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¿Qué ha pasado hoy, 16 de abril, en Extremadura?

¿Fascismo en España?

La irrupción de partidos comos el de Vox se nutre de la falta de valores humanistas y verdaderamente democráticos en nuestra sociedad, de la precariedad de sectores cada vez más amplios y de la ausencia de una clase política competente que arrastre a todos los españoles en un proyecto común

FELIPE TRASEIRA

Domingo, 23 de diciembre 2018, 00:27

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Tras proclamar nuestra fobia a todo extremismo político, no nos parece acertada la calificación de «fascista» a Vox. Aun proponiendo medidas que rozan la anticonstitucionalidad (fundamentalmente la exaltación nacionalista por reacción al separatismo, y la migración selectiva y controlada, que puede ocultar xenofobia y racismo), no defiende axiomas típicamente fascistas como la violencia (José Antonio proclamó la dialéctica de «los puños y las pistolas», y Mussolini calificó al hombre como «animal bélico»), ni mucho menos el exterminio físico de los opositores; tampoco una militarización de la sociedad ni un omnipotente estatismo capaz de anular cualquier resquicio de libertad individual, incluida la religiosa. En su programa no admiten fascismo alguno. Por supuesto, es ridículo llamar «fascista» a Albert Rivera, e imprudente al hacerlo en sede parlamentaria. Todos los partidos pueden tener algún punto en común con el fascismo, pero ello no da pie a adscribirles a esta ideología y movimiento. A la pregunta que titula este artículo –con la que Ledesma Ramos publicó uno de sus libros– respondemos con un no, al menos de momento.

La utilización del concepto 'fascista' no salta a la arena política ahora; ya se hizo durante la Segunda República, con resultados catastróficos, cuando se calificó a la Ceda de «fascista», lo que llevó a impedir que formara Gobierno, aun siendo el partido con mayor representación parlamentaria. Poco importaba que su líder, José María Gil Robles, negara reiteradamente tal filiación. El 25 de noviembre de 1933, antes de los resultados electorales definitivos, Largo Caballero –hombre de partido pero no de Estado– planteó ya nada menos que «realizar un movimiento revolucionario a fin de impedir el establecimiento de un régimen fascista». Dicho y hecho, la revolución tendría lugar a primeros de octubre de 1934, ahondando la polarización de los españoles en dos mitades irreconciliables, considerándola algunos historiadores como la antesala de la Guerra Civil.

Sin embargo, pese a que en Europa era ya una realidad la amenaza fascista, en España no había ningún peligro serio de fascismo. El único grupo fascista era Falange Española, surgida en octubre de 1933, que defendía la existencia de grupos paramilitares y terminar con la urnas, pero los dardos descalificatorios no se dirigieron contra el grupúsculo de Primo de Rivera– quien visitó varias veces Extremadura para dar mítines y como abogado–, sino contra la Ceda. Esta no era un partido fascista, aunque sí católico y conservador. El socialista Andrés Saborit, lugarteniente de Besteiro, planteó entonces el problema con honestidad y en sus justos términos, sin demagogia: «¿Se trata de que hay un peligro inmediato de fascismo? Yo digo que eso seriamente no hay quien lo diga. Seriamente, en España, después de siete años de dictadura militar y monárquica, no hay quien lo diga. Lo que ha habido en España es una coalición electoral terrible contra nosotros, no contra la República».

Tampoco hay un peligro de fascismo hoy en España. Psoe y Podemos temen a Vox más que a un nublado cuando, en realidad, son ellos quienes por acción u omisión socavan la democracia que tanto esfuerzo y generosidad colectivas costaron.

Además, a Vox no se le va a frenar porque se le moteje de «fascista», sino averiguando por qué hay votantes tradicionales de izquierda y de derecha que han dirigido su voto a esta formación extremista.

La irrupción de este tipo de partidos se nutre de la falta de valores humanistas y verdaderamente democráticos en nuestra sociedad, de la precariedad de sectores cada vez más amplios y de la ausencia de una clase política competente que arrastre a todos los españoles en un proyecto común. Todo hace indicar que el embrollo catalán, la inacción de un Gobierno central sin 'auctoritas' y los deseos de Podemos de agitarlo todo son el mejor caldo de cultivo para el crecimiento de Vox, como veremos en las próximas citas electorales.

La vanalización por la izquierda de la palabra fascista queda reflejada en una anécdota que el pintor Luis Quintanilla relata en sus 'Memorias'. Durante su prisión en la cárcel Modelo de Madrid, en octubre de 1934, conoció a otro preso que había matado a tres personas para robarles, y al preguntarle por qué lo hizo, el criminal le respondió: «Va, eran fascistas».

La Ley de Memoria Histórica (como descalificación del adversario), la exhumación de Franco (conveniente pero no consensuada), el ataque sistemático y organizado desde varios frentes contra la Monarquía y ahora la utilización del término 'fascista' no hacen sino conducirnos a la España cainita (los 'hunos' y los 'hotros' unamunianos) que creíamos superada ya. Mientras tanto, la cultura, la ciencia y la investigación, palancas de nuestra competitividad y desarrollo, son desasistidas. Recordamos de cuando traducíamos los latines aquella frase certera de Salustio en 'La guerra de Yugurta': «Concordia parva res crescunt, discordia maximae dilabuntur» (La concordia hace crecer las cosas pequeñas, la discordia arruina las grandes).

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