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Adolfo Suárez, en el recuerdo

Recordatorio del texto publicado en HOY el día 26 de marzodel 2014 en homenaje de Adolfo Suárez, al cumplirse el cuarto aniversario de su fallecimiento. España vive hoy momentos muy difíciles que nos obligan a subrayar el significado de la obra del autor de la Transición y el mensaje que dejó a todos los españoles de bien

Luciano PÉrez de Acevedo y Amo

Viernes, 23 de marzo 2018, 00:15

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Ha podido morir su cuerpo pero su espíritu y recuerdo imperecedero vivirán para siempre en el corazón de millones de españoles, no solamente en aquellos que tuvimos el privilegio de conocerlo y compartir con él la obra política más importante de la Historia Contemporánea de España, sino también en aquellos otros que han terminado por comprender la enorme grandeza de su figura y el heroico sacrificio que hizo por España y los españoles, inmolando su salud y la propia vida.

En el mes de febrero de 1981, Adolfo Suárez, después de haber llevado a España a una democracia tras una modélica transición desde el franquismo, sin violentar las leyes, y de consolidar el sistema, garantizando su futuro, mediante una Constitución elaborada por consenso entre las fuerzas políticas y unos Pactos de la Moncloa que reforzaban su andamiaje social y económico, fue víctima del magnicidio político urdido por aquellos que querían arrebatarle su éxito incuestionable, entre ellos gente de su propio partido, y aquellos otros que nunca le perdonarían el cambio político que había operado en España y que suponía la pérdida de sus privilegios. Posteriormente, tampoco han faltado los ‘enterradores’ que han tratado de ocultar u oscurecer el mérito de su obra, incluso aquellos que han intentado y continúan intentando destruirla.

Nunca le perdonaron haber vestido –con la mayor dignidad– la camisa azul, sobre todo aquellos falsarios que entonces ocultaban lo mucho que se aprovecharon de ella, ni ser un hombre sencillo y corriente, con el único horizonte político de «elevar a la categoría política de normal lo que a nivel de la calle era simplemente normal», párrafo éste de uno de sus discursos, que encierra la clave de su pensamiento político. Los que pensaron que algo habría de cambiarse para que todo siguiera igual, se equivocaron.

Adolfo fue un auténtico ‘mago’ de la política, con un liderazgo y un carisma irresistible sobre la gente sencilla y bienintencionada; quizá le faltó la preparación intelectual y científica que han acreditado otros grandes estadistas de los siglos XIX y XX, pero tuvo virtudes superiores a ellos: audacia sin límites, inteligencia, decisión, arrojo, valor, patriotismo, coraje, sentido del Estado, honestidad y una generosidad que le llevó hasta su sacrificio personal en condiciones que han hecho de su vida una tragedia griega. Ha sido, sin duda, junto a Cánovas del Castillo, el político más grande que ha dado España en los últimos doscientos años; primero, porque construyó un régimen democrático, que jamás conoció la historia de España. He oído, machaconamente, estos días repetir que Adolfo Suárez fue «el político que nos devolvió la democracia a los españoles». Y nosotros nos preguntamos ¿qué democracia hubo antes en España, que nos devolviera Adolfo Suárez? ¿Se refieren, por casualidad, a aquella democracia que no dejó gobernar a quien ganó las elecciones, toleró el asesinato de jefes de partido, practicó la revolución social más cruenta y nos llevó a la guerra civil? No señores, Adolfo Suárez no nos trajo la guerra sino la paz, la concordia, la reconciliación entre los españoles y construyó una verdadera democracia. Por favor, no engañen a la gente.

Segundo, porque por primera vez en nuestra historia se gobernó para todos los españoles, no para una parte de España, como hicieron los demás, que gobernaron para ‘los suyos’, dividiendo la nación en dos partes irreconciliables. Solamente Adolfo Suárez instituyó un régimen con el concurso de todos y para todos los ciudadanos. Por eso ha sido único, el más grande, por esa misma razón su figura se ha convertido en una leyenda que se agiganta cada día que pasa. Por esta causa, hoy, todos lloramos su muerte física, aunque siempre quedará gente que no alcance a apreciar su grandeza y generosidad.

Lo había dicho muy claro: «España es un magnífico edificio en el que todos los españoles pueden encontrar acomodo y a cuya permanente construcción deben contribuir manteniendo un profundo respeto por el adversario», porque el respeto a las minorías y la necesidad de abordar conjuntamente las políticas esenciales del país, entre ellas, las reglas del juego, constituye el eje del pensamiento político de Adolfo Suárez y del «espíritu de la transición». «España, es decir, todos nosotros –dijo en otra ocasión– necesitamos erradicar la prepotencia, la intolerancia, el dogmatismo y la irresponsabilidad».

Propició una opción de «centro-reformista», como él la llamaba, no porque pensara que en ese espacio sociológico estaba el granero de votos sino porque concibió que era la mejor solución para España. Recibió ataques furibundos a derecha e izquierda, pero mantuvo sus firmes convicciones y el encargo que había recibido del Rey, de llevar a este país a una democracia homologable a la de los países occidentales.

Abandonó el poder porque no era hombre de partido ni representaba a oligarquía de clase alguna. Ostentaba un poder legítimo después de haber ganado, por dos veces, las elecciones legislativas, pero no quería permanecer en el poder ni un minuto más sin tener la plena confianza de un Rey que lo elevó a lo más alto pero que ahora sufría una presión irresistible por parte de un sector de la milicia que no había tolerado la legalización del Partido Comunista. Sabía, también, perfectamente, que UCD no era un partido sino una plataforma o coalición que él había formado cuando en 1977 decidió presentarse a las elecciones para culminar su obra. Sin Suárez, la UCD se despeñó en el abismo político de la mano de un tecnócrata sin carisma alguno, designado para dar paso a un gobierno socialista.

El legado de sus ideas lo expresó por última vez al cumplirse 25 años de reinado de D. Juan Carlos: «El Estado social y democrático de derecho es una creación de la razón y una construcción de la voluntad que entre todos, día a día, hay que arraigar y perfeccionar. Es el único camino para lograr la libertad, la igualdad, la justicia y la solidaridad. Y para conseguir que los sentimientos y los intereses legítimos de todos los sectores del pueblo alcancen plena y armoniosa satisfacción. Ese camino es el que los españoles iniciamos en la Transición. De ese camino, y el impulso de la libertad y justicia que nos hizo andar, con todos los errores propios de toda obra política y humana, podemos sentirnos –con toda humildad– legítimamente orgullosos».

Descansa en paz, Presidente, tú que luchaste hasta la extenuación por la reconciliación, la paz, el entendimiento, la concordia y la solidaridad entre todos los españoles.

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