Ana García, en el papel de Antígona, anoche, en el estreno de la función en el Teatro Romano de Mérida. J. M ROMERO
Festival de Teatro de Mérida

Un dramón de los de antes plagado de buen trabajo y sobrado de decibelios

El estreno de 'La tumba de Antígona' ofrece una función intensa en la que la palabra, por momentos, se difumina ante excelentes recursos visuales y se mantiene en pie por un buen reparto

Jueves, 18 de agosto 2022, 02:21

Antígona. Sófocles. La tragedia. Vayan preparándose. No estamos ante una representación normal. Con lo que se esconde y aparece a la vez en el original ... texto del siglo V antes de Cristo es suficiente para armarse de un breve manual de conocimiento del asunto. Si a eso le añadimos que, en realidad, lo que se pone en pie desde ayer y hasta el domingo en el Teatro Romano de Mérida no es la Antígona de Sófocles sino una obra creada por la ensayista y filósofa contemporánea María Zambrano esto se complica. Y esto es, 'La tumba de Antígona', lo que ha programado el Festival de Teatro Clásico para cerrar su 68 edición. Un montaje singular, nada fácil de deglutir, plagado de hermosísimos recursos y argumentos visuales/musicales, un texto denso y con una actriz protagonista, la almendralejense Ana García, sobradamente capacitada para representar en Mérida pero que asume un personaje de alto riesgo. Todo bajo la dirección de Cristina Silveira, perfecta conocedora de las bondades -y peligros si no se resuelve bien- del monumento romano.

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'La tumba de Antígona' resulta, a bote pronto, un trabajo muy currado. Es inobjetable. Desde el inicio, con la entrada y el desplome de los actores, envueltos en trajes de riguroso luto, sobre la escena, hasta el propio final, que termina sorprendentemente con una alocución de la propia María Zambrano en la que enfatiza el valor de la palabra. La cuestión final es si todo el montaje de Karlik Danza-Teatro, a veces un auténtico sudoku de dramaturgia, se puede calificar como aceptable, notable o extraordinario. Porque, lo que queda claro también, es que no hay lugar al suspenso para este espectáculo del Festival, que en esta edición se lo lleva, de largo, el equipo argentino que perpetró un olvidable 'Julio César' a principios de julio. Con esta Antígona de Zambrano/Silveira/García uno tiene una sensación ambivalente.

Por lo que se vio anoche en su estreno, ante unos 1.200 espectadores aproximadamente, es evidente que consigue ser lo que es: una auténtica tragedia, un dramón de los de antes, aunque en todo su desarrollo no haya ni cuchillos, ni espadas, ni muertos...aunque la desgracia, la maldición que se desprende del mito de Edipo (si, ese que que, sin saberlo, mató a su propio padre y desposó a su madre y tuvo cuatro hijos, entre ellos Antígona) esté plenamente identificada en todo momento.

Lo que hay son, según se mire, vivos muy muertos y muertos muy vivos. Con mortajas y negrísimos vestidos como si fuera 'La casa de Bernarda Alba' o los que imponen los talibanes a las mujeres en Afganistán. Esa negrura argumental -paradójicamente Antígona va vestida de blanco- se consigue no solo con el vestuario sino con un juego tenebroso y maravilloso de sombras chinescas, de coro griego pero se eterno color tiznado, salpicado a veces del rojo que simboliza a la sangre. Es una forma de expresar que seguramente llega más que la palabra, a veces clarividente, casi siempre compleja que se desprende de la obra de María Zambrano. El deliro, como admitía, es una de sus características.

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Escenas

En esta Antígona todo gira hacia su tumba, representada aquí por un suelo, otra vez, negro que ocupa toda la orchestra. Que uno tenga memoria, Ana García es la única actriz protagonista de una función en el Teatro Romano que no pisa ni un solo segundo la escena. Toda su interpretación se desarrolla en ese espacio entre la escena y el graderío. Este recurso no queda mal porque, a cambio, la directora del montaje saca provecho a la inmensidad del resto del Teatro.

La intérprete protagonista, en la orchestra, en uno de sus monólogos. j. m. romero
Resto de actores en el frente del Teatro. J. M. ROMERO

Esto es así porque cuenta con otros diez actores que lo hacen de forma brillante, como Camilo Maqueda en su papel de Edipo. Hablan, gesticulan, brincan transmitiendo solvencia, rigor, credibilidad a los papeles que les tocan, una veces rememorando pasajes antiguos de la vida de Antígona, en otras ocasiones encuentros con la protagonista.

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En el estreno de anoche, Ana García mostró una intensidad que, por momentos, le restó lucidez más que darle brillo. Le generó más confusión al público que clarividencia. Los monólogos a los que se debe enfrentar exigen finura verbal, ser entendidos. Sin vociferar porque los decibelios altos son malos, tanto si los protagoniza un actor como si se le va la mano al equipo de sonido. Ambas situaciones se dieron anoche, de tal forma que hubo pasajes en los que fue casi imposible comprender la dramaturgia.

Es, posiblemente, el principal escollo porque la actriz extremeña es uno de los rostros más brillantes que suele pasar, cada cierto tiempo, por el Festival de Mérida. Su bagaje profesional está fuera de cualquier tipo de experimentos. Esta Antígona unida a su tumba es un reto mayúsculo que merece pulir hasta el domingo para conseguir la excelencia. Es posible.

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Con 90 minutos de duración, la representación, con versión de Nieves Rodríguez y la propia Cristina Silveira sobre el texto original de Zambrano, cuenta con otro gran aliado, la música. La estadounidense Aolani Shirin, al violín, aporta realismo y solidez a la historia. Casi siempre entre tinieblas, la mejor forma de destacar pasando a la vez desapercibido. Lo mismo sucede en muchos actos con el montaje que cierra el Festival de Teatro de Mérida. Áspero por momentos, lustroso en general y, en ocasiones, falto de comprensión verbal y elevado sonido.

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