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EDITORIAL ·

La abrupta culminación del mandato de Pedro Sánchez guarda una relación directa con la forma en que accedió a la presidencia del Gobierno

Viernes, 15 de febrero 2019, 13:36

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Pedro Sánchez anunció este viernes la disolución de las Cortes Generales y la convocatoria de elecciones generales para el 28 de abril tras mostrar su pesar por no haber podido ir más adelante. Aunque el presidente señaló que el final de su mandato se debe al bloqueo del que ha sido objeto la acción de su Gobierno al tumbar el Congreso su proyecto de Presupuestos para el presente año, lo cierto es que la legislatura se ha agotado cuando la alianza gestada para llevar adelante la moción de censura contra Mariano Rajoy se ha desvanecido por su flanco más cuestionable: el apoyo del independentismo catalán.

Los ocho meses y medio de gestión de Sánchez cubren con creces el tiempo que pareció darse a sí mismo al presentar la moción de censura con la promesa de devolver el poder de decisión a los ciudadanos. La indiscutible legitimidad de su llegada a La Moncloa no podía soslayar la precariedad de un Ejecutivo sostenido sobre solo 84 escaños propios de 350 y una mayoría parlamentaria hilvanada a la contra. De modo que la abrupta culminación de su mandato guarda una relación directa con la forma en que accedió al poder.

No han sido ocho meses de inacción, lo que tampoco significa que hayan resultado fructíferos. Como el propio presidente recordaba ayer, la actividad del Gobierno ha sido notable en cuanto a la definición de su «agenda de cambio». Pero la mayoría de las medidas propuestas quedan en entredicho o aparcadas a la consideración de las alianzas que pudieran surgir de las urnas del 28 de abril. En entredicho o aparcadas, en última instancia, porque no han contado con la anuencia parlamentaria necesaria y, por tanto, forman parte de un programa de Gobierno cuestionable en cuanto a su idoneidad para el futuro inmediato del país.

Termina el mandato de Sánchez y, con él, la legislatura que se inauguró con la última investidura de Rajoy ante la imposibilidad de una alianza alternativa. La constatación unánime de que la fragmentación del mapa partidario ha dejado atrás el tiempo de las mayorías absolutas y reclama acuerdos para la gobernación no acaba de traducirse en actitudes políticas proclives a la moderación y al consenso. Todo lo contrario, las palabras y las omisiones de ayer de Sánchez, Pablo Casado, Irene Montero y Albert Rivera denotaron un ánimo más combativo que responsable, como si ninguno de ellos hubiese tomado nota de las lecciones respectivas que les ha brindado la legislatura también en cuanto a la coherencia y solidez de cada formación política.

Oportunidad para la moderación

Es urgente rebajar el tono de campaña ante las urnas que en el plazo de un mes, entre el 28 de abril y el 26 de mayo, renovarán todas las instituciones representativas que conciernen a los españoles. No se trata únicamente de atemperar los adjetivos que se empleen para calificar a los adversarios. Lo importante es que todos los protagonistas se ciñan a la verdad de los hechos propios y de los ajenos sin tergiversaciones. Mientras tanto, el Gobierno debería cuidarse muy mucho de adoptar iniciativas en las semanas previas a la disolución efectiva de las cámaras que tendrían un cariz meramente electoralista.

Todas las candidaturas deberían abstenerse de hacer mención del juicio en el Tribunal Supremo contra los dirigentes del 'procés', que discurrirá en paralelo a la campaña. Y del mismo modo que el PSOE está emplazado a clarificar su posición respecto al independentismo catalán, sería recomendable que el PP no hiciera uso electoral de la promesa de aplicar un 155 más severo y que Ciudadanos valorara más en frío su negativa a acuerdos futuros con el socialismo de Sánchez.

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