LECCIONES DE ABISMO

El pueblo

Alonso Guerrero

Viernes, 10 de octubre 2025, 23:15

A Trump lo eligió un pueblo que quiere acabar con la democracia. La democracia aburre, por eso los jueces siguen ocupados en mirar las monedas ... de dólar que el presidente quiere acuñar con su estremecida caricatura en ambas caras. ¿Pero quiénes componen ese pueblo? Gente que sale a cazar grizzlies al bosque, que hace barbacoas con chuletones de kilo y medio, va a los partidos de baseball, a las boleras, se pasa horas insomnes viendo partidos de la NBA y combates de lucha libre, gente que no lee un libro en su vida, cuyo principal referente es el granjero del medio oeste que solo ve el mar desde las suites de los hoteles de Miami y se lleva el rifle por si otea con los prismáticos una cámara de tractor medio inflada, con un cubano dentro.

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Trump es el resultado de ese voto, endémico en Estados Unidos. No es un voto útil, sino ideológico. Ni siquiera ideológico. Es un voto televisivo, emitido por tipos a los que no les gusta el país en que viven. Es un voto ajeno a la cultura, al criterio, al análisis y al raciocinio que debería ejercerse cuando elegimos a un gobernante. La formación que recibe la clase media-baja norteamericana es parecida al cuidado con que se incuba el huevo de la serpiente. Ahora ese gentío que ocupó el Congreso intenta fastidiar la cultura elitista de las clases pudientes, negando fondos a la Universidad de Harvard. A los que no fastidiará será a Wall Street y al Pentágono, sus dos únicas escrituras de propiedad.

En España el pueblo ha estado sufriendo una degradación parecida desde hace décadas. Porque ese tipo de política que crea zotes es una inversión. Potentados y políticos han hallado el camino más recto para que la gente no piense. Ese camino consiste en sustituir la calidad educativa por los derechos, como si fueran incompatibles. Desde 1992 se ha conseguido que la educación no funcione, porque el interés, la inteligencia, la curiosidad son ventajas con las que nadie debería contar. Crean agravios comparativos. Hay que poner las condiciones para que lo único a que uno pueda aspirar sea a sobrevivir. Somos el único país europeo en el que la corrupción no acaba con los partidos políticos, el único en que gobernar no tiene nada que ver con gestionar. Sin embargo, nada de esto importa a un pueblo sometido artificialmente a la indiferencia. El pueblo español es un cadáver al que sólo se permite hacerle la autopsia. Nos han educado para votar a los partidos igual que a seguir a los equipos de fútbol: con fe y babas.

El proceso es fácil y barato. El poder ha de acabar con las últimas ascuas de la cultura, porque la cultura representa la disidencia. Antes se quemaba a los hombres que se oponían. Ahora se les deja adolecer hasta la muerte. La televisión, internet, la escuela, la universidad, todo arroja una información vacía. Pronto habrá que sacar la palabra «verdad» del diccionario. Vivimos en la sociedad del fentanilo. Quizá habría que celebrar un día del pensamiento al año, consistente en no consumir, no poner la tele, no encender el teléfono móvil. Hablar con la gente, aunque nos resulte extraño. Pensar, indignarse, no pisar los pasos de baile que nos pintan siempre en el suelo. Si esto fuera una verdadera democracia, los políticos, y las corporaciones tendrían que tomar nota. O aumentar la duración de 'First Dates'.

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