Decepción
Midiendo las palabras ·
Ana Zafra
Domingo, 15 de junio 2025, 23:24
Escribo este artículo un viernes recién levantada, con la radio familiar como fondo que, aun con volumen tenue, últimamente me despierta con el ruido estridente ... de una inquietante actualidad.
Entre olores de bombas lejanas y luces de sirenas en inglés percibo el olor pútrido de la política, de acá y de allá, pero es, sobre todo, la de aquí la que hoy agría mi café, que se transforma, bajo el hartazgo y la desesperanza, en un caldo negruzco e indigesto. Mojo unas galletas que, aunque recién horneadas, me saben a rancio. A pasta amasada con dinero ajeno en oscuros obradores. Y noto la indigestión que la derrota empieza a urdir en mi cerebro.
¿Cómo digerir que quienes llegaron al poder montados en la palabra limpieza tengan ahora las manos tan sucias? ¿Cómo tragar que los que vinieron a barrer la corrupción se hayan llenado los bolsillos con cada movimiento de sus escobas? ¿Cómo engullir tanta hipocresía?
Pienso que, quizás, sea la costumbre de comer siempre lo mismo lo que está revolviendo mi estómago. Y exploro alternativas.
Busco en el armario de la derecha, ese al que no tengo costumbre de acudir. Encuentro un producto añejo, envuelto en consignas que, en lugar de ofrecerme sus bondades, solo habla de las maldades del de enfrente. Miro en el fondo del envase y una foto traidora me causa una náusea repentina. Hallo en la misma balda a una mujer, chulapa y deslenguada, que dispensa la libertad en forma de cervecitas –cual si fuese la inventora de tan consolidado placer– mientras intenta prohibir que, en las universidades, los estudiantes, ese reducto pensante y libertario, exhiban pancartas o se manifiesten por sus ideales. «Ocio sí, pensamiento no» no me resulta un buen lema para desayunar.
No busco más allá porque no quiero un paquete de cereales llamado «Patria» donde solo caben los que ellos decidan. Prefiero, entre los copos de avena, encontrar chocolate negro y frutas de todos los sabores.
Me muevo por la cocina y en la estantería del fondo tampoco veo qué desayunar. Encuentro soflamas vanas de libertad que saben más a humo que a las magdalenas que hacía mi madre. Encuentro adalides del feminismo que, al agitar la cuchara, se revelan agresores sexuales o casposos depredadores. Siento que allí tampoco encontraré qué comer pues, en su pelear constante por ver quién va el primero, apenas podré untar una tostada sin que discutan cuál es el aceite y cuál el jamón.
Y vuelvo a mi taza ya fría y a mi despertar de café natural mientras siento que, poco a poco, un halo nos va oscureciendo. Que nos vamos convirtiendo en un país decepcionado. O, en su temible anverso, demasiado entusiasta. Que quienes crecimos estrenando democracia, estamos a punto de apostatar de puro cansancio. Y que de aquel voto de mis dieciocho, que me supo como el primer sorbo de alcohol adolescente, solo me va quedando ya una resaca molesta y pertinaz.
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