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Que entren los payasos

La trivialización de la política conlleva un peligro más que evidente. Las bromas, la denigración de los opositores no son sustitutos del arte de administrar bien

David Fred Mathieson

Viernes, 12 de julio 2019, 00:29

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Se dice que la política es como el mundo del espectáculo para los feos. Como las estrellas del cine o del teatro, a los políticos les encanta la atención y, si es posible, la adoración de las masas. Quieren ser protagonistas de rol. Pero si los actores y actrices suelen depender de un buen aspecto físico para llevar adelante su carrera en la pantalla, no es así en el mundo de la política. Sin embargo, sin estar dotados del don de la belleza, algunos políticos ahora buscan una forma de conectarse con el público con métodos tomados del mundo del espectáculo, en concreto de la comedia.

Desde los tiempos de los romanos, algunos líderes han sabido que la combinación de pan y circo es una fórmula para lograr el éxito con el público. Pero en la versión actual, del siglo XXI, algunos de los payasos han llegado a ser políticos, y algunos de los políticos están utilizando las técnicas del payaso. Su estrategia es entretener al público más que informar, ofrecer diversión más que políticas bien pensadas. Y en una época en la que los medios y las redes sociales están diseñados para transmitir mensajes cortos y rápidos, es un enfoque populista que puede tener mucho éxito.

Hace dos meses que el nuevo presidente de Ucrania, Volodymyr Zelensky, atrajo mucha atención internacional, no por las políticas que lo llevaron al poder, sino por su carrera como comediante profesional. En realidad, Zelensky es licenciado en derecho, pero fue la forma de su campaña la que despertó tanto interés: consistió en gastar bromas, mientras que su plataforma electoral fue una serie de eslóganes y su caja de propuestas concretas quedó casi vacía.

Uno de los primeros en capturar el nuevo ambiente fue Beppe Grillo, el fundador del Movimiento 5 Stelle (Movimiento Cinco Estrellas) en Italia. Originalmente un cómico que se hizo famoso por sus monólogos, Grillo se trasladó desde el escenario del teatro y la televisión a la tribuna de la política. Cuando el cómico lanzó su movimiento, hace una década, tenía un impacto enorme y atrajo a millones de partidarios. Con su eslogan «vaffanculo» (que se traduce como «que se vayan» pero de una forma menos educada), Grillo supo aprovecharse del desencanto generalizado con la corrupción endémica en el sistema político y con los partidos ortodoxos. Con la organización de manifestaciones multitudinarias y un blog prolífico, Grillo ha podido romper el molde de la política italiana y luego construirla de nuevo con su partido como clave del Gobierno actual.

A pesar de su enorme influencia en la última década, el propio Grillo ha decidido no presentarse como candidato a cualquier legislatura. Sin embargo, hay otros que quieren un cargo electo. En la primera línea está Donald Trump, quien con su sentido del humor muy singular se ha convertido en el hombre más poderoso del mundo. Si algunos de los negocios de Trump son muy opacos, la razón detrás de su fama no podría ser más clara: la televisión. Como presentador de un programa, 'El Aprendiz', sabía cómo manipular su imagen con mucha habilidad y la marca de Trump se hizo bien conocida en todos los Estados Unidos. Llenos de sarcasmo, ironía y burlándose de sus oponentes, los discursos de Trump, por no decir nada de sus tuits, generan mucho entusiasmo entre sus seguidores. Es muy posible que lo lleven a un segundo mandato, a pesar de la incoherencia de su administración.

En las próximas semanas parece casi inevitable que otro 'político-payaso', Boris Johnson, se una a Trump como el máximo dirigente de su país. Al igual que Zelensky, Grillo y Trump, Johnson es, principalmente, un actor tanto como un político. Se vende como un hombre de la burguesía británica, simpático y un poco excéntrico. Lo que menos le gusta son las preguntas de los periodistas o entrar en debate con los opositores –Johnson evita la seriedad a toda costa y trata de resolver problemas complejos con una broma–.

Pero la trivialización de la política conlleva un peligro más que evidente. Desde los tiempos de un gran orador como Cicerón, los mejores políticos han sabido acuñar una frase memorable. Una buena estrategia de comunicación es esencial en una democracia para atraer opiniones y, lo esencial, ganar votos. Pero la política es más que otra rama del entretenimiento. Mientras que los políticos hacen campaña con la poesía, deberían gobernar con prosa. Una gran parte de la acción de gobernar es, y tiene que ser, rutinaria, convencional y, francamente, aburrida. Las bromas, la denigración de los opositores u otros grupos no son sustitutos del arte de administrar bien. Como sabían los antiguos griegos, la comedia y la tragedia andan de la mano. Debemos estar muy atentos en el futuro para que las personas que nos hacen reír hoy no nos lleven a una tragedia mañana.

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