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A vueltas con el voto rural

Me resulta conmovedor ver a Casado subido en un tractor, a Rivera sentado en un barbecho, a Sánchez repartiendo afectuosos abrazos a agricultores, a Iglesias ejerciendo de ferviente cooperativista y a Abascal cabalgando por las llanuras castellanas que glosó Machado

Fernando Luna Fernández

Jueves, 25 de abril 2019, 00:15

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Antes de abordar el asunto del voto rural conviene matizar un par de cuestiones. La primera es la diferencia –no siempre obvia– entre pueblo y ciudad. Para ello, y a título simplemente aproximativo, pues el dictamen no fue aceptado, seguiré el criterio de la Conferencia Europea de Estadística de Praga (1966) que concluyó que se consideraran ciudades «las aglomeraciones de más de 10.000 habitantes y las de entre 2.000 y 10.000 habitantes siempre que la población dedicada a la agricultura no excediera del 25 % sobre el total». Esto es, para distinguir ambas realidades demográficas se pone el acento en el número de habitantes (aunque cada país ha establecido sus umbrales) y en la actividad económica ligada al ámbito agroalimentario primario.

El segundo de los temas que se debe acometer es si los pueblos precisan de políticas diferenciadas; la respuesta –no puede ser de otro modo– es imperiosamente afirmativa. Por supuesto que en el medio rural, en absoluto monolítico y aislado, preocupan los grandes asuntos de España: el paro, la corrupción, la deriva nacionalista…, pero existen otros que interaccionan más estrechamente con su entorno natural: el campo. En este sentido, Miguel Delibes en 'El disputado voto del señor Cayo' lo puso de manifiesto magistralmente en este pasaje en el que un joven militante socialista intenta captar para su causa al señor Cayo:

– «Nosotros aspiramos a redimir al proletariado, al campesino. Mis amigos son candidatos de una opción, la opción del pueblo, la opción de los pobres.

–Pero yo no soy pobre.

–¡Ah! Entonces usted, ¿no necesita nada?

–¡Hombre! como necesitar, mire, que pare de llover y apriete el calor».

Resulta meridiano, pues, que existen necesidades dispares entre el campo y la ciudad; circunstancia que, a su vez, se traduce en la exigencia de políticas con medidas singulares para los núcleos agrarios. Precisamente, las circunscripciones reducidas, que son mayormente rurales, por mor de nuestro sistema electoral, máxime en un escenario de fragmentación política como el actual con cinco partidos en liza: PSOE, PP, Cs, UP y Vox, tienen una importancia muy significativa a la hora de repartirse los sillones en ambas Cámaras (los oráculos demoscópicos profetizan que en ellas se juegan más de 100 escaños en el Congreso y la mayoría en el Senado). De ahí la atención mediática y política por el voto rural de cara al próximo 28-A sin parangón en nuestra democracia, con diferentes propuestas partidistas que tienen como ejes centrales combatir la despoblación e incentivar la actividad agroalimentaria.

Lo que ninguna gran formación política ha hecho mención es a lo importante que es la siguiente legislatura para el campo, principalmente en el ámbito europeo, pues ha de negociarse el próximo Marco Financiero de la UE (2021-27), del cual se nutren los fondos para la PAC, que también deberá reformularse. En el nacional sí existen enunciados dispersos, vagos e inarticulados y clamorosas carencias de algunos de los grandes desafíos que deben afrontarse sin demora: la despoblación y la falta de relevo generacional; las disfunciones de la cadena alimentaria; la reestructuración de los seguros agrarios para que amparen eficazmente al agricultor y al ganadero; la reconversión de cultivos inviables; el estatus de la mujer rural mediante la reforma –que no mera implementación– de la Ley de Titularidad Compartida; una sostenibilidad medioambiental y transición ecológica progresiva pero realista; la mejora de la eficiencia y la productividad; y un larguísimo etc.

Cuestiones todas ellas vitales para las muchas familias que viven del campo y para nuestra sociedad: no por la repercusión en el PIB, ni por la importancia en términos económicos de la renta agraria, sino porque hemos depositado en los agricultores y la ganaderos la responsabilidad de cubrir nuestras necesidades alimenticias. No en vano, como apuntaba el sociólogo francés François Ascher en 'Los nuevos principios del urbanismo', las ciudades son «las agrupaciones de población que no producen por sí mismas los medios para su subsistencia»; es decir, dependen de los bienes básicos procedentes de un sector, el agroalimentario, al que cada vez se le ponen más trabas e incluso se adoptan políticas que ponen en peligro su supervivencia.

Me resulta conmovedor ver a Casado subido en un tractor, a Rivera sentado en un barbecho, a Sánchez repartiendo afectuosos abrazos a agricultores (y agricultoras), a Iglesias ejerciendo de ferviente cooperativista y a Abascal cabalgando por las llanuras castellanas que glosó Machado. Pero, encendido el foco electoral que ilumina los mítines, no pueden, luego del escrutinio, apagarse las propuestas hasta la próxima campaña electoral: el campo no puede seguir esperando y es hora de que esa 'España vaciada' alce la voz y haga valer su peso electoral.

Así las cosas, me sentaré en la plaza de España de Llerena, en la terraza del bar 'Deporte', desde donde observaré las caravanas electorales con la esperanza de no tener que reprochar a los candidatos tras los comicios que «lo que quie[n] es poner en el mapa la última chincheta y punto», como acontece en la genial obra de Delibes.

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