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Armas de persuasión masiva

La noticia en papel sigue siendo más burda de manipular que la digital por lo que, por el momento, podemos fiar el criterio a la letra impresa. A la de este diario, sin ir más lejos

Jacinto J. Marabel

Miércoles, 26 de septiembre 2018, 00:21

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Si usted es usuario de una red social o tiene algún grupo de amigos en Whatsapp, es muy probable que el 70% de las noticias que comparte sean falsas. Lo dice un estudio de la Universidad de Cambridge que vaya a saber si no estará también amañado, porque en la Era de la Posverdad nada es lo que parece.

La mente humana responde mejor a cierto tipo de información fraudulenta porque incide en las pulsiones básicas, afirmándonos en nuestros prejuicios. Si esto es así, las redes sociales nos retroalimentan de ellos, sirviendo de correa de transmisión a multitud de bulos rayanos en injurias y calumnias. El algoritmo que selecciona la información en Facebook nos hace más vulnerables al engaño, para solaz de algunos y preocupación de muchos de los que manejan los hilos políticos, como se demostró en los impredecibles resultados que conllevaron el Brexit y la presidencia de Trump. Pero aunque el dueño del tinglado se comprometió ante el Congreso de los Estados Unidos en ponerle remedio, etiquetando los enlaces de origen poco fiable, lo cierto es que la cosa no ha mejorado. Ha ido a peor, y la tecnología ha acabado asestando el golpe de gracia al concepto de realidad objetiva, tal y como hasta ahora la conocíamos.

Se lo cuento sin alarmismos, pero hace apenas unos meses una página de marcadores sociales publicó un vídeo porno de la actriz Emma Watson que, salvo la interesada, todos dieron por bueno. No se puso el grito en el cielo hasta que fue demasiado tarde, cuando gran parte del firmamento hollywoodense apareció compartiendo tan groseras circunstancias. El problema no sólo es que los vídeos parecen auténticos, sino que sus montajes están al alcance de cualquiera: basta con descargar una aplicación, escoger fotos de la actriz de turno y un algoritmo denominado Deepfake las ensambla al contenido sexual, sin dejar apenas huella de manipulación informática. Y también se puede clonar la voz con un software desarrollado por la Universidad de Washington, sincronizando los movimientos labiales con un texto predeterminado, como se demostró hace poco, cuando se tomaron archivos de audio del expresidente Obama para lanzar una suerte de improperios contra el actual inquilino de la Casa Blanca que la gente creyó y ayudó a difundir.

La creación de realidades alternativas a partir de patrones previos de audio y vídeo ahorrará cientos de millones de dólares en efectos especiales a las productoras, pero mandará al paro a los dobladores de películas. Permitirá también realizar videoconferencias internacionales en tiempo real, traduciendo y sincronizando los movimientos faciales de los interlocutores. La técnica no resulta perversa en sí y cualquiera podrá pavonearse de ser un bailarín consumado, reproduciendo los eléctricos movimientos de Michael Jackson, o rabiar a las amistades con la actuación de David Bisbal en la comunión de su hijo.

Pero más allá del divertimento, la viralización de este tipo de contenidos podría generar indeseados efectos políticos. Imagine una tormenta de realidades alternativas en el avispero catalán, además de ser un campo abonado a estafas y extorsiones: piense en un mensaje de voz de su pareja pidiéndole las claves de la cuenta corriente o el vídeo de un alcalde entregando una cartera rebosante de billetes a un empresario. En abril, el presentador estrella de la BBC anunció que varios acorazados rusos atacaban ciudades alemanes, mientras se mostraban barrios enteros de Frankfurt devastados por las bombas. La OTAN no se dejó engañar, pero mejor no arriesgarse a la reacción que podría generar este tipo de vídeos en el veleidoso líder de Corea del Norte. Y es que una noticia falsa puede tener el mismo poder de destrucción que un misil teledirigido, tal y como recientemente afirmó el general Carlos Gómez, responsable de la estrategia de ciberdefensa nacional.

La tecnología está alterando la percepción de nuestra realidad a un ritmo tan convincente y vertiginoso que dentro de muy poco el usuario medio no será capaz de discernir lo auténtico de lo adulterado. Además de inquietante, resulta extremadamente peligroso que, con escasos recursos, cualquiera pueda lograr que otros digan y hagan lo que se le antoje, con gran parte de la población dispuesta a difundirlo.

Aunque algunos parlamentos europeos están tratando de ponerle coto a través de proyectos legislativos, aún a riesgo de socavar los límites de la censura previa y la libertad de información, pienso que el mejor antídoto contra las armas de persuasión masiva pasa por educar a la ciudadanía en la alfabetización mediática, siguiendo el ejemplo de los profesionales de la comunicación y de los principios deontológicos que autorregulan los medios. La noticia en papel sigue siendo más burda de manipular que la digital, por lo que por el momento podemos fiar el criterio a la letra impresa. A la de este diario, sin ir más lejos.

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