
Esclavos del kilovatio
Desde inicios del siglo XIX Badajoz contó con farolas públicas alimentadas por gas
Alberto González
Cronista oficial de Badajoz
Viernes, 9 de mayo 2025, 23:10
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Alberto González
Cronista oficial de Badajoz
Viernes, 9 de mayo 2025, 23:10
El otro día se fue la luz y el mundo se paralizó, pues en nuestro tiempo todo funciona con electricidad. El pronto al chiste fácil ... diría que por eso hay tantos enchufes. Bromas aparte, lo cierto es que el hombre actual depende del kilovatio.
En el pasado no había electricidad, pero desde que se descubrió el fuego las fuentes de energía han ido evolucionando. Los molinos, batanes, norias e ingenios semejantes usaban la hidráulica. En hornos y cocinas se empleaba leña y carbón. Para iluminar calles y viviendas, farolas, velas de cera y candiles de aceite. En el siglo XVIII llegaron el vapor y el gas; luego el petróleo, y finalmente la electricidad, que hoy superan ya la fuerza nuclear y otras.
La luz natural determinaba los sistemas de vida y el ritmo del trabajo, que empezaba con el alba y concluía con el ocaso. La televisión eran las llamas de la chimenea. Y los medios de información la taberna, la barbería, la fuente y el rosario. En las calles no había alumbrado público, y los que transitaban de noche lo hacían con faroles o teas.
Evidenciando que la luz artificial era cosa extraordinaria, los acontecimientos señalados, como bodas reales, nacimiento o bautizo de un infante, victoria militar, fin de guerra, firma de paz y otros sobresalientes, se enfatizaban por disposición oficial alumbrando la ciudad con luminarias en los edificios públicos y casas particulares. En Badajoz, las almenas de la torre de la catedral aún mantienen los receptáculos dispuestos para la brea de sus fuegos.
Desde inicios del siglo XIX nuestra ciudad contó con farolas públicas alimentadas por gas. Las eléctricas se instalaron en su final. En 1891 el municipio contrató 100 bujías de 10 vatios, de las que 8 destinaron al puente de Palmas, 10 al paseo de San Francisco, y 6 al Campo de San Juan.
El gasto anual de 55.000 pesetas a que ascendía el coste de la aquella primera iluminación eléctrica pública de Badajoz se considero exorbitado en comparación con las 20.000 que costaba la de petróleo, por lo que a punto se estuvo de prescindir de ella.
La energía se producía en la central térmica situada en la recién surgida calle Espronceda, cuyas instalaciones, en su tiempo muy modernas, se distinguían desde todos los alrededores de la ciudad por su elevada chimenea de ladrillo de treinta metros de altura. Una obra de ingeniería singular que perduró hasta mediados del siglo pasado, luego lamentablemente derribada.
A principios del siglo XX la primitiva fábrica de vapor urbana fue sustituida por otra hidráulica situada en la orilla derecha del Guadiana, frente al cerro de San Cristóbal y la Isla de los Monos, para cuyo servicio se construyó, en lugar de la antigua pesquera allí existente, un encauzamiento conocido como canal de los Ayala por los propietarios de la nueva hidroeléctrica, que aún subsiste.
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