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¿Qué ha pasado hoy, 19 de abril, en Extremadura?

Zarpa de fiera

Si la Unión Europea se creó como un remedio para evitar, solucionar,o cuando menos mitigar problemas como los causados por la pandemia,el dilema es claro: o actúa ahora con eficacia o se deslegitima para siempre

Juan Carlos Moreno Piñero

Miércoles, 15 de abril 2020, 23:49

EUROPA ha sido herida con zarpa de fiera. Europa y el resto de la humanidad. El dolor del desgarro nos ha descendido de golpe a la realidad, como un inesperado bofetón en la cara que nos despierta de la ensoñación y nos hace verter lágrimas de impotencia e incredulidad más que de dolor. No estábamos preparados para esto. Los juegos de guerra se basan en la existencia de dos o más actores enfrentados que pelean por un territorio y por una supremacía, a los que puedes poner rostro y adivinar su llegada. Pero nadie, ni un Julio Verne redivivo, podía imaginar que el próximo enemigo de la humanidad no vendría del espacio interestelar sino que moraría entre nosotros, hibernando largamente y esperando su oportunidad, como hacen los grandes estrategas, y que llegado el momento del ataque no lo verías venir, ni oirías el rugido de sus motores ni el olor de su pólvora. Un enemigo que no pretende ocupar tu patria sino tan sólo causarte la muerte sumido en interrogantes sin respuestas. Un enemigo que no deja cautivos a su paso. En esta situación de desconcierto interior y exterior, es preciso más que nunca reflexionar. Si la vida y la hacienda hubiésemos de dar a este vil rey que nos asalta, al menos que preservemos nuestra memoria y nuestra esperanza.

Algo más que una crisis. Cuando hace sólo cuatro meses nos sumergíamos en la vorágine a veces compulsiva de las compras navideñas, nada nos hacía presagiar el cambio que vendría con el fin del invierno. Viendo nuestras calles rebosantes de gente que iba de acá para allá con paquetes y risas, más de uno pensó que asistía a los últimos estertores de la crisis iniciada en 2008 cuando no a la visión de su cadáver. Porque en nuestra memoria colectiva, al hablar de «crisis» nos referimos a la financiera y económica que nos ha azotado durante la última década, viveza del recuerdo que nos surge porque afectó directamente a nuestros bolsillos. Pero pocos recuerdan que crisis también ha sido y es la de los refugiados y emigrantes que se hacinan a las puertas de Europa pidiendo techo y comida mientras hacemos oídos sordos en la mayoría de las ocasiones: «Mañana le abriremos, respondía, para lo mismo responder mañana», escribía Lope de Vega. Ahora afrontamos una crisis múltiple, un reto cuando menos bifronte, sanitario y económico, y una amenaza no ya doble sino múltiple, como las cabezas de la hidra que sesgó Hércules, porque a la actual pandemia se une la crisis económica que viene de su mano y otras consecuencias letales como es un creciente euroescepticismo que está llamando redobladamente a la puerta con la esperanza cierta de que habrá quien le franquee el paso.

Más Europa. Europa, el mundo en general, carece hoy de líderes morales incontestables, de actores respetados, de voces audibles, de estrategas de altas miras. Una mirada en derredor nos muestra un paisaje demasiado anodino y falto de pulso. Particularmente notorio es el vacío existencial al frente de los Estados Unidos de Norteamérica. Cuando en la década de los 80 nos asombrábamos porque un actor de Hollywood había llegado a ocupar la Casa Blanca, ignorábamos que no hay nada tan malo que no pueda ser peor. Los otros países grandes del concierto internacional son grandes en población y en extensión y frente a ellos Europa sigue siendo un conglomerado de Estados miembros sin una auténtica unidad política y con una cohesión interna manifiestamente mejorable, a los hechos me remito. Con estos mimbres, corremos el riesgo de convertirnos en ricos venidos a menos que solo podrán presumir, como don Guido, de repintar sus blasones y de hablar de tradiciones, pero no de riqueza o desarrollo. O podremos estar fatuamente orgullosos de ser el parque temático mundial al que acuden de otros lugares a recrearse ante nuestras obras de arte mientras nosotros esperamos una limosna sentados a las puertas de los museos. En esta situación, o nos unimos o nos hundimos y yo prefiero lo primero a lo segundo.

¿In varietate concordia? Como a los malos boxeadores, el golpe ha cogido a Europa con la guardia bajada. En este primer trimestre del año la Unión Europea no vivía su mejor momento, tocada pero no hundida con la salida del Reino Unido y con poca concordia en la diversidad. Por ceñirnos a lo acontecido en las últimas semanas, es de agradecer el apoyo que Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión, ha dispensado a españoles e italianos; es emotiva la carta que Charles Michel, presidente del Consejo, ha dirigido a los españoles e incluso el capote fraternal que nos ha tendido Antonio Costa, primer ministro portugués; reprobables por egoístas son las acusaciones de Wopke Hoekstra, ministro de finanzas holandés, hacia los vecinos del sur. En situaciones de conflicto –esta es «una guerra sin combatientes», en palabras de Alain Touraine– resulta necesaria y hasta exigible la unidad de acción frente al enemigo común, y esa unidad no se está dando. Si hace 70 años Europa se empezó a configurar como un espacio de paz, hoy tiene que reinventarse y empezar a ser un espacio de paz y de vida. Si la Unión Europea se creó como un remedio para evitar, solucionar o cuando menos mitigar problemas como este, el dilema es claro: o actúa ahora con eficacia o se deslegitima para siempre.

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