La mentira del poder y el poder de la mentira
Frente a la victoria clara del PP en las últimas elecciones, se ha vuelto a reactivar de nuevo, con más fuerza si cabe, la estrategia de la mentira para convencer a la población de que los partidos que gobiernan han ganado las elecciones
Agustín Vega Cortés
Jueves, 17 de agosto 2023, 07:30
En las democracias antiguas, como es la norteamericana, un político en el ejercicio de su cargo, solo puede cometer una falta más grave que incumplir ... la ley: mentir sobre los hechos. Y es justo que así sea porque si aquellos que son elegidos democráticamente para que gestionen la vida de la nación carecen de una palabra que nos dé la seguridad de que, aun en el fracaso, no seremos engañados por ellos, ¿qué valor real tiene el voto?
Nuestro país ha sido víctima, y lo es aún, de un mandato político de más de cinco años durante el cual el poder se ha impuesto a todo y sobre todos, incorporando la mentira como la materia prima de construcción de una realidad paralela que, por un lado, ocultase el fracaso de una gestión gubernativa fallida en casi todos los órdenes que sirven para evaluar la labor de un Gobierno y, por otro, para constituir al adversario político en algo intrínsecamente perverso, y la posibilidad de su victoria electoral como una amenaza casi aterradora.
Tanto la «alerta antifascista», el «cordón sanitario» o el «no pasarán» son episodios de una gigantesca falacia política sostenida en el tiempo, gracias al formidable apoyo mediático que este Gobierno ha tenido durante todo este periodo, y a través del cual se ha intentado persuadir a la población de que si los que gobiernan ahora dejaban de hacerlo, «retrocederemos 40 años», «volveremos al franquismo», «la mujeres serán maltratadas y asesinadas impunemente», «desaparecerán los derechos de los más pobres», etc. Es un mensaje terriblemente maniqueo que reduce toda la complejidad política y social, a la lucha entre el bien absoluto, que ellos representan, y el mal absoluto que personifican los que se le oponen. No es política, es teología laica investida de un discurso de confrontación civil que solo tiene como objetivo el agrupamiento irracional de un sector de la población supuestamente amenazado, para evitar, al precio que sea, perder el poder. La eficacia de este tipo de mensajes es indudable y está corroborada por la historia. Es la base esencial del populismo más radical y perverso. Es Goebbels, el ministro de propaganda de Hitler arengando al pueblo alemán para exterminar a los judíos porque su poder significaba la ruina para Alemania y la decadencia absoluta de su cultura y su progreso económico. Es cierto que las razones que mueven a los que hoy en España utilizan la mentira como una forma de hacer política son muy diferentes a las que impulsaban a los nazis, pero hablamos de una técnica de persuasión que utiliza la falsedad sistémica para reforzar los prejuicios, los odios y las emociones más primarias de los seres humanos para convocarlos no en torno a proyectos colectivos inspirados en enfoques diferentes de la economía, de la cultura o de la sociedad en general, sino en el odio al otro, porque se presenta su disidencia como una amenaza. Por eso se les niega hasta su derecho a existir como sujeto político, y se les quiere condenar a la insignificancia. «Con estos no se pacta jamás». Es como si no existieran, aunque le hayan votado 12 millones de personas, y entre sus propuestas políticas no haya ninguna que esté fuera del marco de la Constitución. ¿Es eso un ideal democrático? Yo creo que no. Solo es una estrategia del poder.
Frente a la victoria clara del PP en las últimas elecciones, se ha vuelto a reactivar de nuevo, con más fuerza si cabe, la estrategia de la mentira para convencer a la población de que los partidos que gobiernan han ganado las elecciones. Se trata de hurtar la victoria electoral a un partido que por sí solo cuenta con 137 diputados y que, junto con otro que hoy ya no le pide nada a cambio, suma 170, más uno o dos votos más de otros pequeños partidos respetuosos con la constitución. O sea, 172 escaños constitucionales, a falta de cuatro votos para la mayoría absoluta. Ese partido cuenta además con la mayoría absoluta en el Senado, el gobierno de nueve comunidades autónomas, y las alcaldías de la mayoría de las grandes ciudades del país.
A un partido con esa representación política tan amplia se le quiere sabotear su derecho a gobernar por una amalgama de 24 grupos políticos diferentes, sin un programa de gobierno común, y de los cuales la inmensa mayoría no solo carecen de la más mínima vocación constitucional, sino que tienen en su razón de ser el objetivo primordial de destruir el actual sistema político de España y que ponen precio a sus votos en términos de intereses espurios, intereses personales, o más poder para debilitar el actual sistema político y la unidad del país, tal y como ellos mismos reconocen de forma contundente.
Si lo llega a ser, no será este Gobierno, ni con mucho, el que el país necesita. Antes al contrario; nos acercará más al precipicio de una nación en lucha contra su propia legalidad.
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