Midiendo las palabras

El color de la Navidad

Imagino un pesebre sin los animales que el agua se llevó, una Virgen con botas de agua y un san José con los pantalones llenos de lodo reseco

Ana Zafra

Lunes, 16 de diciembre 2024, 07:30

Por alguna moda o conveniencia, medio mundo se dedica a cantar 'Blanca Navidad' como si la nieve fuese un atributo indefectible del calendario. Y da ... igual que como, pongamos, en media Extremadura este fenómeno sea tan poco frecuente que algunos lo recordemos aludiendo al «año aquel en que nevó». Seguimos rodeándonos de abetos de plástico escarchado y belenes a medio enjalbegar, empeñados en mezclar la helada Finlandia con el Jerusalén año cero, mientras un Sinatra soñando con 'White Christmas' envuelve nuestros oídos.

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Sin embargo, la Navidad no siempre está llena de colores algodonosos.

Pienso, por ejemplo, en el color marrón que este año permanecerá pegado a las calles de media Valencia. En el barro nacido de una naturaleza enfadada y de la ineptitud de quienes no supieron afrontarla y en el fango que aún embadurna casas y voluntades. Y me imagino un belén terroso. Con un pesebre sin los animales que el agua se llevó, una Virgen con botas de agua y un san José con los pantalones llenos de lodo reseco acomodando al Niño en una cuna rescatada de los escombros, unos pastores llevando palas y cubos y unos Reyes visitándoles sin oro ni incienso en sus baúles.

Pienso, también, en el color gris del mismo territorio por el que hace unos dos mil años María y José vagaron buscando un lugar seguro en el que traer a su hijo al mundo, un mundo que no ha mejorado mucho desde entonces. En un Herodes, no romano sino tan judío como aquel que ahora celebramos, que odia a los niños que nunca se plegarán a ser sus súbditos. Y me imagino un belén, plomizo y polvoriento. Con una mujer joven, sin marido que la ayude, pariendo entre cascotes mientras, en lugar de una bienaventurada estrella, el fuego de un misil alumbra el nacimiento.

Pienso, además, en el rojo. No en el de ese Santa Claus de Coca-Cola, sino en el de la vida derramada en Ucrania. Veo la sangre empapando y extendiéndose por un suelo, ahora sí nevado, acostumbrado a ser regado con dolor. Y me imagino un belén donde unos soldados atienden a una joven pariendo un hijo que quizás nunca deseó engendrar, vistiéndolo con jirones hechos de absurdas banderas mientras, en lugar de parabienes, se escuchan detonaciones.

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Pienso en el azul oscuro de un mar en la noche. En una barca atestada de gente en la que apenas se distinguen los vivos de los que ya murieron. Y me imagino a una mujer desesperada, intentando no parir hasta llegar al puerto donde su hijo disfrute de, al menos, una noche de paz. La estrella polar como única guía al pesebre.

Mientras tanto, donde la Navidad tiene el color del dinero, seguiremos adornándola de oro y brillantinas. De luces y envoltorios. De belenes ostentosos con vírgenes regias. De mesas fastuosas y deseos caros. Y seguiremos blanqueando conciencias intentando que una nieve imaginaria congele nuestro corazón.

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