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Pasajeros en la estación de Atocha. Archivo
El 11-M: ajuste de cuentas con España

El 11-M: ajuste de cuentas con España

Sin conocer la evolución del yihadismo en España desde 1994 no se entienden unos atentados que pudieron haberse evitado

Fernando Reinares

Lunes, 11 de marzo 2019, 00:16

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Quince años después, entre los españoles continúa existiendo confusión acerca de quién estuvo detrás del 11-M, cuándo y por qué se decidió atentar en nuestro país, o cómo pudo ser que los terroristas se salieran con la suya. Sin embargo, hay fundamentos suficientes para elucidar estas cuestiones, incluso yendo más allá del principal sumario por los atentados de Madrid que se concluyó en la Audiencia Nacional en julio de 2006 o de la sentencia dictada por ese tribunal en octubre de 2007, pues con posterioridad se ha desvelado más evidencia en relación con todo ello.

Para empezar, no es posible entender el 11-M sin saber que, diez años antes, en 1994, Al Qaeda fundó en Madrid una célula que se había consolidado, hasta contar con unos treinta miembros, cuando fue desmantelada en noviembre de 2001, en la Operación Dátil, tras conocerse sus vínculos con los terroristas del 11-S. Pero no todos sus integrantes pudieron ser detenidos. En al menos cinco casos -entre ellos, los de Serhane ben Abdelmajid Fakhet El Tunecino y Jamal Zougam- debido a constreñimientos de la legislación antiterrorista que entonces existía. En otro caso más -el de Amer Azizi- porque estaba en Irán, de donde pasó a Pakistán, decidido a tramar una venganza contra España como respuesta al mayor golpe policial asestado en Europa Occidental a Al Qaeda, e incorporarse al aparato central de esta organización.

En diciembre de 2001, Azizi se reunió en Karachi con un militante del Grupo Islámico Combatiente Libio (GICL), por medio de quien instruyó a sus hasta poco antes compañeros de célula que seguían sin ser detenidos, para formar el núcleo de lo que será la red del 11-M. Entre esa célula y esta red habrá otras muestras de continuidad: el recinto de Morata de Tajuña, base operativa de la última, era propiedad de un miembro de aquella. Ese primer componente de la red del 11-M empezó a reunirse en marzo de 2002 y su propósito fue, desde el inicio, preparar y ejecutar un atentado en España. Así, le fue fácil incorporar a un exmiembro del Grupo Islámico Armado (GIA) -Allekema Lamari, argelino- detenido en Valencia en 1997 y condenado a 14 años de prisión por terrorismo, pero excarcelado, debido a un desajuste judicial, en mayo de 2002. El Centro Nacional de Inteligencia (CNI) sabía de este individuo, antes de los atentados de Madrid, que «juró que los españoles pagarían muy caro su detención».

Entre tanto, delegados del GICL y del Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM) se habían encontrado en Estambul, en febrero de 2002, para reorientar su yihad terrorista. El líder del GICL acabó comunicándose telefónicamente con El Tunecino. Los del GICM, desde Bélgica y Francia, introdujeron en la red del 11-M un segundo componente, a cuyo nodo -Yousef Belhadj- se le incautó, en su domicilio de Bruselas, un documento, de 19 de octubre de 2003, donde por primera vez se plasmó la fecha del 11 de marzo. En verano de ese año, unos delincuentes radicalizados bajo el influjo de su cabecilla -Jamal Ahmidan El Chino- se sumaron de improviso, como tercer componente, a la red del 11-M.

Meses antes, Azizi, cerebro del 11-M, se había convertido en adjunto al jefe de operaciones externas de Al Qaeda. Su proyecto terrorista fue asumido por el directorio de esa organización cuando la guerra de Irak, iniciada en febrero de 2003, ofreció un contexto para adecuarlos a la estrategia general de la misma y aprovechar el impacto. Los atentados de Madrid terminaron perpetrándose un día once y contra cuatro trenes, al igual que el 11-S atacó cuatro aviones, usando un dispositivo para detonar bombas propio de Al Qaeda. Esta se los atribuyó como «parte de un ajuste de viejas cuentas con la cruzada España», en un comunicado enviado por correo electrónico, desde un país de Oriente Medio, al periódico Al Quds al Arabi, destinatario preferente de sus menajes desde 1996.

Los terroristas del 11-M no fueron suicidas porque tenían previstas más atrocidades. Unos -caso de Abdenabi Kounjaa- dejaron cartas de testamento, siete se inmolaron en Leganés, y otros -como Mohamed Afalah- se fugaron a Irak, donde ejecutaron actos de martirio para Al Qaeda. Pero, ¿cómo lograron cometer el 11-M pese a que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado conocían a buena parte de ellos? Primero, debido a que los desajustes judiciales, el limitado conocimiento del yihadismo global por parte del ministerio público y unas leyes insuficientes, les permitieron desenvolverse en libertad. Además, mostraron gran habilidad, por la capacitación que alguno -como Said Berraj- adquirió en campos afganos de Al Qaeda, para ocultar sus intenciones.

Una adecuada coordinación entre las secciones del Cuerpo Nacional de Policía y de la Guardia Civil dedicadas a combatir el terrorismo, el tráfico de drogas y el comercio ilegal de explosivos, hubiese evitado la matanza de Madrid. Tampoco ayudó la cooperación internacional, aunque, todos los al menos 26 implicados en la red del 11-M eran extranjeros y, salvo cuatro, marroquíes. No pocos, conocidos por servicios de seguridad de Marruecos, Francia o Turquía. No pocos, conocidos también, por su extremismo violento, en las colectividades musulmanas de Madrid, donde demasiadas personas tuvieron razones para sospechar que estaban preparando algún atentado, como las tuvieron los traficantes españoles que les proporcionaron dinamita.

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