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Un acto de justicia

Trasladar los restos de Franco no es una revancha. Lo que resulta preocupante es la reacción negativa de una derecha, al parecer preocupada en mostrar su apego al régimen del dictador

antonio elorza

Sábado, 25 de agosto 2018, 23:30

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La pregunta a formular sobre el traslado de los restos de Franco es solo una y bien simple: ¿tiene sentido mantener el sepulcro de un dictador en un lugar construido para exaltar su figura histórica? Más aún, cuando esta arrastra la carga de haber hecho morir a cientos de miles de españoles, desencadenando una guerra civil con tal de destruir la democracia republicana, y procediendo en la misma y en la posguerra a una rigurosa estrategia de aniquilamiento físico de los adversarios.

En la historia han existido muchos jefes militares que han causado muertes innecesarias, cometiendo crímenes de guerra, e incluso crímenes contra la humanidad. El caso de Francisco Franco se sitúa en un nivel superior desde esta perspectiva, y por añadidura su carácter frío e implacable se refleja en múltiples puntos negros, signos de una evidente deshumanización forjada en los días de la guerra de África.

Por ejemplo, cuando salía de noche al frente de un grupo de legionarios para regresar luego con sus correspondientes cabezas de moro, según reseña elogiosa de su cronista Ruiz Albéniz, el tebib ar-rumí. O fusilaba al legionario que tiró la sopa. O cuando, según se dice, firmaba el visto bueno a penas de muerte mientras tomaba bizcochos. O, en fin, cuando a fines de septiembre de 1975, poco antes de su última enfermedad, ante la perspectiva de que solo fuera fusilado un etarra por tres miembros del FRAP, planteó ante el Consejo de Ministros: «Hace falta un vasco más». Y Otaegi se sumó a Txiki en el paredón.

De acuerdo con la caracterización del delito de genocidio por el creador de ese concepto jurídico, Raphaël Lemkin, no existe duda alguna de que Franco pone en marcha un genocidio en España, al lado de sus colegas de similares propósitos y actuaciones criminales, como Mola o Queipo de Llano. La singularidad del genocidio franquista reside en que, como su pariente soviético, tiene por objetivo el exterminio de una importante fracción de una sociedad, no un pueblo entero como el judío o el armenio. Aquí se trataba de aniquilar definitivamente a la Antiespaña, en los planos físico, político y cultural. Disintiendo de su ministro Gil Robles, en noviembre de 1935 Franco explica al embajador francés, Jean Herbette, que no basta una respuesta contrarrevolucionaria, sino que en España es necesaria «una operación quirúrgica». Tal fue el supuesto ideológico que, conspiración golpista mediante, pondrá en práctica en la Guerra Civil. Incluso durante la siguiente década la actuación genocida siguió presidiendo la política del régimen contra los vencidos.

La exhumación prevista no es, pues, un acto de revancha, sino de justicia. Lo que es preocupante es la reacción negativa de una derecha política, al parecer empeñada en mostrar su apego y su nostalgia por el régimen franquista. Otra cosa es el rechazo de la familia Franco, perfectamente lógico y que justifica las precauciones tomadas por el Gobierno Sánchez para evitar que una reclamación, atendida posiblemente por un juez también nostálgico –los hay, incluso militantes del Valle de los Caídos– proporcione una victoria póstuma del caudillo.

De ahí la falacia, y la significación, de los argumentos esgrimidos para el 'no' por el PP y, más lamentablemente aún, por Ciudadanos para su abstención (cosas diferentes fundidas en el telediario de TVE1). Si a Pablo Casado no le preocupa la suerte del enterramiento de quien persiguió a su abuelo, tampoco se explica que desentierre el hacha de guerra mostrada antes por su partido para combatir la Ley de Memoria Histórica. Votar no al proyecto de ley del Gobierno implica, por muchos eufemismos que se empleen, decir sí a la imagen histórica de Franco. Abstenerse, en el caso de C's, después de su voto positivo precedente, viene a dar la razón a quienes ven en el joven partido a la derecha de siempre repintada. Mala jugada para quienes ganaron adeptos y simpatizantes con su opción por la democracia que les permitió el pacto con el PSOE y los apoyos al partido más votado, en defensa de las instituciones. Un antifranquismo hipócrita va en la dirección opuesta, dividiendo al país en dos sobre una cuestión que llama a la unidad de los demócratas, sean estos de izquierda, de centro o conservadores.

Sobre la coartada de los años transcurridos, solo cabe decir que todos conocen la fragilidad inicial de nuestra democracia. Plantear entonces el tema estaba fuera de lugar. Y en cuanto a la falsa urgencia, exhibida obsesivamente y con una inexplicable agresividad, la réplica es sencilla: ¿y por qué no ahora?

El balance de la necesaria exhumación y del debate en curso entre «Franco, no» y «antifranquismo tampoco», dista de ser positivo para el ajuste de los ciudadanos españoles con la memoria de la Guerra Civil, bloqueado durante décadas por la dictadura y el precio a pagar por la Transición. La falta de consenso es un mal augurio para abordar problemas sucesivos (José Antonio, el propio Valle), aun cuando no debieran impedir la búsqueda de los desaparecidos. Sin maximalismos como la revisión de los juicios, que como ha mostrado Diego López Garrido, puede convertirse en un galimatías irresoluble, por justa que sea.

En fin, dar la justicia a los vencidos requiere clarificación y también ponderación, pues aquello no fue una lucha de demonios contra ángeles. El lado negro de quienes cometieron crímenes contra la humanidad, amparándose en la defensa de la República (patrullas de control de la FAI, checas, Paracuellos) debiera también ser asumido, en nombre de la reconciliación nacional, una consigna de 1956 que sigue esperando su plena aplicación sobre este tema aún crucial para la convivencia democrática. Por eso ha sido acertado recordar que José Antonio Primo de Rivera fue víctima en la guerra, a efectos de evitar una amalgama con Franco para su exhumación.

En todo caso, resulta difícil entender qué pinta ahí ante el altar, atendiendo a una decisión personal de Franco, pues si bien fue víctima, antes el fundador del fascismo hispano fue promotor del levantamiento. Aquí sí cabría buscar un entendimiento con la familia para una solución conciliadora.

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