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Una buena idea

No lo pensé más. ¡Este era el hombre que necesitabatodo el Estado español, incluidas sus islas y enclaves adyacentes! Con sus poderes extraordinarios, seguro que en dos o trespases mágicos nos arreglaba el problema de Cataluña así comoel de los Presupuestos, o el del máster de Cifuentes

Jesús Galavís Reyes

Domingo, 15 de abril 2018, 00:21

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He tenido una idea buena. Yo cada día tengo varias ideas, pero normalmente son de escasa entidad, pobres y ramplonas. Como mucho concibo alguna ocurrencia que, solo con cierta benevolencia, se puede calificar de interesante o de graciosa. Las ideas buenas, las de enjundia, las ideas de ibérico de bellota me sobrevienen poco más o menos cada lustro o cada sexenio, como si fuesen acontecimientos históricos. Y en realidad lo son, aunque de mi pequeña y limitada historia personal.

La penúltima buena idea que me ocupó las neuronas fue por el dos mil doce, cuando reescribí una carta de amor que gracias a Dios en su día no fue correspondido ni luego respondida la nueva entrega. Me sirvió de terapia. Por eso ya estaba un servidor avisado de que en cualquier momento se podría producir el milagrito de mi nueva idea provechosa, pues desde entonces ha transcurrido más de un quinquenio.

Previamente a ese advenimiento mental, me dio por leer con más atención los artículos de opinión de la prensa, y por escuchar con redoblado interés el extenso muestrario del discurso de nuestra clase política, ya fuera la próxima de la tierra, ya la distante nacional. Llegué a una doble conclusión doblemente triste: el mundo opinante viene repitiendo casi lo mismo (y desde hace ya mucho tiempo) sobre cualquier tema que se plantee. Son análisis, juicios, opiniones poco o nada novedosos, escasamente originales y que desconfío aporten alguna luz a las tinieblas ideológicas en las que vivimos en estos tiempos de simplificaciones y reiteraciones. Excepciones habrá, no lo dudo, aunque solo sea para evitar que yo mismo caiga en otro vicio, el de las generalizaciones. Respecto a los políticos, el fenómeno es idéntico o, incluso, más acusado. Pueden hacer la prueba leyendo, por ejemplo acerca del archimentadísimo caso catalán, cualquier declaración de los responsables y portavoces de los grupos políticos. Son tan iguales a las que se producían hace meses o años que, si se pudiesen superponer como figuras geométricas, coincidirían en todas sus magnitudes. Parece como si estuviesen anquilosados, fosilizados en sus posturas, en sus argumentos, en sus tesis (las escasas que argumentan).

No sé si se lo imaginan ustedes, pero hace unos días se me agitó la mente con un frenesí desacostumbrado y, oh milagro portentoso, apareció la idea en mi caletre. Allí anidó, como lo haría una alondra para poner sus huevos, aunque, gracias a Dios, yo todavía no he tenido que pasar por ese trance. Y tras instalarse en mi magín, se desarrolló plenamente: había que encontrar una solución mágica a los problemas del país, pues los políticos no acertaban a encontrar remedios eficaces, ni los articulistas, comentaristas, columnistas, editorialistas y demás opinantes daban con el quid o los quid precisos para este fin. Con toda lucidez supe que solamente restaba acudir a las regiones del esoterismo y la hechicería, intentar vías distintas y transcendentales. Entonces me acordé de un papelito de publicidad que encontré un día en el parabrisas de mi coche en el que un tal Profesor Lamine, que se autotitulaba Gran Vidente Africano, prometía solventar cualquier problema por complicado que pareciese. Afirmaba que, como Maestro Chamán experimentado en todos los campos de la Alta Magia Africana, era capaz de resolver cualquier tipo de dificultades por difíciles que fuesen: desde problemas amorosos como los matrimoniales, recuperar la pareja o solucionar la impotencia sexual, hasta solventar negocios y lites judiciales, u otros como quitar hechizos, mantener puestos de trabajo y atraer clientes. Y lo más interesante era que la eficacia en la gestión mágica se garantizaba al cien por cien.

No lo pensé más. ¡Este era el hombre que necesitaba todo el Estado español, incluidas sus islas y enclaves adyacentes! Con sus poderes extraordinarios, seguro que en dos o tres pases mágicos nos arreglaba el problema de Cataluña así como el de los Presupuestos, o el del máster de Cifuentes. Con un poco de imaginación, al fin de cuentas la imaginación tiene siempre algo de mágico, todo cuadra: la crisis catalana en el fondo es un problema amoroso de una especie de matrimonio mal avenido, y hay que recuperar a esa pareja territorial que se quiere divorciar por las bravas, o sea por pelotas, dejando al resto de españoles impotentes. Los hechizados por las soflamas independentistas serían reconducidos par el Maestro Chamán al territorio más racional de la realidad constitucional y de la Europa aglutinante. Y los juicios y demás lites de difícil enjuiciamiento quedarían como disgustillos propios de parientes cercanos.

Con los presupuestos, pues algo similar. Nuestro vidente africano pasaría sus manos por encima del 'pendrive' de Montoro y, ¡zas!, se solventaban los negocios nacionales en crisis, se atraían a los inversores extranjeros y se trasmutaba la precariedad en puestos de trabajo fijos. Todo maravilloso.

¿Y la investigación del máster de Cifuentes? Quizás incluso para este experimentado Mago Africano fuese un problema irresoluble, pues el caso está repleto de magia negra: actas rehechas, firmas que no lo eran, trabajos que fueron sin serlo, tratos de favor sin favores… Pero seguro que este Gran Mago daba una versión, por escueta que fuera, mucho más creíble que la que nos administren los de siempre.

No lo duden. Tal como tenemos el nivel de la clase política y de los comentaristas y tertulianos, o acudimos a la Magia del Continente Negro o esto (esto es España) no se arregla fácilmente. Hombre, también quedaría otra opción tradicional y alternativa como la de iniciar una novena a San Judas Tadeo, pero eso es harina de otro costal y, además, en estos asuntos yo creo que el santo no quiere mediar, no tanto porque sean causas imposibles de 'desimposibilizar', sino porque son problemas absurdos, y por lo tanto, inabordables incluso mediando milagro.

Perdónenme este desahogo que necesitaba comunicar y espero que después de este nuevo parto, las buenas ideas me dejen otros cuantos años tranquilo. Y yo a ustedes.

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