Amores prohibidos y mucho picante en la última obra del Festival de Mérida
Enredo, enredo y más enredo. Lo que anoche se escuchó en el Teatro Romano en el debut de Pablo Carbonell no eran risas enlatadas; los espectadores se lo pasaron bien
«Nadie es perfecto» cierra Mercado de amores. Guiño cargado de intención a Jack Lennon y Tony Curtis. Carbonell y Ullate Roche -Pánfilo y Corino- ... recuerdan mucho a la pareja de Billy Wilder.
Plauto sabía hacer reír a los romanos. Descarados, picantones y enredas pueblan sus comedias. Senadores corruptos o promotores inmobiliarios de bolsillo insaciable. La sátira política nunca hay que dejarla atrás. Aquí tampoco.
Eduardo Galán sabe hacer reír a Mérida. Mucho cachondeo anoche en el Teatro Romano. Un travesti, dos viejos verdes, un borracho, una aspirante a sacerdotisa renegada y una hija desobediente.
Sobre estos seis perfiles Plauto y Galán montaron la fiesta en el estreno. Enredo, enredo y más enredo. Todos quieren engañar a todos. Mercado de amores se resume, por encima de todo, en seis actores buscando siempre la carcajada del público.
Bajan del escenario, se quitan la ropa, buscan a los que se sientan en las primeras butacas, hacen chistes con los jamones de Monesterio, el joroña que joroña de los griegos o el raro, raro, raro de papuchi. Comediantes de oficio a los que el auditorio despidió levantado al final del lío.
Juegos de palabras, metáforas al pie y mucho picante. Los amores prohibidos en la Roma del siglo II antes de nuestra era pueden llevarnos al mismo surrealismo en la Mérida de 2021.
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Por eso el público fue tan receptivo con la historia que se contó anoche. Entraron primero los músicos desde las gradas al escenario tocando y sacando las palmas a un semicírculo muy poblado, aunque con algunas gradas libres en las alturas.
Luego se sentaron en una esquina y allí pasaron toda la función. Poniendo banda sonora a las transiciones entre actos. Hasta se atrevieron con melodías pegadizas de nuestro tiempo. Cortas, pero suficiente para que el público entendiera el chiste.
Los protagonistas aprovecharon la música intermitente para ir moviendo los cajones sobre los que representan sus diálogos. Pablo Carbonell ha encontrado en Pánfilo, con el que debuta en Mérida, un personaje propio de su registro.
Un malo al que la comedia convierte en alguien lleno de ternura y se le perdona todo porque nos hace reír. Tiene mucho dinero y muchas posesiones. Hasta viñedos en Nápoles.
Los diálogos con su sirviente, Olimpión, los disfruta el público y los agradece con aplausos espontáneos. A Olimpión le da vida José Saiz. Todo un descubrimiento en este Mercado de amores. Explota su vis cómica apoyándose entre los compañeros de reparto. La entonación de gangoso alcoholizado la mantiene en toda la función. Los borrachos dicen siempre la verdad.
Pánfilo y Olimpión espera la llegada de Erotía, la hija del mercader. Ha estado en Grecia abriendo nuevas rutas comerciales para su padre. Anai Hernández encarna a Erotía. Transmite la vitalidad que se le presupone a una mujer en un mundo de hombres. Joven, decidida y nada inocente. Aunque parezca lo contrario.
El enredo empieza porque no quiere que sepa que compró a un esclavo en Grecia con el que tiene relaciones. Prefiere vestirlo de mujer y hacerlo pasar por su esclava. Y de paso, seguir compartiendo cama en Roma como lo hacía en Grecia.
La relación entre los patricios y los esclavos no se consentían. Los esclavos se usaban para favores sexuales, pero no para formar una familia. Y este es uno de los temas que más criticó Plauto en sus comedias.
Erotía se puede considerar una creación propia de Eduardo Galán. En el Mercader original, en realidad viene de Rodas un hijo. El esclavo travestido es Carino. O Carina, según la escena. Víctor Ullate Roche despliega toda la comedia jugando con la falsa identidad. Tan pronto parece un hombre que hace de mujer como una mujer que hace hombre.
Se lía y nos lía. El problema viene porque Pánfilo, el padre de su novia, se enamora de la falsa Carina. Empieza la fiesta. El público disfruta viendo al poderoso y malvado haciendo el ridículo y metiendo la pata. Por la sucesión de carcajadas que se repiten, se puede decir que el espectador que estuvo anoche en las gradas se lo paso bien.
Y todo enredo se retroalimenta de otro enredo. Aquí entran Tais y Léonidas. Otro padre y otra hija con secretos de por medio. Tais es Esther Toledano. Juega a la sensualidad y hasta canta un chotis en un momento de arrebato. Muy aplaudido también. La gente se quedó con ganas de más. Leónidas no lo presenta Francisco Vidal. El contrapunto a la comedia que tienen los demás, pero como todo en Plauto y en sus juegos de apariencias, un corruptor que parece tan serio como ridículo.
Y este inmenso lío de relaciones falsas que se va tejiendo solo se soluciona . Una hora y media de confeti en la que se leen entre líneas conflictos eternos. Hay referencias generacionales. «Estos jóvenes se creen que puede hacer lo que le da la gana». De género. «En mi país cuando una mujer dice no es que no». «Volverán los tiempos de las amazonas en los que las mujeres gobernarán el universo».
La comerciante romana que ha tenido que abrirse un hueco entre todos los mercaderes del Mediterráneo y entre esos griegos tan avispados. También se pasa de puntilla por las diferencias de clases o por la crueldad de los más poderosos. Roles muy definidos para que el público no tenga que sacar más conclusiones que las que se ponen en escena y con algunas licencias contemporáneas que el público valora y aplaude. Comedia.
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