Cuesta imaginar a Agatha Christie vestida con chilaba y viviendo en un desierto árabe en las condiciones más básicas de alimentación e higiene, bajo el ... acoso de pulgas, cucarachas y ratas. La escritora es una genuina representante de la Inglaterra más tradicional, la del té 'at five o'clock', el pudin de riñones, las chaquetas de tweed y los paseos bajo el paraguas en Londres o en la campiña británica.
Y sin embargo, entre 1934 y 1938, Agatha Christie acompañó a su segundo marido, el prestigioso arqueólogo Max Mallowan, en sus excavaciones en apartados territorios de Siria e Irak. Y, desde luego, no dejó de disfrutar esos viajes. Mientras él buscaba monedas, cerámicas o estatuillas bajo las ruinas de las civilizaciones mesopotámicas, ella fotografiaba las piezas encontradas y, también, dedicaba horas a escribir sus relatos de asesinatos por el Nilo o en los medios de transporte que habían utilizado para llegar hasta allí, como el Orient Express, al que califica como ‘mi tren predilecto’. De aquellas experiencias también nacieron otras novelas: ‘Muerte en Mesopotamia’, ‘Intriga en Bagdad’ o la estupenda y poco conocida ‘La venganza de Nofret’.
Al margen de tales ecos arqueológicos en su narrativa de misterio, Agatha Christie también escribió un libro delicioso donde relata sus vivencias durante esos viajes: ‘Ven y dime cómo vives’. Y para indicar que no se trataba de escritura policiaca, lo firmó como Agatha Christie Mallowan, añadiendo a su nombre habitual el apellido de su segundo esposo.
Se trata de un libro sorprendente, porque si la autora normalmente hace que el lector se asuste o frunza el ceño, se quede pensativo, intente adivinar quién es el culpable, aquí en cambio provoca sus sonrisas, lo relaja y lo divierte, despierta su curiosidad por los trabajos históricos. Si sus novelas de enigma exhalan un ambiente sombrío de recelos, odios, venganzas, este es un libro luminoso y risueño que destroza la imagen que uno tenía de su autora y revela de ella una cara humana, familiar y divertida.
Como no era arqueóloga, no alardea de saberes ni utiliza tecnicismos científicos, aunque sí describe las técnicas de las excavaciones y aporta datos que explican el actual patrimonio artístico de muchos museos europeos, procedente de otras naciones. En este caso, el pacto con las autoridades coloniales francesas de Siria consistía en dividir todas las piezas descubiertas en dos lotes de igual valor. Entonces, un funcionario colonial elegía el que estimaba más valioso para que quedara en el país y el otro era enviado a Londres.
Pero en el libro, sobre todo, nos cuenta su vida cotidiana, sus manías o su debilidad por los buenos zapatos, su labor de médica entre las mujeres árabes, su entereza para resistir la dureza de la condiciones climáticas del desierto, las luchas contra plagas, las penurias por mantener una buena higiene o las dificultades de transporte por caminos intransitables.
Y aunque por momentos molesta su tufillo de superioridad británica sobre la población nativa, esa convicción de que ningún país puede alcanzar la excelencia de la civilización inglesa, resulta en general un libro muy ameno, lleno de una ironía atractiva precisamente porque la autora comienza por aplicársela a sí misma, como cuando habla de la dificultad para encontrar ropa tropical de su talla o cuando ironiza sobre la destructora obsesión de su marido por las ruinas mesopotámicas, que le lleva a destrozar sin miramientos el primer estrato de cerámica romana, como si aceptara que los arqueólogos son tipos raros, indiferentes al presente, que creen que todo lo que tenga menos de tres mil años sólo es periodismo.
Estoy pensando ahora que en sus novelas de enigma también hay algo de arqueología. Al fin y al cabo, también se trata de hurgar en las tumbas o en el pasado de una víctima, en las circunstancias en que vivía, en su entorno personal y social, en los peligros que lo acechaban.
En una y otra disciplina importan los indicios y los detalles más pequeños, las huellas que cualquier imprudencia puede borrar. Una muesca en un hueso de hace diez mil años le revela al arqueólogo la causa de la muerte de la misma manera en que un forense actual analiza un cadáver en una autopsia, uno y otro con un meticuloso cálculo del tiempo y con un profundo estudio del pasado. En la arqueología y en la novela policiaca el pasado ayuda a entender el presente. Para saber por dónde navegamos en el mar de la vida, donde alternan los días de borrascas con días de luz y paz, siempre es conveniente saber de qué puerto hemos zarpado.
‘Ven y dime cómo vives’ es un librito curioso y muy agradable de leer, que yo casi prefiero a sus intrigas de Poirot o de Miss Marple. Fresco, carente de los formulismos del género, libre de los correajes de la coartada, sin pretensiones de gran literatura, es literario del mismo modo que, a la postre, la correspondencia, los artículos periodísticos o los diarios de algunos autores son más valiosos que otras obras suyas más publicitadas por el mercado.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión