Llegué a las puertas de la gramática, que son aquellas por donde se entra a las demás ciencias»… no sin antes haber llamado al timbre ... de la PAU.
Estas palabras de Cervantes vienen al pelo en estos días que corren de PAUs, nervios y quejas. Los medios regionales e incluso las redes sociales están haciendo el agosto con un cúmulo de noticias, reacciones y contrarreacciones al ejercicio de sintaxis de la PAU de este año. Hasta el autor de texto seleccionado para analizar desde las diferentes perspectivas que tocan a la materia se ha manifestado, irónicamente, como no podía ser de otra manera, sobre el asunto. Pero, dejando aparte ironías, tuits, chistes, denuncias y demás, lo cierto es que a la gramática le pasa como al aire: no nos damos cuenta de su existencia hasta que nos falta. Y este año, parece que les ha faltado a los alumnos que aspiran a comenzar sus estudios universitarios en Extremadura.
En todo este embrollo hay que tener en cuenta dos dimensiones, al menos. La primera, que es la que ha suscitado la avalancha de quejas que estamos siguiendo en los medios, tiene que ver con la adecuación del famoso ejercicio de sintaxis al objetivo que supuestamente pretende: que los alumnos demuestren una competencia suficiente para afrontar sus estudios universitarios. No hay que olvidar que la inmensa mayoría de ellos no lo harán en la carrera de Filología Hispánica o de Lingüística, sino en otras más atractivas, prácticas, o «con salidas»; más de moda, adecuadas al mercado laboral, etc. ¿Realmente es necesario tal nivel de competencia sintáctica para alcanzar ese objetivo? Que cada cual haga examen de conciencia.
A la gramática le pasa como al aire: no nos damos cuenta de su existencia hasta que nos falta. Y este año, parece que les ha faltado a los alumnos que aspiran a comenzar sus estudios universitarios
La segunda dimensión, bastante más amplia pero relacionada estrechamente con la anterior, es si la gramática está ocupando hoy día el lugar que realmente debería en los estudios preuniversitarios. Con tanto ruido competencial e innovador, tanto más ruidoso cuantas más leyes educativas se suceden, se nos olvida que todo conocimiento y su transmisión pasa necesariamente por el dominio previo de la lengua en que este está volcado y es transmitido. Siguiendo la analogía del aire y llevándola al terreno de la educación, hay que reconocer con Cervantes que la gramática es –realmente– la puerta de acceso al resto de conocimientos. A veces lo más antiguo es antiguo precisamente por eso: por haber demostrado su validez a través de las vicisitudes del tiempo, de los hombres y de las leyes.
Desde que me adentré en el apasionante mundo de la enseñanza preuniversitaria, procedente de la no menos apasionante jungla universitaria, encuentro un consenso generalizado entre los colegas sobre el verdadero problema del fracaso escolar: es tan simple como que nuestros niños carecen de la competencia lectora suficiente. No saben leer. Y no hablo de una novela decimonónica o de cualquier soneto barroco, no: me refiero al más elemental enunciado de cualquier libro de texto de secundaria. De cualquier materia. Y no creo que sea problema suyo ni de las denostadas pantallas, sino nuestro, de sus mayores: cada vez la exigencia es menor y la atención a las necesidades reales se disfraza con adornos y artificios competenciales e innovadores, vale, pero totalmente innecesarios.
Un asunto diferente es la intrahistoria y la trastienda de la elaboración de la prueba de lengua de la PAU y sus circunstancias coyunturales, con, entre otros factores, cambios drásticos en el paradigma científico dominante hasta la fecha y la falta de una adecuada preparación en cuanto a la formación y reciclaje de los docentes. Algunos, humildemente, hemos intentado tapar con estopa algunas vías de agua, pero ha resultado claramente insuficiente y, tristemente, se ha consumado el naufragio. Ahora les tocará a los correctores de la prueba taparse la nariz y hacer lo que puedan para no suponer un estorbo al avance intelectual y profesional de nuestros chicos, lo cual nos vuelve a llevar al círculo vicioso de la falta de exigencia: si no saben leer, no se preocupen, ya leemos nosotros (hasta que llegue un punto en que no quede nadie que sea capaz de hacerlo en todo el país). De todas maneras, esto es otro asunto que no viene al caso… de momento.
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