recuerda más al centralismo democrático propio de los partidos comunistas que al de los socialistas, o ¿ya no se acuerdan los socialistas que esta era su gran diferencia? Frente al ordeno y mando, la libertad (Fernando de los Ríos).

Frente a la consigna repetida estos días: «Tenemos un país más pacífico», pienso, tal vez, que lo que tenemos es menos país. No hay pacificación sin la actuación de los tribunales y el cumplimiento de las leyes ni hay más responsable que los condenados. Estamos ante cesiones, claudicaciones y apaños. Y esto no es la paz, sino la antesala al precipicio.

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Tanto se veía venir que algunos llegaron a amenazar con el abandono. Las gambas, según un vídeo que ha circulado por las redes, hay que saberlas pelar bien y, parece ser, dentro no solo se pelan mejor, sino que hay más que pelar.

El círculo se cerrará cuando se derogue la Constitución, en ello parece están, y con ella la monarquía constitucional, símbolo de la unidad de la nación española. Y ahora nietos y allegados de algunos de los que perdieron y de los que ganaron la guerra en 1939 quieren ganar la suya, pero sin pegar un tiro, que no es otra que cargarse la Transición política.

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Y la nación española, o lo que quede de ella, a empezar de nuevo.

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