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Viernes, 15 de enero 2021, 07:57
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A las ocho se baja cada mañana José González a su bar de Santa Eulalia. Enciende la cafetera y pone la pizarra en la puerta anunciando que hace desayunos para llevar. «Para estar en casa sentado en el sofá, pues me vengo aquí, y si vendo algo, mejor que nada».
Ya avisa a quien piense que la hostelería por avisos es una alternativa. «No sacas ni para pagar el 50% de los gastos». Pero José lo hace porque quiere mantener en contacto con los clientes del barrio, porque hay mercancía en la cámara que se deteriorará y porque se resigna al cierre absoluto.
A las ocho y media llega Juani. Es la extraña hora punta de estos días. Juan atiende el teléfono y los avisos de la puerta mientras José prepara las tostadas, los zumos y los cafés en vaso de plástico. Hasta las doce el goteo no se detiene. Para el sábado y el domingo esperan servir bocadillos y raciones. José y Juani llevan tres años en Santa Eulalia. En este tiempo incluso han ganado clientes de otros barrios. No saben muy bien qué pasará en los próximos meses. «El invierno está siendo complicado, primero las restricciones de la pandemia, luego nos quitan las carpas y ahora esto es la puntilla». El mismo desánimo Jacinta Pérez en su cafetería del Polígono Nueva Ciudad. Por lo que ha visto en las redes sociales y lo que le llega al whatsapp, la mayoría de las cafeterías centradas en el desayuno ha mantenido el servicio para la calle. Ella incluso lo lleva a oficinas y centros de trabajo de la Junta que hay cerca de su local si se lo piden. «No compensa hacer domicilios para pedidos de dos o tres euros, pero eso la gente lo entiende y la mayoría viene a recogerlo». Le ocurre lo mismo que a José y Juani. Viene todos los días porque no quiere que se le pudran las naranjas. «No sacas para nada, pero peor es desperdiciar la mercancía que tienes».
El goteo en Nueva Ciudad viene de albañiles, operarios de limpieza, mecánicos y oficinas que todavía no están en teletrabajo. «Si hay un confinamiento general, lo poco que hay se pierde». Jacinta y José también coinciden con las quejas de algunos hosteleros de Mérida por la competencia desleal que ven en las tiendas pequeñas de ultramarinos. «Están sirviendo latas de bebidas alcohólicas y bocadillos como si fueran bares».
Jacinta no quiere caer en el desánimo, pero ve muy difícil aguantar muchos tiempo porque su negocio está enfocado a servir en mesa y barra. Las franquicias y los restaurantes, cuenta, ya se están reinventando. Cada día hay más repartidores de plataformas digitales de servicio de comida en Mérida. «Los bares no podemos llegar a eso».
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