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Fascistas y comunistas

Me resulta escandaloso que en Cataluña se llame fascistas a los catalanes que no comulgan con el independentismo, o que los partidarios del Gobierno denominen así a quienes en la manifestación de Madrid sacaron las banderas españolas

Luciano López Nieto

Jueves, 21 de febrero 2019, 00:32

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Existe una norma lingüística que expresa que cuanto más se utiliza una palabra de manera indiscriminada, menos significado tiene, puesto que al usarse para todo, acaba por no significar nada. En los últimos tiempos se viene usando el término 'fascista' para descalificar cualquier asomo de disensión o directamente con el fin de insultar a los adversarios, aplicándose con tanta ligereza como falta de propiedad y de rigor histórico. Otro tanto ocurría con el término 'comunista' en los tiempos del régimen de Franco, si bien es cierto que esta palabra ha caído bastante en desuso en la actualidad, aunque no haya dejado de utilizarse del todo. Da la impresión, por tanto, de que una buena parte de nuestros políticos y ciudadanos en general carecen de nociones claras sobre lo que ambos términos implican y por qué no resultan tan antagónicos como a primera vista pudieran parecer.

El vocablo fascismo proviene del latín 'fasces', que alude a los haces de varas que representaban la autoridad de los magistrados romanos, y que tomó prestado Mussolini, junto con el saludo brazo en alto, en su quimérico intento por restaurar el Imperio Romano, aprovechando el descontento del pueblo italiano con las democracias europeas por haber sido ninguneados como parte integrante de los vencedores en la primera guerra mundial. El fascismo nace en este contexto como un movimiento político y social que se ofrece como tercera vía frente a las democracias parlamentarias, consideradas caducas, y el marxismo bolchevique implantado en Rusia. Influido por el fascismo italiano, aparece en Alemania el nacional socialismo de Hitler, de fuerte carácter supremacista y antisemita, sacando partido del resentimiento alemán por las severas sanciones impuestas por los vencedores de la Gran Guerra.

Poco después, el general Franco, apoyado por Italia y Alemania, vencía en una cruenta guerra civil para terminar imponiendo un gobierno integrista, que se ha dado en llamar nacional catolicismo debido a sus estrechas conexiones con la Iglesia Católica.

Analizándolos conjuntamente, los regímenes fascistas y comunistas desprecian de igual modo las democracias liberales burguesas, implantan un gobierno autoritario de partido único con un líder supremo que detenta poderes casi absolutos, para mantener este tipo de gobiernos se eliminan las elecciones y los partidos políticos, se prohíbe el derecho de reunión y manifestación al margen del gobierno, se suprime la libertad de prensa controlando todos los medios de comunicación, la información es suplantada por la propaganda y el adoctrinamiento, se favorece un militarismo en el que el individuo está subordinado al estado, se utiliza la violencia de manera indiscriminada para reprimir cualquier atisbo de crítica, se propaga la idea ultra nacionalista de un enemigo exterior al que hay que combatir con todos los medios, en unos casos el imperialismo y en otros el marxismo, se persigue a las minorías étnicas, a los homosexuales, a los artistas no oficialistas, se crean campos de concentración o gulags, según el caso, para reprimir a los opositores, y se inculca la idea de que los ciudadanos deben involucrarse en la represión denunciando a sus vecinos si estos no muestran el suficiente fervor patriótico, tachándolos de traidores y vendidos al presunto enemigo.

Todas estas características y algunas otras son comunes en los regímenes totalitarios, sin importar que se denominen de izquierda o de derecha. Afortunadamente, hoy en día nos encontramos ya lejos de esta reprobable situación, aunque muchos de nosotros hemos vivido los últimos coletazos del antiguo régimen y no podemos entender el abuso, la injusticia y el desconocimiento con el que se denomina 'fascista' a cualquier persona o grupo que no comparte nuestra opinión, particularmente en redes como Twitter, esa máquina generadora de odio y difamación, en la que tantos obtusos/as se esconden bajo seudónimos para tirar las piedras y esconder la mano. Como ejemplo de actualidad, para terminar, me resulta tan escandaloso como vejatorio que en Cataluña se llame fascistas a los catalanes que no comulgan con el independentismo, o que los partidarios del Gobierno denominen de igual modo a quienes en la manifestación de Madrid sacaron las banderas españolas para reclamar elecciones generales.

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